El Mundo Es Mi Familia

1. Nuevos lazos

El moreno caminaba a paso apresurado mientras comía un sándwich y una manzana, llegaría tarde, y perdería el vuelo. Eso no podía pasar, a sus casi diecinueve años de edad jamás había pisado tierras americanas siendo ésta la primera vez, a decir verdad estaba muy emocionado.

Desde que solicitó hacer el dichoso intercambio hace medio año todo había sido papeleo y entrevista tras entrevista, no mandarían a cualquier alumno a otro país, eso él lo había tenido muy claro, dio gracias al cielo por el hecho de que comenzó a tomar clases de inglés desde que cumplió los catorce años, ahora podía mantener una conversación y para su suerte había alcanzado la puntuación requerida en el TOEFL (evaluación del nivel de inglés).

Miró a su reloj notando que faltaba poco más de dos horas, pero le pedían estar desde antes de la hora indicada y no le quedaba tanto tiempo como lo parecía. Su familia había madrugado también para disfrutar de sus últimos momentos juntos antes de separarse por un año, todos se reunieron en un abrazo, seguido de eso Miguel se despidió de cada uno estrechándolos entre sus fornidos brazos. Claro que si quería ser un reconocido cantante también debía mantener su figura, aunque fuese difícil de aceptar la presentación y complexión vendía, y mucho.

—Adiós Miguelito, cuídate mucho mijo y no hagas cosas que luego no serías capaz de contarme —advierte su abuela "Mamá Elena" apretujándolo con las fuerzas que aún le quedaban, sin querer unas cuantas lágrimas salían de la mayor, era imposible no sentirse orgullosa de su tesoro.

—Claro abuelita, te quiero muchísimo, cuídate y no te sobre esfuerces —contestó el menor sonriéndole mientras le secaba las lágrimas con su dedo con sumo cuidado. Todos estaban muy felices por el moreno, no cualquiera podía cumplir ese gran sueño de ir a otro país para conocer más sobre música de otros lugares, aprender y convivir con nueva gente.

...

El viaje había finalizado, ahora el mexicano bajaba con emoción las escaleras jalando su maleta y acomodando su guitarra sobre su espalda. Cada vez más miraba asombrado el moderno paisaje, se había acostumbrado ya a su pueblo, había viajado a otras ciudades, sí, pero esto era muy diferente, comenzando por el idioma, con el cual a pesar de todo tuvo unos cuantos pequeños problemas, los habitantes tenían tonos y un vocabulario muy amplio que no comprendía del todo. Si quería sobrevivir a todo tendría que acostumbrar sus oídos al moderno inglés con sus respectivos modismos de San Fransokyo.

Dio una rápida leída a la información de la universidad y el lugar en el que se hospedaría, y sí, tendría que compartir habitación, cosa que no le molestó pues en realidad ya se había acostumbrado a dormir acompañado.

Tomó el bus que le llevó a su destino, casi grita de la emoción al llegar y ver el tamaño monstruoso que el lugar tenía, era todo muy natural y relajante a la vez, pero se contuvo. No quería que le viesen raro por tal espectáculo, las únicas miradas que le encantaba obtener era cuando cantaba.

Primero pasó a recoger las llaves de su recámara y que le dieran una pequeña introducción, el horario, reglas, etcétera. Abrió la puerta del lugar donde residiría por un año entero y entró encontrándose con una sencilla pero cómoda habitación en la cual ya había un chico de espaldas frente a él organizando sus pertenencias en los respectivos lugares asignados dejando la mitad vacía para el que sería su compañero.

—Hola, buenas tardes—saludó Miguel en inglés observando cómo el extraño se volteaba aún con una camisa casi doblada entre sus manos. Con sus mangas arremangadas para que no le estorbasen en sus labores, el cabello crecido hasta la nuca de un color castaño, ojos color celeste y tono de piel obviamente más claro que el suyo, su apariencia era un poco andrógina, se veía de unos dieciséis años, lo cual le pareció muy raro. El mismo le miró para luego interrumpir con su actividad y estirar su mano estrechándola así con la del pelimarrón.