Prólogo

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Sabía que no tenía tiempo. Sabía que las habían encontrado. Sabía que iban a por ellas. Pero sabía que quizás había una posibilidad de salvarse, una pequeña posibilidad. Debía hacerlo rápido, llegarían en cualquier momento. Así que, como solo una madre podía hacerlo, durmió a su pequeña niña en un profundo sueño. ¡Qué inocente y como sonríe cuando sueña, su hermoso bebé...! Y pensar que la debía abandonar, aunque fuese para salvarle la vida, la mataba por dentro. Sin embargo, no podía permitirse perder el tiempo, aún tenía que dejarla a buen recaudo.

Buscó en los armarios, dentro de los baúles. ¿Dónde diantres lo escondió? La cabaña era enana, no podía ser tan difícil encontrarlo. Debajo del suelo. ¡Bingo! Levantó aquel listón de madera, el de debajo de la cuna, y allí estaba. Lo envolvió en un pañuelo de seda azul y lo guardó en el cofre blanco. Y ya lo tenía todo.

Salió de la casa de madera. Ahora llovía con más fuerza, el gris del cielo se había vuelto más oscuro, casi negro, y caían rayos con más frecuencia. Se puso la capucha de la capa, aunque sabía perfectamente que se iba a empapar igual. Le tocaba correr, ya que, si volaba, estarían muertas en cero coma. Así que corrió tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron.

La linde del bosque, ¡bien! ¡Ahí ya se divisan los acantilados! Queda poco y la habrá salvado. Con este temporal y sigue dormida, su querida hija... Ya han llegado. No hay tiempo para llamar la puerta, entra directamente. Está ahí, sentada detrás del mostrador en su mecedora, rodeada de frascos y botellas llenas con todo tipo de pociones y sustancias, impasible. Pero no hay tiempo para entretenerse con el olor a barniz. Sabe que va a estar bien. Ella sabrá dónde esconderla. Le entrega el bebé y el pequeño cofre blanco con todas sus pertenencias. Le da las últimas instrucciones. Se despiden entre lágrimas.

Ahora toca volver al bosque y, si aún no han llegado esperar. Solamente camina para alargar la llegada. A pesar de que se empape aún más, pero qué más dará. Y, al contrario, el camino de la vuelta no ha sido tan interminable como la ida. La puerta está forzada. Todo está revuelto y destrozado. Los oye en el piso de arriba. Sube. Los ve. Dos hombres de espaldas, vestidos de negro. Uno de ellos empuña una daga blanca. Se dan la vuelta. El hada se quita la capucha tranquilamente y tira la capa al suelo. Les saluda. Los dos hombres sonríen. Se acabó el tiempo.

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⏰ Última actualización: Feb 28, 2018 ⏰

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