– El tiempo se acaba Lebidel. ¿Cómo va la formación de tu nieto Lebinad? ¿Está preparado? – preguntó la cognición mayor, muy preocupado por la respuesta.
– Me temo que no. – respondió afligido. – No sé qué le ocurre a ese muchachito, por mucho que lo intentamos no es capaz de encontrar en su interior las capacidades que le corresponden por herencia. Es como si los dones de los grandes maestros se hubieran saltado una generación. Ni siquiera es capaz de hacer algo tan sencillo como trasladarse a la dimensión más próxima. No siente la esencia ni la energía de las vidas que le rodean. Y ya resulta impensable que pueda acceder a toda la información que necesitaría para ser un guardián, ya no digo de los buenos, con que fuera uno mediocre nos conformaríamos, aunque ello fuera la vergüenza de nuestro nombre.
– ¡Pero eso es imposible! – replicó la cognición mayor sin poderse contener. – Algo estáis haciendo mal. La vuestra es una saga de grandes maestros, guardianes de las piedras y la sabiduría que ellas contienen. Sin vosotros no me quiero imaginar que puede llegar a ser de este mundo. Y el tiempo se acaba. Algo muy grande está llegando y necesitamos que dejéis a Lebinad a cargo de todo allí en vuestro hogar para que vosotros podáis venir a ayudar en una misión mucho mayor. La confederación se va a reunir en breve para debatir sobre un tema muy urgente y es vuestra obligación como maestros elevados estar allí para ofrecer ayuda. – y continuó bajando el tono con tristeza. – Cuando la confederación os convoque ya no podréis volver, despediros de todos porque vuestro tiempo en ese planeta se acaba.
Por un momento padre e hijo se miraron con incredulidad, nunca habían visto a su superior tan alterado.
– Nada más lejos de mi intención ofenderos. – Habló por primera vez Lebindor, con respeto. – Pero no voy a dejar a mi hijo Lebinad solo ante una responsabilidad tan grande no estando preparado. Los grandes maestros elevados hicimos la promesa a la gran madre de proteger y velar por este mundo, pero también tengo un compromiso con mi hijo, mi obligación es cuidarle y enseñarle hasta que pueda valerse por sí mismo.
Lebidel miró con orgullo a su hijo, en tanto la cognición mayor se rodeó de un aura rosada y dulce.
– Entiendo tu preocupación y tus palabras me conmueven. Tu tiempo en ese lugar ha hecho que olvides algunas de las premisas por las que nos regimos. Planeta, no mundo. El mundo es algo mucho más grande y te comprometiste a proteger la totalidad. Tu hijo está capacitado para afrontar todo lo que el futuro pueda depararle. Solo tiene que aprender y para eso, es posible que tenga que salir de debajo de las alas de vuestra protección. No temas compañero, Lebinad encontrará su fuerza cuando la necesite. Y tú mejor que nadie sabes que es así. Confía en él. Y haríais bien en preocuparos más por vosotros y por lo que os espera, creedme. – la Cognición mayor dio por terminada la conversación y con un leve gesto envió a sus subordinados de nuevo a los cuerpos donde residían de forma habitual. Se había abstenido de informarles que el apostolado de Lebinad iba a ser el último de su estirpe, tampoco quiso decirles que él iba a ser el promotor de la inminente catástrofe que se avecinaba.
Padre e hijo abrieron los ojos un tanto desubicados, como siempre que volvían de otras dimensiones.
– ¡Padre! – exclamó Lebinad al verlos reaccionar. – Habéis tardado mucho.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó Lebidel a su nieto. – Deberías estar estudiando.
El adolescente bajó la mirada con fingido arrepentimiento.
– Quería saber qué ha ocurrido. – se justificó intentando contener su curiosidad. – ¿Cuándo me llevaréis con vosotros?
Lebinad nunca había viajado a otra dimensión, pero sus progenitores le habían contado tantas cosas que en su imaginación se veía viajando por otros mundos, viviendo aventuras extraordinarias y ganando grandes batallas impensables para otros niños, ya que solo él era el heredero de los grandes maestros elevados.
– Ahora no es un buen momento. – respondió Lebindor mirando a su padre con recelo. – Sigue con tus clases, en la cena te contaremos todo lo ocurrido.
El muchacho pareció que iba a replicar, pero la expresión de su padre le disuadió y se limitó a obedecer.
– ¿Cuándo vas a decirle la verdad? – preguntó Lebidel, después de asegurarse de que su nieto se había ido.
– ¿Qué verdad? – habló a la defensiva.
– ¿Cuándo vas a decirle que él no va a ser uno de los nuestros porque no tiene las capacidades necesarias para ser un guardián?
– Eso no es cierto. – replicó Lebindor intentando disimular el miedo que sentía.
– Está bien. Cambiaré la pregunta. ¿Cuándo vas a dejar de mentirte y te vas a enfrentar a la verdad?
Los ojos de Lebinad, que se había ocultado tras la puerta, se abrieron con terror al escuchar las palabras de su abuelo. Aquella información era más de lo que podía soportar. Lo único que evitaba que los demás niños se burlaran de él era su calidad de heredero de los guardianes. Todos lo tenían por torpe y amanerado, pero el miedo a los poderes que tendría en el futuro evitaba que se ensañaran con él. Si ahora se sabía que también había fracasado en eso... Lebinad no podía pensar más que en la vergüenza con la que tendría que vivir el resto de su vida si aquellas palabras eran ciertas. Intentando contener las lágrimas salió de la pequeña casa del bosque para perderse entre los grandes árboles milenarios.
ESTÁS LEYENDO
Los eslabones de la profecía. Anexo. Lebinad
FantasyLebinad pertenece a una saga de grandes maestros iluminados, guardianes de las piedras de sabiduría que protegen al planeta. Por herencia le corresponde ser el siguiente guardián pero aún habiendo llegado a la edad de la adolescencia, sus capacidade...