VILAIS

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– ¿Qué haces aquí, Lebinad, te ocurre algo?

La voz de Vilais pareció sacarlo de una pesadilla. Siguiendo su instinto, se apartó de ella con sorpresa.

– ¿Qué haces tú aquí? – preguntó a su vez con desconfianza.

– Te buscaba, hoy no has venido a la escuela y he tenido el presentimiento de que te ocurría algo y necesitabas ayuda. – respondió la muchacha con amabilidad, mientras se sentaba a su lado sobre el suelo de tierra y hojas de árbol secas.

Una alarma pareció abrirse paso en su mente, Vilais no era de las que paseaban por el bosque y se ensuciaban su preciosa y recargada ropa sentándose en el suelo húmedo y viejo del bosque.

La muchacha le tendió un pañuelo para que limpiara sus lágrimas que habían dibujado chorretes en sus mejillas pálidas. En cualquier otra situación ella se habría burlado de cualquiera que mostrara su debilidad en público, no en vano era la cabecilla de las arpías de la escuela.

– Ahora hasta Vilais tiene más poderes que yo. – susurró con ironía. – ¿Por qué eres tan amable conmigo? ¿Has venido a reírte de mí? – continuó alzando la voz a la defensiva.

– Yo soy una persona muy amable cuando la persona lo merece. – explicó sin dejar aquella sonrisa ensayada.

– Me vas a disculpar Vilais, pero TÚ eres todo menos amable.

Ella empezó a reír con coquetería, como si aquellas palabras fueran algo muy gracioso.

– Cómo eres Lebinad... – siguió poniendo la mano sobre su hombro con si tuvieran una gran confianza.

Una vez más la alarma sonó en su mente. Aquello, más que un gesto de cariño le recordó a una serpiente venenosa marcando su territorio. Lebinad nunca había sido popular en la escuela, no vestía a la moda, ni se relacionaba con nadie fuera de su entorno familiar. Los compañeros le mostraban respeto, pero solo porque era el futuro guardián de las piedras y esa era una posición de muchísimo poder en la sociedad ircuana.

– En serio Vilais, ¿Qué quieres? – volvió a preguntar.

– No debe de ser fácil ser tú. Vivir con la ansiedad de estar a la altura de las expectativas de tantas personas que esperan tanto de ti. – y continuó con vocecita inocente – Te he estado observando y me da mucha pena que tengas que vivir así, dedicándote a tiempo completo a conseguir cosas que se supone que tendrías que tener por herencia. Apenas tienes vida social, vives aquí en medio de este bosque sucio y húmedo, en lugar de disfrutar de las comodidades de nuestra bonita ciudad. Ni siquiera puedes disfrutar de las comodidades que se supone que por tu posición te corresponden. Te estás perdiendo muchas cosas... Seguro que ni siquiera sabes que eres un chico muy atractivo... cualquier chica estaría encantada de tenerte cerca... – Su vocecita destilaba coquetería y su mirada parecía tan inocente....

Lebinad no podía disimular su sorpresa y por un momento se había olvidado de sus problemas.

– Es bueno vivir en la naturaleza para mi preparación como guardián – se defendió con poca convicción.

– Guardián, guardián... ¿En realidad quien necesita guardianes? Creo que todo eso está sobrevalorado. Las piedras están ahí, lo sabemos todos y durante siglos han estado dormidas, no son un peligro para nadie. Nadie puede activarlas, excepto vosotros y el dirigente de Ircua, ni siquiera el consejo de los ancianos puede hacer nada con ellas, sin vuestra ayuda. – ViIais hablaba como si se dirigiera a sí misma.

Ella no podía saber hasta qué punto le afectaban aquellas palabras... Quizás no era un drama tan grande que él no pudiera llegar a ser un guardián. Quizás la era de los guardianes se había acabado y ya no eran necesarios. Sus ojos se llenaron de esperanza. NI siquiera se preguntó como ella tenía tanta información, aunque no era extraño, ya que ella era la hija del dirigente de Ircua. Quizás aún había esperanza. Se podían hacer muchas cosas para ayudar a los demás, no era necesario ser un maestro.

– Pobre Lebinad... – continuó con compasión mientras le acariciaba la larga trenza violeta de su pelo. – No deberías esforzarte tanto por algo que no tiene ningún sentido.

EL pequeño corazoncito del muchacho parecía cansado, nunca nadie se había molestado en entender a cuanta presión se veía sometido cada día solo por haber nacido en aquella familia de seres poderosos... Él no era así, lo había intentado, pero no podía entender lo que se esperaba de él. Y por primera vez alguien le entendía.

– No te preocupes, si alguien quiere meterse contigo tendrá que enfrentarse a mí. – añadió volviendo a ser la muchacha inalcanzable y peligrosa que todos conocían. – anda ayúdame a salir de este sucio bosque. – y añadió tendiéndole la mano. – Tengo ganas de ver qué cara ponen los demás cuando nos vean llegar juntos de la mano... Se van a morir de envidia.

La mirada de Vilais era desafiante y orgullosa de nuevo, pero ahora ya no tenía miedo de ella. Posiblemente solo era una imagen que había construido para protegerse y la verdadera Vilais era aquella que él acababa de ver, la compasiva y dulce que ahora compartía un secreto con él.

– Vamos, Lebinad, concéntrate. – la voz de su abuelo insistía una y otra vez. – Puedes sentirlo.

Por enésima vez su abuelo se había empeñado en hacer que tocara los árboles intentando que sintiera algo que se le escapaba.

– Dime qué sientes...

– Nada abuelo, nada. Es solo un árbol, ¿Qué quieres que sienta? – por mucho respeto que le tuviera a su abuelo, estaba a punto de perder la paciencia.

– Hasta un niño puede sentir la energía de los árboles. Y más de estos tan grandes. Vamos, no lo estás intentando. – insistió el hombre.

– ¡No! Abuelo, igual es que soy tonto o que estos árboles son tan viejos que ya ni tienen energía. Igual es que yo no soy como vosotros. – la frustración del muchacho se abrió paso con sus palabras. – Qué quieres que le haga, soy tonto, ¿vale? Todo esto es una pérdida de tiempo. Déjalo correr, ¿Vale abuelo? No puedo. – Finalizó empezando a caminar hacia la casita hecha de troncos milenarios.

– ¿Dónde vas? – preguntó el hombre sorprendido.

– Me voy a la ciudad. – explicó saliendo de la casa a grandes zancadas, mientras se ponía la nueva y lujosa levita. – Vilais me está esperando. Ya me he cansado de perder el tiempo en este maldito bosque.

Los eslabones de la profecía. Anexo. LebinadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora