Capítulo 1

496 32 6
                                    

Gabriel disfrutaba las noches cómo nadie más. La oscuridad y el silencio le parecían muy relajantes. Porque, obviamente, no era fan de la luz y el calor del sol, ni de la ajetreada vida del día. Si fuera por él, viviría de noche y dormiría en la mañana. Pero eso no era posible, pues si dormía en la mañana no tendría quien le comprará la madera o no tendría modo de cortarla. Los leñadores trabajaban al amanecer.
Así que debía disfrutar al máximo esos momentos de tranquilidad. Esas escasas horas en las que no era más que un hombre viendo el bosque fuera de su cabaña. No era un leñador que necesitaba moverse entre las multitudes para ganar dinero y comer. Y no estaban las personas exasperantes que le gritaban en el pueblo, haciendo a sus oídos zumbar por su escándalo.
Pero también amaba escuchar como los animalitos interrumpían su paz con sus pequeños ruidos. Esos que la hermosa naturaleza le regalaba. Escuchaba el sonido de un búho, uno que se escondía por ahí en un árbol y lo veía atentamente. Y a lo lejos un pequeño zorro, o un gran zorro. Tal vez era solo un perro o un gato. Un lobo, quizá. No sabía, y tampoco importaba qué era, solo importaba el sonido de sus patas pisando el lodo.
Su vida parecía ser tan simple y maravillosa. Y, hasta cierto punto, lo era. Si se ponía a analizar la vida de los demás pueblerinos él se veía muy afortunado. Otro leñadores tenían muchas bocas que alimentar, él solo se preocupaba por sí mismo. Los esperaba en casa una mujer gruñona que le recordaba que tenía miles de deudas por pagar y un sueldo miserable, a él lo esperaba solo su cama. Algunos hombres vivían sumidos en el alcohol, en la pobreza y en la desesperanza. Él no.
Y aún así no creía tener una mejor vida que los demás. Podía ser porque se encontraba solo o porque la gente parecía indiferente respecto a él. Pero esa no era la razón.
Pocas personas lo creían, pero le gustaba su soledad. No disfrutaba mucho la compañía. No esperaba encontrar a alguien que lo escuchará cuando tuviera un problema, ni platicar felizmente con una persona mientras comía. No deseaba algún amigo en esas noches de tranquilidad. Alguna vez soñó con eso, claro que sí. Pero ya no. O tal vez sí. Después de todo, lo seres humanos no nacieron para estar solos. Necesitaban compañía. Pero él no sentía que la necesitará. Estaba tan acostumbrado a estar sin nadie, ya se había hecho a la idea.
-Bueno, creo que no necesitas la taza de café- escuchó que le decía Lucía. Volteó a verla y se obligó a dejar de lado sus deprimentes pensamientos. No quería angustiar a su amiga. Ella era muy perspicaz y sabía leer muy bien las emociones de la gente que conocía.
Sonrió tristemente y negó con la cabeza, mostrando su taza. Ella también le sonrió y dejó caer los hombros, en un falso gesto de desilusión. Caminó hacia él y se sentó a su lado. Acomodándose lo mejor posible en el pequeño tronco. Después tomó un poco del café que supuestamente estaba destinado para él. Se mantuvieron en silencio por algunos momentos, a ninguno les molestaba no tener tema de conversación. Se comunicaban mejor en silencio. Pero al cabo de unos segundos, Lucía comenzó a retorcerse un poco. Al principio lo ignoró, pero cuando se movió por segunda vez creyó que algo la molestaba. Y no quería que ella sufriera, ni un poco.
—Puedo traerte un banco— ofreció señalando el interior de la casa. Suponía que no era muy cómodo para mujer en su estado sentarse en algo tan duro y que podía resultar rasposo, y que se encontraba tan cerca del suelo haciendo que sus rodillas casi tocarán su pecho.
—No, estoy bien— dijo negando con la cabeza. Pero seguía teniendo esa mala expresión en la cara.
—No resultaría molesto, si es lo que crees. Sólo quiero que estés más...
—No, no, Gabriel. Estoy bien, de verdad.
—Entonces ¿qué pasó?— la miró lleno de preocupación. Con miedo de que se sintiera enferma o tuviera algún dolor.
—Es solo...— ella dirigió la mirada hacia sus pies, alejándola de la de él— es solo que...se movió.
—¿Qué cosa?— Gabriel paseó la vista buscando algún animal intruso que pudiera perturbarla, pero no vio nada. También intentó mover el tronco, por sí acaso no se sintiera segura estando sentada, pero estaba muy firme. Arrugó el entrecejo con confusión, sin entender. Se rascó la cabeza y volteó a verla, pidiendo alguna respuesta.
—Ésto— susurró Lucía señalando su pequeña barriga al verlo tan desconcertado. Sus blancas mejillas tenían un fuerte rubor y se negó a mirarlo.
—¡Oh!
Entonces él también desvió la mirada, avergonzado por su indiscreción. Sin saber cómo proceder. Lo más sensato parecía olvidar el tema.
Sabía que le resultaba demasiado incómodo llevar al hijo del ser que más odiaba en el vientre. Ella intentaba ignorar su existencia la mayor parte del tiempo, pero el niño no estaba muerto, y lo manifestaba continuamente, para su desgracia. En momentos como aquellos Lucía podía adoptar dos compartimientos: o se enfurecía hasta dejar sus nudillos blancos y sus dientes marcados en su labio inferior; o se entristecía hasta las lágrimas. Él no quería estar presente en ninguno de los casos, no sabía cómo lidiar con sentimientos tan profundos. No sabía darle respuesta a las dudas que su amiga tenía respecto al niño. No sabía cómo mostrarse fuerte y sereno viéndola destruida. Sólo sabía que no podía, ni debía, dejarla sola. Ella lo tenía sólo a él ahora. Tendría que aprender a ser comprensivo y tolerante, incluso más valiente. Así que suspiró y, aún sin mirarla, le tomó dulcemente la mano. Ambos estaban temblando, el tema seguía siendo duro para tratar. Una voz en su cabeza le decía que debía decir algo reconfortante, pero otra le decía que se quedará callado. ¿Qué podía decirle? «Está bien, es solo un bebé» No. Porque ese bebé era producto de constantes abusos, de un secuestro e hijo de un ser abominable. Parecía mejor simplemente quedarse ahí y apretarle la mano, para darle ánimos.
Pareció que ella agradeció el gesto, pues le devolvió el apretón dulcemente. Alzó la vista hacia el bosque y suspiró.
—A veces... me siento como una intrusa.— confesó con la voz quebrada.
Las palabras lo tomaron por sorpresa. Quisó huir, irse lejos. No deseaba escucharla llorar. No deseaba oír sus lamentamos. Pero se quedó. Y le sostuvo más firmemente la mano.
—¿Por qué?— preguntó en un susurro, inseguro de querer escuchar la respuesta. Porque empezaba a imaginar hacia donde se dirigía.
—Isabel debería estar aquí— continuó mientras pequeñas lágrimas rebeldes resbalaban por su cara— ella era la que quería un hijo, ella era la que deseaba estar junto a ti en las noches y sostener tu mano, ella...
Un nudo en la garganta le impidió continuar y soltó un gran sollozo. Se llevó una mano a la boca, para amortiguar su llanto.
Debió decir que no era su culpa, que ella no era una intrusa, debió decir algo. Pero no pudo. Porque él también llegó a sentirlo así. Porque él también se pasaba el día deseando ver a Isabel en lugar de Lucía. Se sentía culpable, era culpable. Pero sus sentimientos le jugaban muy mal. Su mente era muy malvada. No podía decirle algo que no sentía. Las palabras estaban ahí «No fue tu culpa que ese monstruo se enamorará de tí. Tú hubieras impedido su muerte de haber podido. Tú no escribiste ese destino» y no fue capaz de decirlas.
Se limitó a acercarla a su pecho y dejarla llorar. Jugando ese falso papel de amigo bueno que ella necesitaba. Tragándose su odio y su coraje. Tragándose los gritos que imploraban ser libres. Lucía estaba sufriendo, no él. Lucía necesitaba fortaleza, no él.
Las lágrimas inundaron sus propios ojos, pero no lloró, se lo impidió. Él no debía llorar, él debía ser fuerte y valiente y comprensivo. Él no debía juzgarla ni debía culparla.
Pero era difícil tenerla a ella y no a su amada. Dolía saber que ella estaba ahí, viva e infeliz por un embarazo. Mientras Isabel soñaba constantemente con eso mismo. ¿Cuántas veces le había hablado de sus fantasías como ama de casa? Incluso aprendió a tejer para hacerle ropa a bebés inexistentes.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 05, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

IsabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora