¡Hay que besarse más!

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Un beso es una pequeña muestra de cariño, nos puede provocar mariposas en el estómago, así como la sensación de que nos arrojaron un balde de agua helada. Los hay sociales, como los que se dan en la mejilla; existen los secos o de "pico", entre parejas o familiares, dónde los labios se chocan sin demasiada profundidad; se ven los más mojados y hondos, esos en que la lengua visita la boca ajena y también aparecen los eróticos-corporales, protagonistas de toda práctica de seducción.

El término "beso" proviene del latín "basium", que significa acción y efecto de besar. Se trata de un movimiento de aspiración de los músculos de los labios y de un sonido suave – a veces fuerte -, generado por la vibración. Hacen parte de la raza humana, y no sólo de ella: los leones, por ejemplo, friegan su hocico en el de la hembra, para después lamerla y así iniciar el cortejo que los llevará a aparear.

Mientras besamos estimulamos varios músculos, activamos un par de sentidos y en efecto, articulamos elementos anatómicos y fisiológicos propios de una gimnasia mental. La boca es la parte más móvil del cuerpo ¡Imagínense si ese beso es de pasión!

El beso es terapéutico, dicen que sube el ánimo, que quema calorías, y sobretodo, que cura el estrés. La ciencia afirma que liberan oxitocina, la distinguida hormona del amor. Me refiero a una sustancia muy poderosa que está presente en casi todos los momentos de nuestra vida. Se la asocia al enamoramiento, quizá por la cantidad de investigaciones que se hicieron al respecto, se sabe que el cerebro aumenta su nivel de esta hormona cuando el individuo siente deseos o está siendo subyugado por el amor. Pero en realidad, al recibir un abrazo o apretar la mano de alguien que nos cae bien, también estamos generando pequeñas porciones de esta sustancia. La oxitocina nos hace sentir bien. No esperemos que el cerebro la produzca, nosotros somos capaces de hacerlo.

La oxitocina estimula el cariño, la ternura y la compasión. Es imprescindible abrazar, tocar, besar y sentir. Piensen en todas las personas que hacen parte de sus vidas, ¿no las suelen tocar? De ahí me surge la picardía de que, si invitamos a alguien para bailar, es más probable que lo acepte si, antes, le tocamos el hombro con simulación.

Celebro que estas reflexiones sean pautas de muchas investigaciones, me detengo en una que se titula "Oxytocin Increases Generosity in Humans", realizada en la Georgia State University de Estados Unidos. En este caso, se le pidió a un grupo de personas que negociaran dinero con un desconocido. Los grupos fueron divididos en dos, a uno se les dio dosis de oxitocina y al otro una pastilla que no provocaba nada (placebo). Los investigadores, tras controlar cómo fue la negociación que entablaron ambos grupos, constataron que los que estaban bajo el efecto de la oxitocina fueron un 80 por ciento más generosos que los otros. Entonces, nos queda la idea de que cuando estamos enamorados es común que seamos más desprendidos y empáticos.

Hablando de empatía, siento la necesidad de adaptar una breve leyenda que llegó a mis oídos. En ella, un inversor de bienes raíces, muy rico y solitario, le pidió a uno de sus empleados que le cobrara el alquiler a una mujer que le estaba debiendo. "Se trata de poca plata", dijo el empresario, "pero el dinero siempre es necesario". El funcionario, obedeciendo a su patrón, se dirigió hasta la residencia que tenía recibos atrasados. Al llegar, se encontró con una mujer muy delgada, con una mirada de tristeza y un niño pequeño en los brazos. "Por favor", pidió la señora, "no me deje sin techo, mi marido me abandonó y apenas puedo darle de comer a mi chiquito". El funcionario, sin pensar dos veces, rompió los recibos y le dijo: "Quédese tranquila, señora. No necesita pagar nada". Pensando que había actuado de la manera correcta, se dirigió hacia su patrón. "No le traigo el dinero", dijo, "pero le traigo una fortuna mayor: la generosidad". El empresario, en cambio, se enfureció e de inmediato lo despidió: "la generosidad no pone la mesa". Años después, a ese señor le fue muy mal en los negocios y perdió todo. Lo único que le quedó fue la generosidad de algunas personas, que debieron darle un plato para comer y enseñarle que el amor es más caro que el oro.

El contacto humano es el mayor antídoto contra el incómodo universo del estrés. Recuerdo los masajes que me hace una amiga, son como remedios que reducen mi nivel de tensión. ¡Estamos obligados a brindarnos espacios para nuestra relajación! En particular, también practico yoga, hago ejercicios de respiración y me disperso con meditaciones acompañadas de música celta y fragancias de lavanda, o cualquier otro incienso que me lleve a un mejor estado emocional. Una vez, asistí a una sesión de yoga de la risa. Esta terapia fue creada en 1995 por un médico de la India, el Dr. Madan Kataria, y consiste en la posibilidad de reír, a través de un ejercicio que pronto provoca la risa de verdad. De este modo, el cuerpo realiza un entrenamiento que relaja la mente y libera el estrés.

Cito a Walter Dresel, cardiólogo y homeópata uruguayo: "recordemos que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos, y eso nos lleva de la mano al pensamiento de que nadie puede saber mejor que uno mismo qué es lo que necesita para acceder a ese bienestar". ¡Qué lindo sería poder abrazarnos más, entablar conversaciones larguísimas y comer chocolate hasta estallar! Y por qué no, ¿besar más? Si bien no resolveremos todos los problemas, la vida será más fácil así.


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