Alexei miró su reflejo en el vitral de una florería semi vacía, se desconocía a si mismo perdiendo el tiempo mirando flores, pero en el camino a su cita había pensado si alguna vez le había regalado algo, aparte de aquella insulsa bufanda roja que cargaba siempre. Miró el reloj en su muñeca, aún faltaban un par de minutos para verse. Con las manos en los bolsillos de su abrigo entró al lugar. Retintineo una campana.
Sentado en una solitaria banca estaba Yuriy, esperando. Las manecillas de su reloj marcaban las tres quince y el segundero no dejaba de moverse al mismo tiempo que su pie. El suspiro que vino después le regaló el consuelo de su cálido aliento, atrapado en sus labios por una rebelde bufanda que se enredaba en su cuello de forma graciosa.
Lo primero que vio al acercarse fue rojo. Entre una sonrisa y un bufido se recriminó "¿Qué otro color esperaba?" Aquella figura que torpe se removía, intentando no perder su único refugio del frío, no podía ser otro que Yuriy... su Yura. Cuando estuvo a su lado golpeó su mejilla con el ramo de flores para llamar su atención.
Campanillas. Parpadeó sin comprender lo que pasaba al principio, luego alzó la mirada y se encontró...
...con un par de ojos que siempre lo dejaban mudo. Sin embargo esta vez el silencio fue diferente.
En ese momento su mano se movió firme hacia su rostro, sin dudarlo bajó la bufanda del chico y se encontró con un par de pálidos labios maltratados por el frío y la violencia.
¿Quién fue?
Yuriy permaneció callado, estoico e inmutable. Alexei no volvió a preguntar. Dejó las flores sobre la banca y miró el cielo. Escuchó, entonces, el crujir del papel entre un par de manos, el chico las había tomado y las apretaba contra su pecho.
Nunca me habías regalado flores
Al escucharlo pensó que su voz era como burbujas rompiéndose al toque de un niño. Pop, pop, pop, pop... Así sonaba el silencio cuando Yura hablaba.
No pensaba que necesitaras de algo tan cursi
La respuesta de Alexei lo hizo sonreír, triste sonrisa rota.
Cuando volvieron a verse a los ojos parecía que ambos tenían mucho que decir, se miraban buscando las palabras adecuadas. Buscando esas palabras. Sin embargo sus labios solo se movieron sin decir nada y el silencio se prolongó.
¿Qué amor era ese, que no puede decir su nombre? ¿Qué amor era ese, lleno de temor y culpa?
No puede ser de otra manera. Pensaron ambos cuando la nieve comenzó a caer.
Los copas de su cabello fueron retirados por la mano de Alexei, que fingió indiferencia mientras lo acariciaba. Yuriy tampoco se quejó, ahí afuera era la máxima muestra de amor que podían tener. Un beso era una espada de doble filo que no tenía el valor de blandir.
Tengo que irme ya, mi hermano me espera.
Regresar a casa nunca era agradable pero ver a Alexei siempre le daba energías nuevas para continuar. Soñaba, en secreto, con el día en que pudiera besarlo sin que aquello supusiera un acto político de desobediencia.
Le murmuró un adiós después de sacudirle los copos de nieve. Lo último que vio fue el rojo brillante de una bufanda que se alejaba.
Los recuerdos se agolpaban en su cabeza como esquirlas inasibles, incapaz de controlarlos se reproducían una y otra vez frente a él. Y en el fondo de todos esos pensamientos podía oír su propia voz despidiéndose. Adiós. Tenía que decirle una segunda vez al joven al que nunca le regaló un "te amo".
En su lápida quedaron como declaración de guerra un ramo inmarcesible de campanillas.