Ya se ha perdido el niño

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Estaba intentando hacer el menor ruido posible, lo último que quería era que el resto se despertara y empezara a meterse con él desde primera hora. No entendía por qué les gustaba tanto hacerle rabiar ¿Era un blanco fácil? ¿Se cabreaba demasiado pronto? Sí. Esas podían ser las razones, pero no era culpa suya tener ese temperamento. Además, las chicas sabían lo mucho que le cabreaba el tema de la boda.

No había sido culpa suya haber bebido tanto como para haberse cruzado con un cura –quien también le había dado bastante al vino- y que, sin motivo aparente, le hubiera dicho al buen señor que quería que lo casara con Agoney. Eran cosas que podían pasarle a cualquiera. Pero lo que más le cabreaba era que Alfred había hecho de las suyas esa noche también y sin embargo nadie le decía nada. Vale, igual era porque el moreno siempre hacía cosas así y pasaba de absolutamente todo lo que la gente le decía, pero ¿Por qué no aprovechaban eso y se metían con Alfred en vez de con él? Era su capitán, se suponía que tenían que respetarle aunque solo fuera un poco. Igual era pedir demasiado.

Seguía tan metido en sus pensamientos que no oyó como Nerea entraba en la cocina y empezaba a abrir cajones, como si esperara encontrar lo que fuera que estaba buscando. Solo se dio cuenta de su presencia cuando la rubia se puso frente a él con una mirada preocupada.

-Oye Raoul.

Si seguía en silencio y no la miraba podía evitar tener que mantener una conversación.

-Raoul –la chica empezaba a impacientarse y el capitán no entendía a que venía tanta prisa- O me haces caso o le digo a Bambi que te muerda.

-Esa asquerosa rata me mordería incluso si no le dijeras nada –solo pensar en ese perro le causaba escalofríos- Vale, ¿qué es lo que quieres?

-¿Has visto a Alfred?

-No. Mi mañana ha sido perfecta, así que puedo asegurar que Alfred no se ha asomado ni a saludarme. ¿Por qué? –no estaba excesivamente preocupado, tenían el barco preparado a prueba de Alfred. En realidad a prueba de niños, estaba diseñado para que ningún niño fuera capaz de escaparse, por lo que no había forma humana para que el moreno pudiera salir de allí sin la supervisión de un adulto, en ese caso, cualquiera de las amigas.

-He recorrido el barco de arriba a abajo y no lo he visto.

-¿Has hablado con los demás?

-Iba a ir a despertar a Miriam pero... tengo un poco de miedo.

-Está bien –suspiró el rubio- Te acompaño a ver si la leona está de humor.

Haciendo acopio de toda su paciencia y todo su buen humor, Raoul dejó a medias su desayuno –a sabiendas de que la próxima persona que llegara allí se lo acabaría y él se quedaría sin nada- y acompañó a Nerea hasta la habitación de Miriam.

Abrió la puerta intentando hacer el menor ruido posible, no era buena idea que la chica se despertara con un ruido intenso, podía explotar. Y por explotar quería decir soltarles un guantazo sin pensárselo.

Nerea pasó detrás de él y manteniendo una distancia considerable con la mujer que estaba durmiendo. Miriam estaba durmiendo como siempre: un mechón de pelo bastante grueso por encima de los ojos para cubrirle la poca luz que podía colarse entre las rendijas del ventanal, un saco de heno bien relleno en la rabadilla, para estar más cómoda y una barra de metal en la mano derecha, preparada para golpear a la primera persona que se atreviera a molestarla. Por desgracia en ese momento solo había dos personas que pudieran llevarse el golpe, y los dos eran conscientes de ello.

Con todo el cuidado del mundo, Raoul se acercó a la cama y movió levemente a la chica antes de dar un rápido salto atrás por si acaso. Nerea seguía pegada contra la pared. No quería arriesgarse a salir perjudicada por accidente. El capitán volvió a intentarlo y, al ver que Miriam no reaccionaba, empezó a zarandearla con un poco más de fuerza. Un grave error.

Con las manos vacías por culpa de AlfredWhere stories live. Discover now