Obscura Neblina

17 0 0
                                    

No sé si él existe en algún lugar, o es una proyección de mi subconsciente inquieto, no sé si es el alter ego de alguien a quien alguna vez amé; su versión más noble y perfecta. No tengo conocimiento de que sienta o respire en alguna dimensión que yo desconozco o, sea un ser etéreo en la tierra; lo único que sé con alguna certeza es... que lo veo.

En las sombras de mi habitación, una hora antes del alba cuando el peligro es mayor, se posa sobre los bordes de mi cama, alejando lo que sea que me despierta cada noche, lo que sea que hace que mi corazón cobre un ritmo descompasado y el terror se apodere de mi por espacio de unos minutos, hasta que todo vuelve a ser calma y caigo nuevamente en un sueño profundo.

Vivo en un lugar de calles largas y estrechas cuyas casas, quedan una al lado de otra, un lugar de gente común sin mayores extravagancias donde, la única esencia de magia se encuentra en una gran casa ubicada en el fondo de la calle, subiendo una pequeña colina de piedras. Mi madre, una mujer ya entrada en años, tenía una floristería y me enviaba dos veces por semana a la casa de la colina pues, la señora que era dueña de la casa adoraba las flores, pero vivía completamente sola y no tenía a nadie que la ayudara con los enormes cestos llenos de varias especies que encargaba. La verdad era que yo pasaba casi todos los días ayudando a aquella señora con sus plantas y flores juntos a mi novio, Davian; amábamos aquel lugar, siempre tan lleno de paz y le guardábamos gran cariño a aquella señora.

Nuestro lugar favorito de aquella casa era la terraza, un pequeño balcón revestido con tablillas de arcilla color rojo caoba con un pequeño risco que daba al mar. Las flores, el color de las tablillas y la brisa marina hacían de aquel el mejor lugar para leer, o simplemente descansar después del trabajo. Llegábamos a la casa usualmente a las siete de la mañana y partíamos a las cuatro de la tarde, jamás habíamos pasado una noche en la casa, pero... para cualquier eventualidad y también para cualquier gran descubrimiento existe una primera vez.

Una tarde, cuando ya habíamos terminado de plantar las azucenas <<las flores de aquella semana>> el cielo se oscureció y en cuestión de pocos minutos comenzó a caer una tormenta bastante extraña. Aquel evento fue de una naturaleza muy particular porque vivíamos en una isla tropical, y no solían haber tormentas tan escandalosas como aquella, era, sin dudas, un evento muy curioso.

La señora de la casa viendo el nivel del monzón nos pidió que nos quedáramos aquella noche y dispuso dos habitaciones para nosotros; la ayudamos a preparar la cena, cenamos, conversamos por unas dos horas y, sintiéndonos todos ya bastante cansados, nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.

Mi habitación era preciosa, de paredes blancas al igual que las cortinas; la pared frente a mi cama era un gran ventanal que tenía vista a la costa y la luna creciente iluminaba casi de manera fantasmal todo a mi alrededor. Me metí en una gran cama de sabanas muy suaves y al cabo de pocos minutos...me quedé dormida. Tic-tac-tic-tac, el sonido de un pequeño reloj. Fhhss-shhh.fhhs.shh, el sonido del mar. Estaba despierta, algo me había despertado, al igual que cada noche, pero al mirar el pequeño reloj electrónico en forma de rosa me di cuenta de que no se aproximaba el alba, no, era mucho más temprano, el reloj apenas daba las dos de la mañana, curioso.

Me senté en la cama, mirando a través de la ventana, me giré, coloqué los pies encima de la pequeña alfombra afelpada de color rosa pálido y salí de mi habitación. Ya no podía dormir, tenía esa recurrente sensación de que algo me miraba, pero ahora, tenía la horrible sapiencia de que ese algo me estaba siguiendo.

La tormenta había acabado, así que salí hacia la terraza, quizás buscando que la brisa marina calmara mis ya muy alertados nervios, pero... escuchaba pasos.

Obscura NeblinaWhere stories live. Discover now