|PERSPECTIVA ESTELAR|
Toda historia tiene un inicio, aquel fragmento donde breve y minuciosamente te es contado el concepto de ella. Aquella que en reiteradas ocasiones comienza con el típico: "Érase una vez". Aquí no existe excepción alguna.
Érase una vez, la tierra y una estrella...
En lo alto del firmamento una estrella casi opaca era consciente de cuanto tiempo había mantenido su rutinaria y eterna posición. Observando cometas transitar a su lado cada cierto, se sentía aún menos dichosa y ansiaba monumentalmente el poder seguirles el paso. Pero no. Permanecería allí hasta que el más mínimo rastro de plasma en su ser dejase de brillar. Destinándola a una oscuridad inminente en la que su única compañía no serían mas que otros cuerpos celestes mustios y descoloridos.
Pero aunque la vida de la estrella era principalmente soporífera, no era ella del todo pesimista, pues, su locación le permitía observar gustosamente lo que creía era el cuerpo celestial más encantador situado en el cosmos: la tierra.
La había observado por meses, años, siglos quizás. No era consciente del tiempo transcurrido, pero había advertido cada uno de sus cambios, desde el comienzo. Hace unos 4.500 millones de años, aproximadamente.
Para la estrella todo pareció haber transcurrido de manera vertiginosa, como si de un reloj tomando veinticuatro horas se tratase, de este modo lo describía y asimismo se trazaba un mapa mental, repitiendo repetidas veces cada uno de los acontecimientos sucedidos. El conteo provocaba en ella una naciente y ancha sonrisa, declarando a esta acción como su segunda actividad favorita, dejando como principal y ascendiente aquellos instantes en los que sus ojos se posaban en la tierra, su alta majestuosidad. Mares, bosques, ¿quien podría dudar en envidiarla? La adoraba, la adoraba verdaderamente.
Pero algo realmente deplorable para la estrella recaía en el hecho de que la tierra jamás se detenía a observarla, no como ella solía hacerlo, ni de ningún modo posible; la tierra solo observaba al sol. Lo veía con avidez y melancolía. Nadie deduciría jamás el significado de dicha mirada, muy a su cruel pesar. Y era en aquellos momentos en los que la estrella amaba cerrar los ojos y reanudar su conteo.
Media noche: Formación terrestre. La estrella puede recordarlo.
Aquella diminuta masa incandescente similar al sol, aquella que con lentitud comenzó a solidificarse. Recuerda las erupciones volcánicas, causantes de que las masas de lava aumentasen el espesor de la corteza, generando así muchísimos gases. Los cuales se depositaron alrededor de la corteza terrestre, dando paso a aquello que los humanos llaman "atmósfera".
La estrella lograba visualizarlo mentalmente, tan fría, tan gris, tan solitaria. Era de ese modo como se la veía a tierra en aquel entonces. No existía tal azul mar que admiraba soñadoramente, ni esos extensos bosques albergantes de peculiares árboles. Nada. No existía absolutamente nada. Y por un segundo la pregunta se formuló en su mente: "¿Se habrá sentido ella casi tan sola como yo?" Tal vez, quizás mucho más, no era conocedora de aquella respuesta, probablemente nunca lo sería.
A las nueve de la noche llegaron las plantas, aunque no aquellas de vivás color verde, tan inconfundibles incluso más allá de la superficies estelar. Estas eran de color amarillo pálido, lo que a la estrella hacía recordar a Venus, al mismo tiempo el agua comenzó a hacerse presente, situándose con minuciosidad en antiguos cráteres.
A la estrella se le hacía peculiar dicho aspecto, pero este cambió radicalmente cuando el amarillo se transformó en verde. Dando a relucir el esplendor de un creciente planeta y por primera vez, la estrella vio como la tierra sonreía.
A las diez los animales, diez cuarenta y cinco los dinosaurios.
Para ese punto la estrella ya se había familiarizado con las regulares variaciones que el planeta presentaba y las criaturas no le fueron del todo relevantes. Aunque, las once cuarenta y cinco lo fueron. Lo fueron.
Recordó haberlo visto a la distancia, un microscópico punto de luz, que incrementaba su tamaño segundo a segundo. Para la estrella todo pareció ir en cámara lenta. Vio como el asteroide se acercaba, como pasaba al lado suyo y como con una potente embestida impactaba contra la tierra. Y con un fuerte alarido de parte de esta, aquellas criaturas dejaron de existir. La tierra comenzaba a agrietarse.
La estrella, por un pesimista instante, creyó que el retorno no tendría lugar. Que el fin de algo hermoso se había materializado con amarga prontitud.
Se equivocó.
Lo que para la estrella parecieron ser catorce minutos, para la tierra el tiempo pareció ser un enemigo cruel, que se regocijaba ante su tardía reconstrucción. Fue entonces, cuando metafóricamente fue colocado un aparato de reversión y a las once cincuenta y nueve, hicieron aparición las criaturas mas monumentalmente extrañas que la estrella había podido divisar: los humanos.
La estrella frunció el ceño, en ningún punto de su existencia habría podido imaginar a tales seres, y aun allí, observándolos fijamente, se le hacían completamente irreales. Pero, siendo guiada por a ingenuidad y la excesiva confianza, decidió brindar a ellos una oportunidad.
Grave error.
Al principio nada sobrepasaba los límites de lo común, de hecho, tal parecía como si nada hubiese sido diferente en ninguna oportunidad, pero fue el principio y nada permanece solo allí. Con el transcurrir del tiempo a a tierra se la veía cansada, cada avance de la humanidad repercutía un exponencial descenso en su salud y era poco lo que en esos momentos alcanzaba a sonreír.
"Como extrañaba su sonrisa" musitó la estrella dolidamente.
Le dolía el no poder hacer nada al respecto, le dolía permanecer en un punto inerte, pero lo mas doloroso era ver el sufrimiento de la tierra.
¡No lo merecía! ¡Ellos NO la merecían! La envenenaban constantemente cuando deberían estar amándola, agradeciendo cada segundo en el que aquellos indignos pies tocaban sus suelos. La estrella entonces sintió una nueva emoción: ira. Y en ese instante, cegada por sus instintos más crueles, deseó potentemente otro asteroide. Soportaría oír gritar a la tierra nuevamente, solo si eso significaba siglos de serenidad.
La estrella observaba el humo de las fábricas, observaba como los árboles eran derribados, observaba como la basura era alojada en los océanos, observaba el sangriento sacrificio de los animales, y ese era el mayor conflicto. Sólo observaba. No puede sentir enteramente lo que la tierra soporta, jamás lo hizo, jamás lo hará.
Una vez se descubrió a si misma pensando en ello en voz alta, todos los planetas voltearon a ella con intriga y la estrella solo balbuceó cosas carentes de sentido, con la esperanza de dejar de lado la atención anteriormente recibida.
"Es increíble la cantidad de imaginación que podemos llegar a adoptar en situaciones incómodas" pensó.
Pero al instante quedó en segundo plano, pues frente a ella un resplandor cegador se había materializado. Un incendio. Y por primera vez, la estrella vio a la tierra llorar.
Un día de desasosiego la estrella no soportó contenerlo, y preguntó a la tierra:
-¿Por qué lo permites? ¿No notas como te destruyen?
La tierra respondió con voz simplista:
-No hay nada que pueda hacer. Solo se comportan de acuerdo a su naturaleza.
La estrella, a modo de reproche, manifestó:
-¡Claro que puedes hacer algo! Se aprovechan de ti con constancia. Das y das, pero nunca les es suficiente.
La tierra no acotó nada más, su silencio solo dejaba a comprobar lo mucho que la estrella había acertado sus argumentos, pero la tierra jamás lo admitiría. Los humanos no eran viles, solo poseían un modo distinto de actuar y ver el entorno. Un modo bastante primitivo. Cada día era un ciclo repetitivo.
La tierra moría, y nadie intentaba evitarlo.
La estrella perdía brillo, y nadie lo notaba.
Esta última, por un instante tuvo la vaga creencia de que ambas sufrían, pero le fue absurdo, ella no era incendiada, nada horrible le sucedía. Sólo estaba perdiendo luminiscencia, sólo aguardaba el momento en el que su existencia se extinguiese. Pero todo aquello le sucedía de manera indolora, a diferencia de la tierra, con sus glaciares casi derretidos, con sus bosques casi privados de la frondosidad de los árboles, con su llanto tan desgarrador y constante que sintió que podría ahogarse a si misma y a los humanos.
En definitiva el sufrimiento no era igualitario.
La tierra moría, y los humanos solo aceleraban dicho acontecimiento.
La estrella perdía brillo, y aun nadie lo advertía.
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De repente, un instante silencioso se prolongó. La estrella abrió sus ojos ante tal extrañes.
No habían gritos.
No había llanto.
Instintivamente volteó hacía la tierra y grata fue la sonrisa que esta le obsequió a la estrella. Sorpresiva, aunque bien recibida.
"¿Estaba feliz de nuevo? ¿Cuál es la razón?" se preguntó la estrella. Pero antes de poder formular la pregunta en voz alta, lo descubrió: árboles, agua, hielo, animales. Intactos. Cómo si jamás hubiese sido diferente, como si los humanos jamás lo hubiesen perturbado.
"Aguarda, ¿dónde están los humanos?" pensó la estrella.
Fue allí cuando la felicidad de la tierra tomó sentido. No habían humanos. Nadie que la destruyese. No existían. La estrella sonrió con enormidad y por primera vez, se sintió completamente plena.
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En tiempo real la tierra observo en lugar donde debía situarse la estrella, aquel diminuto punto de luz que la observaba día tras día. Nada. No había nada. Sus murmullos no habían sido oídos hacía varios días, la razón fue conocida.
En ese instante la tierra tuvo un nuevo sobrecargo de tristeza, uno que no se relacionaba con su deterioro propio, el cual se hacía cada vez más pertinaz.
La tierra moría, y ya no había nadie que se preocupase por ella.
La estrella dejó de brillar, y por fin, alguien lo notó.
Érase una vez, la tierra.
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Perspectiva Estelar - One Shot
Fantasy"El planeta no sobrevivirá mucho tiempo como cautivo de la humanidad" . El siguiente fragmento no se trata de otra cosa más que un proyecto de ciencias terrestres. El cual se ha basado en redactar una historia con referencia a la tierra. Esta histo...