“En mis relatos, suelo mencionar frecuentemente a los techos, de alguna forma, sin darme cuenta, he creado un extraño fetiche hacia ellos y siempre escribo lo que siento al mirarlos. Comúnmente son sinónimos de mi ruina, de mi debilidad hacia el perderme en mis pensamientos y son el escenario predecesor a mi locura (o a la de mi protagonista). Siempre los describo desde la perspectiva del estar echado en una cama, lugar donde no es necesario levantar la cabeza para poder observarlo y donde no hay esfuerzo en dejarse cautivar por su vacío. Casi nunca hay nada en ellos, no hay lámparas colgantes y mucho menos cuadros que estorban como en las paredes. Un techo, desconocido, casi siempre es uno que he visto con frecuencia, pero en el que refugiarme es sinónimo de que he fracasada en mis intentos por dirigir mi vida hacia el camino que yo he decidido y de como siempre termino en las garras de la desesperación carnal, del deseo de ser querido o de la necesidad de salvar a alguien. Y, tras el acto, escapo al olvido de la noche mientras alguien llora, pues he mostrado mi verdadera cara. Pero hay una razón, una realidad que nunca cuento, los techos son solo la fascinación reflejada que tengo a estar abajo mientras que mi compañera tomas las riendas, una actividad completamente contraria a la naturaleza dominante - agresiva que tomo en mis cuentos y en mis relaciones, y que solo ocurrirá antes de llegar al clímax. Un techo, vacío, es el reflejo de un final auto controlado, donde no he dejado que la naturaleza gane y las emociones surjan, y por el contrario, he alcanzado la máxima serenidad.”
Los llantos del bebe de Flor comenzaron a hacerse más fuertes, impidiendo que su invitado pudiera seguir hablando. Por un lado, ella agradeció a su hijo de que la salvara de seguir escuchando el monologo de su ebrio acompañante, pero también se llenó de disgusto al tener que desmontarse de él. Apenas cargo al niño, su boca fue directo a su pecho izquierdo, el cual estaba sensible por las múltiples mordidas del desenfreno previo, y lo que causo un pequeño grito de dolor que alerto al explorador de las maravillas del techo, el cual se puso de pie y fue a buscar el seno libre para morder. Ella intento detenerlo, pero él bebe que había provocado la reacción impedía a la vez el hacerlo y, tras unos segundos de forcejeó, se vio a si misma empujada contra la pared por un borracho filosofador y su hijo, los cuales devoraban su ser y le provocaban una excitación que nunca habría podido imaginar. La mano del hombre jugaba en su entrepierna y provocaba gemidos cada vez más fuertes. El infante seguía alimentándose mientras su madre llegaba al éxtasis y sentía como explotaba.
Diez minutos después, acostaba al niño, mientras sentía asco de sí misma por lo que acaba de hacer, pero también disfrutaba de como su nuevo amigo jugaba con sus nalgas. Ella se dio la vuelta, lo miro directo a los ojos y lo empujo hasta la cama, donde se volvió a montar sobre él y cabalgó con una intensidad que nunca había logrado antes.
“Es por eso que me gusta estar tendido sobre la cama, mirando un techo vacío y desconocido, porque así me recuerdo que no soy yo el que ha perdido ante la naturaleza del deseo y que se puede llegar al éxtasis sin dejar la embriagante serenidad”