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《 Quédate, porque me muero de miedo. 》

Oscuridad, humedad y frío recorriendo por todo su cuerpo, desgarradores gritos de agonía, llanto, miedo, desesperación y aturdimiento reventaban a golpes sus sueños, una vez más.

Preso de las garras del miedo y del desconcierto en medio de un lugar desconocido y frío, oscuro y morboso que pronto tomó la forma de su cuarto entre tanta penumbra. Su corazón latiendo al punto de creer que sus costillas se romperían, la respiración agitada hacía que su pecho subiese y bajase incontables veces en una milésima de segundos. Sudor mojaba su pálida piel.

Incorporándose en el borde de la cama, sus manos como ganchos estirando sus cabellos a la vez que cubrían sus oídos intentando obstruir los horrorosos sonidos que emitían aquellas voces en forma de recuerdos borrosos e intangibles, crudos y dolorosos, fríos y oscuros, terribles y abominables. Sus cabellos se pegaban a su mojada frente.

De nuevo aquellas pesadillas, aquellas voces que le susurraban mientras dormía y le decían lo inútil y fracasado que eran, aquellas sombras que intentaban hundirlo en el más profundo de los tártaros, se deslizaban desde los rincones e intentaban arrebatarle todo lo que ama.

Estaba cansado, llevaba toda la semana de esa forma, sin dormir y aquellos pequeños lapsos de sueño que lograba conseguir consistían en horribles pesadillas y tormentosas parálisis de sueño.

Kuroo Tetsurō, con tan sólo 17 años de edad, sufría terrores nocturnos que parelizaban hasta el más flexible e inquieto de sus sentidos, lo destrozaban mentalmente y le propinaban terribles colapsos nerviosos.

- Cállense -le susurró a la oscura habitación, cerca de sus pies manchas de gotas saladas que se escapaban de sus ojos.

El miedo era reemplazado por la impotencia, sus ganas de hacer desaparecer aquellas voces y destruir esos sentimientos de pesadez e incertidumbre.
Observó la ventana frente a él, estaba abierta y las cortinas se movían con los toques que la brisa nocturna le daban. Se apresuró a cerrarla, ocasionando un fuerte golpe. Sus palmas plasmadas en el cristal, sus pupilas dilatadas y temblantes, su respirar intranquilo observando las afueras.

- Vete, déjame en paz.

Las veces que intentaba escapar de aquellas tediosas y asfixiantes situaciones, su cuerpo temblaba y su mente le jugaba sucio. Es que a caso ¿no podía simplemente acostarse y dormir al menos tres horas sin despertar gritando o llorando?

No, porque era eso justamente lo que ellas no querían. Hacerlo sufrir era, al parecer, su actividad favorita.

Sus ojos se desviaban de la ventana, cuando ruidos comenzaron a perturbar su sistema auditivo, oscuras y borrosas manchas se mezclaban con su reflejo en el cristal, golpes, gritos, llantos, voces de desgarradora agonía le imploraban entrar. Sus manos tomando con brutalidad las cortinas y tirando de ellas de la misma forma, cayeron a sus pies el barral dorado dejando tendida la cortina color blanca, abriéndole paso a la vista nocturna de la que tanto anhelaba cegarse.

- ¡Lárguense, no hay lugar para ustedes! -gritó con desespero, dando pasos hacia atrás, tropezando y cayendo al piso.

Los siniestros llantos cargados de sufrimiento le recordaban a aquella pesadilla de esencia, según él, mitológica, donde su alma en pena vagaba por el Estige y llegaba al inframundo donde, en vez de estar los conocidos jueces, estaban sus amigos entrelazados y dispuestos a juzgar la mirada de su alma miserable; enviándolo al más profundo y torturoso de los fondos del averno.

- ¿¡Qué quieres de mi maldita sea!?

No le respondían más que susurros que él, como simple modelo humano, no podía entender. Vagaban las palabras pero no tenían forma, jamás las había comprendido pero sin embargo entendía que querían decirle, más esa noche no era el caso, pues esas voces que le hablaban irrumpían de modo confuso y entrecortado, llorando y gimiendo ante la situación de exasperación que seguramente estaban pareciendo, tal y como él en ese mismo instante.

paramoní ✧ kurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora