Entre Mis Brazos

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El sol comenzaba a filtrarse en la habitación de cierto chico mexicano interrumpiendo así su plácido sueño. Poco a poco sus ojos fueron abriéndose intentando acostumbrarse a la cegadora luz. Era un día común y corriente, sin embargo tratándose de él lo recibiría con mucho gusto y energía de siempre.

Se incorporó rápidamente estirándose preparado para un nuevo día de trabajo, pues era sábado y a sus dieciséis años era común querer ir y gastar todas sus energías en la plaza cantando y ganando algo de dinero como el buen músico en el que se estaba convirtiendo. Ya todos habían aceptado su decisión de dedicarse a lo que él amaba, cuando acabase el bachillerato tenía planeado estudiar la carrera de música.

Tomó su ropa y se vistió, salió de su cuarto con todo y guitarra metiéndose un sándwich a la boca para írselo comiendo, en la tarde ya regresaría para seguir ayudando a su familia. Su fiel amigo pasó a su lado corriendo con emoción esperando recibir una caricia, la cual le fue propiciada con mucho gusto por el moreno.

—¡Dante, amigo! —exclamó colocando su mano sobre la calva cabeza, sin embargo al segundo siguiente el animal se encontraba en el suelo con una tranquila expresión durmiendo un sueño eterno—. ¡D-Dante, despierta! Chico... no —lágrimas comenzaron a salir sin permiso de sus ojos con desesperación cargó el cuerpo sin vida del perro buscando a algún miembro de la familia para que le dijese que sólo estaba desmayado o dormido, ¿porqué había perecido tan repentinamente?.

Con la mirada recorrió el lugar encontrándose primeramente con Rosita, su prima quien de inmediato al verle bañado en lágrimas corrió preocupada a su encuentro. En primero lugar tocó el cadaver del animal buscando alguna señal de vida.

—Lo siento Miguel —se lamentó sintiéndose afectada también por la muerte del can. Sin dudarlo rodeó el brazo del mexicano para brindarle apoyo haciéndola a ella caer también al suelo, sin respiración, sin vida, sin expresión.

—¡Rosita! —bramó colocando el cuerpo que traía cargando en el piso para reemplazarlo ahora con el de su familiar. Urgía llevarla al hospital así que gritó por ayuda lo más fuerte que pudo hasta sentir su garganta arder, sus ojos parecían un mar sinfín de líquido salado, el cuerpo entero del chico temblaba del miedo intentando procesar lo que había pasado éstos últimos segundos.

Tocó al canino. Murió. Rosita lo tocó. Por lo que parecía no respiraba más, perdía cada vez más su color y su corazón no latía más. No quería ni pensar en esa palabra pero... aquello sucedió al tocarle.

Horror comenzó a invadirle. No quería que eso volviese a pasar, dio un paso atrás, luego otro hasta que inconscientemente se encontraba corriendo dejando a una extrañada familia Rivera. Al percatarse de que cargaba con alguien en seguida fueron corriendo detrás suyo pidiéndole que parase, pero ellos no sabían, claro que no sabían absolutamente nada y antes de que pudiesen saber algo seguramente saldrían afectados. Razón por la cual el pelimarrón decidió seguir corriendo restándole importancia al hecho de que sus pulmones comenzaban a calar, o que un dolor de cabeza y mareos hicieron acto de presencia complicándole la actividad que estaba llevando a cabo.

—¡No! —advirtió aterrorizado cuando su Abuelita estuvo a pocos pasos de él —. ¡Aléjate, aléjense por favor! No vengan —masculló sin fuerzas hipando sin control. Él sólo iba a cantar, a hacer lo que más amaba en éste mundo y ahora se tenía que preocupar por no ser tocado. Ahora lloraba la muerte de dos seres queridos, se tenía miedo a sí mismo. No quería esto, definitivamente él no quería esto. Deseaba abrir los ojos y darse cuenta que no fue nada más que una repugnante pesadilla.

Pero al abrirlos sólo se encontró en una oscura celda, con los gritos y sollozos de su familia que intentaban explicar que el joven de diecisiete años no tuvo nada que ver con la muerte de Rosa, que no cometió maltrato animal o que tampoco hizo nada que provocase el fallecimiento también de Luisa, su madre, quien preocupada corrió con su hijo a pesar de las advertencias de los demás presentes para que no se acercase. No por nada el adolescente gritaba con fervor que nadie se acercara.

One Shots HiguelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora