La boda fue algo personal: solo familia y amigos cercanos. No hicimos nada extravagante, pero fue suficiente para que ninguno de los dos dejara de sonreír en todo lo que duró la ceremonia y la fiesta.
No tuvimos luna de miel, era innecesario y en dos semanas iniciábamos ya la universidad.
Fue perfecto.
Tres semanas después de la boda, ya estábamos atiborrados de proyectos que entregar, exámenes y demás compromisos. No pudimos tener tiempo juntos más allá de la noche, la cual solo usábamos para dormir abrazados. No palabras, no quejas: solo llegar, ducharnos, abrazarnos y dormir.
Ya luego del primer semestre, el mes que daban par descansar era lo más parecido a la gloria en esos momentos.
Decidimos ir a Busan, ciudad natal de JiMin, pues él quería mostrarme los lugares que visitaba antes de ir a Daegu, su escuela, el parque de su barrio, su antigua casa.
El camino iba de lo más normal y tranquilo; decidimos ir de noche para tener la vía despejada y evitar mi mal humor por el tráfico.
Íbamos en una intersección, escuchando música tranquilamente, cuando de pronto se vio a la derecha una fuerte y cegadora luz blanca, y luego de eso: nada. Todo negro, vacío, frío, ausente.
Escuchaba sirenas, pitidos, gente moviéndose de aquí a allá. No sentía mi cuerpo. Decían algo, no entendí muy bien qué. Dejé de escuchar , dejé de luchar y volví al vacío infinito.
En esos momentos de negrura, recordaba todo lo vivido junto a JiMin. Todos los momentos felices, los tristes, las peleas, las reconciliaciones: todo lo que viví junto a él fue de lo mejor. No imaginé que no estaba recordando... Estaba desechando temporalmente todo lo vivido.
Lágrimas caían. Recordé su lindo cabello tinturado. Su suave piel. Su aroma dulce. Su sonrisa. Sus pequeños ojos avellana. Su melodiosa voz. Y todo se quebró en mí por segunda vez.
Si solo hubiese recordado eso antes, tal vez habría podido ir a despedirlo en el tiempo que su alma no se iba del todo. No sé si le dije un último "te amo", si le di un último abrazo, un último beso. No estoy seguro, pero de haberlo hecho no sentiría el nudo en la garganta y la presión en el pecho que siento ahora.
Quería verlo. Debía verlo. Necesitaba verlo. Ver cómo terminó.
No fui más allá de nuestro hogar. Lloré, contacté a sus padres, a mis padres, pregunté por sus cosas: me dijeron que todo lo desecharon, menos unas fotos y recuerdos especiales.
Fotos de la primaria, de la graduación de secundaria, de nuestra primera cita, nuestro primer beso capturado en cámara por su madre, nuestra primera navidad como pareja. Todo eso estaba intacto, en la casa de sus padres. La primera de ambas familias en aceptarnos como pareja oficial.
Fui directo a la casa en la que una vez vivió mi más grande bendición. Al llegar, me recibió su madre, mi suegra, la señora Park; sus ojos se llenaron de lágrimas y me abrazó fuertemente. Me dolía verla así, me dolía porque estaba igual que ella, pero no conoceré exactamente su dolor: El dolor de perder a tu único hijo. Me dejó pasar y en uno de los sillones visualicé a su esposo, tan parecidos a JiMin, que sin evitarlo, lágrimas nuevas resbalaron por mis mejillas casi al instante, ella tomó una caja y se sentó a mi lado derecho, el Señor Park, al izquierdo.
Muchas fotos, cientos de fotos, instantáneas, impresas, escaneadas, dibujos, caricaturas de ambos, nuestros nombres mezclados en la portada con letras grandes y doradas: YoonMin.
Todo fue emotivo y al mismo tiempo doloroso de ver: su sonrisa, la que nunca volvería a ver; su cabello, el que nunca volveré a tocar; sus ojos, los que nunca volveré a ver ese brillo tan bello... Nuestro amor: el que siempre sentiré en mi corazón.
Sin dudas fue algo hermoso, compartir memorias con las personas que trajeron al mundo al que una vez tomó todo de mi corazón. Pude ver por ultima vez todo lo bello de él, de las cosas de las que me enamoré de él. Pude despedirme de él.
Adiós, Jiminnie. Te amo.
Yo también te amo, Yoonie. Adiós.
Bien, no estaba tan destrozado como aquel día antes de ir con sus padres, pero aún estaba el vacío de no haberme despedido. Tomé calmantes para el dolor de cabeza que tenía desde que lo vi por última vez. Hace dos semanas. Incontables veces escuché su voz llamarme: Ven conmigo, Yoonie. Vamos, estaremos juntos. Por siempre.
No quería hacerle caso. No podía. Debía salir adelante... Pero un día la voluntad se esfumó al encontrar una de sus camisetas. La que le di de cumpleaños número 23.
Tomé el frasco de pastillas y emprendí viaje a la misma carretera en la que él partió. Tomé unas cuantas en el trayecto y me escondí entre algunas hierbas. Vi una luz blanca acercarse y, sin estar en mí, me lancé. Nada pudo detener mi final.
Porque si tan solo no se hubiese ido... Yo tampoco me habría ido en busca de él con la esperanza de alguna vez volver a verlo.
Fin.