Dicen que nada en el amor es imposible, esta historia demuestra que esto no es así.
Cuando tenía alrededor de 12 años conocí a una encantadora chica y a su amigo en el jardín del colegio dónde ambos estudiábamos, y después de un tiempo, me comenzó a llamar la atención.
La pude observar recargada en esa desgastada fuente de concreto, y muy tímidamente me acerqué a ella. Cuándo me vió, pude apreciar una expresión de sorpresa sobre su rostro, pero continúe acercándome cada vez más. Finalmente, cuándo llegué a estar al frente de ella, tenía un sentimiento de terror que jamás había experimentado.
– Hola -dije con timidez-. ¿Cuál es tu nombre? -agregué-.
– Mi nombre es Guadalupe -dijo con desconfianza-. ¿Cuál es el tuyo?
– Mi nombre es José -dije tartamudeando-. ¿Te puedo decir algo?.
– ¡Claro! -dijo con sorpresa-.
A partir de ese momento, sentía como mi cuerpo se paralizó, y a pesar de que quería huir corriendo, por alguna razón no podía hacerlo. Al fondo, se escuchó una campana anunciando el inicio de las clases.
– Disculpa, tengo que irme. -dijo apresuradamente-. Después me comentas aquello que tienes que decirme.
Al día siguiente, llegué temprano al colegio para intentar decirle lo mucho que me gustaba. Al llegar al aula de clase, mis compañeros estaban comentando que Guadalupe se había cambiado de plantel.
En ese momento, sentí como la tristeza comenzó a invadirme. Intenté comunicarme con ella, pero nunca contestó mi llamada.
Pasaron 6 meses y mis días cada vez eran más difíciles, el remordimiento me estaba consumiendo.
Luego de muchas negociaciones, logré conseguir la dirección de su domicilio, y de inmediato fuí para concluir esa conversación.
Había una inusual lluvia torrencial aquel día pero poco me importó, lo único que quería era hacerle saber a Guadalupe lo que sentía por ella. Comencé a caminar por esa empedrada calle con detalles coloniales y finalmente llegué a su casa. Con muy poca fuerza, toqué la puerta de madera en su entrada.
De pronto Guadalupe abrió, y ví en ella un gran asombro. Comencé a temblar por la lluvia y el frío.
– ¿Estás loco? -dijo-.
– Escucha, han sido unos largos 6 meses y tenía mucho miedo de decirte lo que sentía. Hoy me he dado cuenta de este error y he decidido venir a decirte que tú me gustas. -dije casi susurrando-.
Guadalupe se quedó asombrada, todavía no lograba entender lo que estaba pasando.
