Amor en tiempos de guerra

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Su pecho aún subía y bajaba con rapidez en busca del oxígeno perdido durante la pequeña batalla de la que fue partícipe y victoriosa. El arma en su mano izquierda ya estaba cargada y lista para disparar; no obstante, su brazo entero temblaba como nunca antes lo había hecho... no se creía capaz de hacerlo. No lo mataría. No a él.

-Hazlo. ¿Qué esperas?- Le apresuró la única rubia en el lugar, Yelena.

Natalia giró la cabeza para ver a su compañera de equipo; en ningún momento dejó de apuntar al hombre de rodillas frente a ella. Sus ojos, por primera vez en años, se veían cristalinos y opacos.

-No tienes por qué hacerlo, Natalia.

La voz de Steve se escuchaba apagada, decepcionada, llena de tristeza. Natalia se sentía igual o peor que él. Hacía tanto tiempo que no se veían, que no se escuchaban, que no se sentían.

Yelena se preguntaba por qué la estúpida de su compañera no hacía nada. ¿Y esa era la líder del equipo? Por favor, ella lo podría hacer mejor que esa princesita. Esa princesita, por el contrario, sabía que solo existía una razón para no terminar con la vida del rubio: lo amaba. Lo amaba y nunca lo dejaría de hacer.

La vista de ambos se cruzó y Natalia sintió un escalofrío recorrer toda su espina dorsal. Cerró sus ojos con fuerza y recordó aquel verano de 1936; julio, el inicio de la Guerra Civil Española.

Demasiadas muertes en tan poco tiempo. Una ola de violencia de la que pocos salieron vivos. Un calvario al que ella se sometió en completa soledad.

La vida era tan injusta. ¡Ella apenas tenía 17 años cuando todo empezó!

En aquel tiempo se consideraba a sí misma una adolescente dichosa. Lo tenía todo, una belleza envidiable, un enorme corazón y una buena situación económica. Pero todo se terminó con la sublevación militar que ocurrió ese mismo año, aquel movimiento tuvo la peculiaridad de provocar una fractura dentro del ejército y de las fuerzas de seguridad. Y al hacerlo, abrió la posibilidad de que diferentes grupos armados compitieran por mantener el poder... o por controlarlo.

Así comenzó todo, con dos únicos bandos de choque: Los sublevados y los republicanos. Resistencia contra fuerzas armadas.

Los sublevados (bando conformado por el gobierno) estaban en contra de los republicanos (bando conformado por las fuerzas militares). El padre de Natalia, Ivan, era miembro de un partido de izquierda, por tanto, su progenitor era del bando de los republicanos. Natalia, por el contrario, no tenía un bando al cual apoyar. Para ella, todo lo que estaba sucediendo en el país solo era un movimiento que terminaría en un par de meses, nada de qué preocuparse. Que equivocada estaba.

Fue un 25 de octubre de 1936 cuando el bando de los sublevados logró entrar a su hogar, matando a su padre y a su hermano, Alexei. Ahí fue cuando Natalia se quedó en completa soledad, sin su padre, su madre (quien había muerto años atrás), y su hermano.

Faltando poco para cumplir los 18 Natalia se dio cuenta de que por sí sola no sobreviviría mucho tiempo. Todos, incluso los compañeros de trabajo de su padre, le dieron la espalda. Vivió de los ahorros que su familia le había dejado, claro que estos se terminaron en un par de meses. Por suerte conoció a Steve, su Steve.

Aún no podía describir lo que su corazón experimentó al verlo por primera vez. Lo recordaba, claro que lo recordaba; su primer encuentro fue cuando ella robó un pan y él, muy amablemente, se ofreció a pagarlo, alegando que una joven tan bella no debía caer en aquellas bajezas. Las mejillas de Natasha adoptaron el color de su cabello y Steve le regaló por primera vez una de sus sonrisas encantadoras.

Fue una especie de conexión al instante, aún recordaba lo nerviosa que se ponía cada que sus ojos se perdían en los de él. Hubo tanta química que, tras unas cuantas horas de conocerse, él le ofreció su casa como refugio y Natalia aceptó sin chistar.

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