Sobrevivientes

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Tamara

Cuatro horas y cerca de quince minutos. Son aproximadamente las cinco de la tarde.

Solo nueve vuelven.

Los rostros de los nueve chicos lo dicen todo: no fue un viaje tranquilo. La mayoría vuelve con nuevos rasguños, mejillas hinchadas y manchas de sangre sobre la ropa nueva. Es fácil dar con uno de los que han vuelto de entre los que nos quedamos, ellos visten de gris (camisas con líneas horizontales de un tono más oscuro apenas perceptibles-cuello en punta, manga larga para los hombres y sin mangas para mujeres con líneas bordadas y diminutos círculos de hilo-, pantalones holgados que rara vez son de sus tallas, todos están descalzos). La única chica que vuelve lleva el pelo bien peinado en una cola alta, a los chicos les han cortado el cabello por lo menos dos dedos sobre el hombro o los han rapado completamente. Nosotros en cambio llevamos ropa rasgada y sucia. Más cuchillos que botones, zapatillas de correr destrozadas y cubiertas de polvo. Cualquiera diría que vamos directo a la guerra, pero hoy es un día pacifico.

Nadie dice una sola palabra, solo cruzan miradas con sus antiguos compañeros y toman lugar junto a un grupo nuevo que rara vez está formado por gente de confianza. Algunos se han sentado y otros se han perdido entre los árboles.

Me siento alejada al otro extremo del bunker frente a la entrada del túnel. Mis compañeros están cerca, murmuran algo a lo bajo y se concentran en contarnos. Están organizando y reacomodándonos. Somos siete de un grupo normalmente de diez, estamos en desventaja.

-pesquemos algo grande hoy- Pedro se frota las manos e intenta sonreír. A pasado a ser el líder del grupo y eso no promete demasiado para él.

Su yunta no ha vuelto. 

El BunkerWhere stories live. Discover now