Consuelo.

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Sostuvo el celular entre sus manos, pegándolo a su pecho. Vibro y cerró los ojos al recargar su nuca contra la cama. Su vista al techo no estaba nublada por el temor, melancolía o dolor. Sus orbes centelleaban vivaces. La mano puesta en el suelo se congelaba extrañando sus guantes y, queriéndolo, repaso aquellos momentos que le asqueaban. Esos momentos en los que se levantaba del suelo con la mejilla hinchada por golpes. La sangre escurriéndole por la frente, el cabello cosquilleando en su cuello y la sonrisa soberbia flotando sobre sus labios. Como un corrupto egoísta. Sin usar la corrupción en lo absoluto, reconoció que ese era su rostro, recordándolo en sus cinco sentidos y con todas sus ganas. Locos estaban todos en la Mafia. Cuando sus ojos giraron a su compañero que, bañado en sudor, le miraba con el rostro ensombrecido de un niño de 15 años. Los cabellos castaños oscurecidos por la sangre y la mandíbula desacomodada por los ganchos lanzados contra ella. Sus manos y cada uno de los delgados dedos vendados hasta la punta, el rojo espesor tintado sobre ellos.

"—¿Chuuya?"

El tono de su voz casi furioso estaba bañado, como era común, en una calma mentira. Cerró los ojos y sonrió a la oscuridad de las ventanas que poco iluminaban como enormes linternas blancas cubiertas por un velo transparente. Encogió una de sus piernas y mostro los dientes salvajes a la negrura. Recordando otro momento donde el castaño brindaba con alegría, sus hebras perladas de minúsculas gotas de licor recién lanzado a su rostro y su sombrero sobre la cabeza ajena repleta de cabellos ondulantes y rebeldes. Burlándose de el con alguna de sus muecas mientras fingía su voz con una copa de vino medio quebrada en sus dedos. Es risa ronca, quejumbrosa y molesta. Juntos sentados en el piso sucio de un estacionamiento abandonado. Los dedos dejando la copa en el concreto, su rostro ahora tranquilo y estos resbalando ahora por su mejilla, alejando los cabellos de su rostro.

Las luces que traspasaban la ventana manchaban como a un cuadro su figura al reincorporarse. Tomo el sombrero del suelo, coloco y se acercó al pequeño espejo pegado a la puerta. Se observó un segundo sin tener realmente alguna razón para salir, solo esperar.

"—Me castra esperar, Dazai."

"—¿Entonces nunca podemos tener pequeños enanitos refunfuñones?"

"—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?"

"—Exacto."

Gruño entre dientes. Tiro su cabeza a un lado chocando la palma de su mano con su frente y resbalándola de su ojo a su mejilla. Esas cosas lo cansaban. El frio calante no lo mejoraba para nada, esperar era como una viuda que llora el resto de sus noches, insoportable al oído inocente. Se tiró en la mullida cama, aguardando un poco más con aquel traje en el que invierno se colaba sin esfuerzo, un traje que se ceñía a la perfección a su cuerpo. Tomo la gabardina negra que se desparramaba sobre la cama y se cubrió con ella como si fuera una manta larga, encogiéndose en ella y cubriéndose por completo.

Miro el celular por debajo de la gabardina, su luz brillante iluminaba la superficie negra con la que se cubría y el detalle blanco de la camisa bajo el chaleco. El último mensaje en ese momento.

||—¿Chuuya?||

Dejo el celular a un lado y cubrió su nariz con su propio aroma a nicotina en la prenda, calentó sus mejillas. La somnolencia le gano.

No noto los pasos venir, ni el sonido de los golpes votando el pestillo con desesperación, o las manos tensas de ira y culpa. Aquellos ojos que se irritaron al entrar a la penumbra, ni el tono caoba en sus iris que se oscureció al encontrarlo como un ovillo en la cama. Tiro de la gabardina hasta dejarla sobre el suelo desparramada, paso sobre el para abrir la ventana que se atoraba con la armella de seguridad, forcejeo con ella hasta la desesperación.

El crujido de los vidrios al romperse lo halo de sus sueños a la realidad. Abrió un poco los ojos, con el cansancio del ahogamiento taladrando sus pulmones, el aroma a gas escapaba por el nuevo orificio y las manos vendadas le cargaron hasta sacar su cabeza por la ventana, entre quejidos y la tos demandante, ambos con las piernas dobladas sobre el colchón. La tos que le robaba temblores y jadeos al recibir la libertad del aire que le lleno después de un resoplido con esfuerzo y el tono pálido de su rostro se calentó en el intento de contrarrestar el frio que azotaba. Se agarró con fuerza al brazo que le envolvía la cintura observando la carretera desde la ventana del quinto piso donde estaban. Dejo caer su cabeza hacia atrás, en su pecho, y agotado cerro los ojos. Acomodo sus piernas. El aliento contrario chocaba sobre su coronilla, su respiración era frenética.

—¿Chuuya?

Sus ojos se acuaron un instante en el que procuro permanecer tranquilo para no inquietar más a quien sostenía entre sus brazos jadeante por un poco más de aire. Resoplo moviendo sus cabellos y recargo su frente en ellos, deseando eliminar el aroma a gas que seguía esparciéndose por la habitación. Acaricio las hebras rojizas y deslizo sus manos hasta su brazo cubierto por aquel traje viejo.

Se quedó quieto cuando la mirada azulina le observo las facciones desde su posición con los labios entreabiertos. Observo su pecho bajando y subiendo violentamente. La tranquilidad e sus ojos era tan tangible que le saco una emoción rebotante de su corazón a su estómago. Extrañaba esa mirada como el mar y sumergirse en ella en momentos como ese, muy a pesar de haberle visto apenas una semana antes.

Girándose se desato del agarre en su cintura y se plantó frente a él, sus rodillas arrugaban las sabanas y su sombrero se encontraba perdido de su dueño junto a las almohadas. Dazai le sonrió al observarle, aun estando ambos de rodillas él se veía más pequeño. A punto de decírselo la to de su compañero lo interrumpió.

—Esto de la adolescencia es una mierda, Chuuya.

Dijo mientras se inclinaba un poco para acariciar con su aliento la piel de su rostro.

—Ya no somos adolescente, imbécil...

Lo dejo escuchar el sonido de su risa antes de volverlo prisionero de ambos brazos vendados.

—Siempre eres tan radical...

Le apego a su pecho y se tiró con él en brazos a la cama, escondiendo su rostro en el cabello ya más largo de su compañero. Respiro hondo y permitió que le escuchara suspirar con satisfacción adolorida.

—No tenías que hacer esto... Chuuya, tú no tienes nada que ver en esto.

Cerro los ojos con fuerza y aspiro un poco más de su aroma. Tan propio de la nicotina y el agrio regusto del vino. Busco consuelo en ese abrazo, pensando que talvez en realidad el hombre terco entre sus brazos había hecho el mayor esfuerzo por darle una lección, hacerlo un poco feliz demostrándole la importancia que se tenían el uno para con el otro. En esa hermandad que aun indeseable los unía. Hermandad que al día siguiente rompería.

Sostuvieron el silencio. Nakahara luchaba con la inconsciencia y Dazai pensaba en aquel hombre que había muerto hace una semana atrás.

Pero aun siendo así... no le abrió su corazón.

Consuelo. || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora