Era una mañana lluviosa, había salido a pasear, cuando de repente vi una bicicleta tirada en el suelo de un descampado.
En un primer momento tuve las ganas de salir corriendo con ella; pero luego, me percaté de que en el bolsillo del asiento se encontraba una cartera. Investigué dentro por si localizaba alguna dirección Y, al final, en un pequeño compartimento, encontré un carnet de identidad.
La calle me sonaba, pero no estaba seguro si era la que pensaba; levanté del suelo la bici y me puse en marcha. Tuve que preguntar a varias personas sobre el lugar y, después de un buen rato, un viandante (me supo decir donde era).
Debí cruzar medía ciudad hasta que por fin llegué a la casa; Llamé varias veces al timbre; pero no me contestaban. No me podía creer que nadie me abriera la puerta.
Cuando ya me marchaba, el vecino de al lado, me dijo muy amablemente que se había mudado. Le pregunté si sabía la nueva dirección, el señor entro rápidamente a su casa y minutos después, salió con un papel en la mano.
Mi sorpresa fue enorme al comprobar que se había mudado a la misma calle donde yo vivo. Llegué muy cansado, suerte que no tuve que andar mucho más. Enseguida vi el camión de mudanzas…
Pregunté a uno de los operarios si el propietario de la casa se encontraba allí; y, de fondo mientras hablábamos, escuché gritos de un niño que decía: ¡Mi bicicleta! ¡Mi bici!
Finalmente el padre me comentó que el crio estuviera jugando el día anterior con unos amigos y que se la olvidara, no recordaba donde la había dejado.
- ¡Seguramente que toda la noche estuvo llorando al saber que hoy nos mudábamos de casa y que la perdería!
Me dieron las gracias los dos y me invitaron a cenar. Y hoy mientras disfrutamos de una velada, estuve pensando que si no fuera porque hace unos diez años encontré su bicicleta, jamás hubiera comenzado una muy buena amistad con mi vecino.