Cap 1. Good Vibes

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Un desastre general se cernía sobre aquel cuarto, varias latas de Monster tiradas y un par de hojas desparramadas por la cama y el escritorio, por la ventana se colaban débiles a la par que esclarecidos rayos de sol, unos que dejaban el cuarto iluminado. Habían varios muebles blancos a juego, tales como un tocador, una silla, y básicamente todo el cuarto, había varias prendas tiradas por ahí, y unas gafas circulares relucían encima de la mesa de noche, encima de un reloj digital.

"¡Hola! Me llamo Joyce, Joyce Carter, y bueno, este es mi desastre de vida, básicamente ni vivo ni dejo vivir, pues hago ruido hasta las tantas para al día siguiente levantarme corriendo para ir a clases, soy un desastre, que puedo decir..."

Un estruendo no tardó en llenar la sala, venía de la mesa, era, obviamente, su despertador, algo tan básico lograba asustarla cada mañana, como si fuese algo nuevo, un día repetitivo, un día que se repetiría hasta el infinito.

"El día de la marmota..."

Una figura femenina se alzó de entre las sábanas —que casualidad, blancas también —. Llevaba el pelo medianamente corto, en unos preciosos rizos que la hacían ver bastante mona, un mechón siempre quería estar en su cara, era un mechón rebelde, todo el mundo tiene uno.

Llevaba una camisa con forro polar de osos, de color marrón claro, y unos pantalones de forro igualmente, negros. No solía bajar el listón en lo que a pijamas se refería, y no sería ese día, ni ningún otro el que lo bajase.

Su expresión parecía de exasperación, de impaciencia, le molestaba oír eso cada día, pero por alguna razón extraña siempre permitía que sucediese.

—¿Que horas son...?—preguntó a nadie en particular, somnolienta, desperezándose y mirando el reloj, las 8.

—¡Mierda mierda mierda llego tarde!—interrumpió fugazmente su acción y se levantó de un brinco, encarando el baño, ahí se vistió, duchó y lavó los dientes.

"Realmente esto no suele ser frecuente, quiero decir... No me pasa nunca, pero, hay una razón, una razón que quizás tenga que ver..."

Al salir del baño, llevaba una amplia sonrisa dibujada en el rostro, sus padres eran de procedencia Latinoamericana, y no hacía falta ser detective para notarlo, era bastante obvio viendo su piel y sus rasgos. El conjunto que llevaba era precioso, una chaqueta vaquera, con mangas grises, y una larga camisa rosa, que—no solía frecuentarse en su persona— también cumplía la función de falda. Llevaba unas Converse rosas y unos calcetines de béisbol rojos y azules.

"Muchos me dicen que soy muy mona, prácticamente todos menos ella, a veces siento que preferiría tener a una sola persona que a todos menos a dicha persona..."

Se puso las gafas circulares, y, con la mochila al hombro, abandonó la casa. Cerró con llave cuidadosamente y abandonó la residencia.

Su casa era bastante lujosa teniendo en cuenta cuanto dinero tenía, sus padres llevaban comprandole de todo básicamente desde que era niña ya que sacaba muy buenas notas, eso le subió bastante el autoestima y sobretodo el ánimo para seguir intentándolo, pero algo afectó repentinamente a sus estudios ese año. Ella llevaba siendo homosexual mucho tiempo, y apenas ese año se había percatado que de verdad lo era, y no un juego como los anteriores años, ella lo era, y esta vez planeaba mostrarlo al mundo, sonreír ante cada problema, dejar de ser la misma chica cliché y ser la Joyce que todo el mundo quería, esa en verdad era su heroína, ella misma.

"Joyce la heroína de Joyce, que ironía... Realmente no me agrada mucho la idea de tener que cambiar tan solo para convertirme en quien de verdad quiero pero, tendré que hacer un esfuerzo, por mi y por todos..."

Abrió la puerta del portal y pudo sentir la cálida brisa agitar su falda. Se sentía extraña, como si ese día fuese distinto, como si esta vez fuese a tener más valor para comerse el jodido mundo, pero claro, eso sería probablemente otro cuento de siempre, sus típicas ilusiones.

Por lo general, los ciudadanos de Washington no eran del todo malas personas, y, teniendo en cuenta las demás ciudades, esa podría ser probablemente la más pacífica, mucha gente conocía a Joyce, tales como el camarero de la cafetería, el cartero, el director del instituto, y un largo etcétera. Siempre tenía la bicicleta roja estacionada frente al edificio, desató la cadena con una llave, y emprendió su viaje, primero a la cafetería.

"Es mi rutina prácticamente desde siempre, levantarme, arreglarme, cafetería, instituto. De hecho una vez en vacaciones hice esto sin querer, soy realmente idiota, por eso en vacaciones mi rutina es: levantarse, existir, dormir, ir a la cocina, volver, existir, dormir."

La ciudad por la mañana era bastante bonita, se veían los coches deambulando por las calles, obedeciendo cada regla de conducción, y eso de algún modo para Joyce era perfecto, era satisfactorio. También se podía ver el anaranjado cielo llenarse lentamente de pequeñas "v" que, a medida que se iban acercando, se distinguían como pájaros u otras aves. Se podían ver los niños jugar, las madres llevar en sus carros a sus recientes bebés, y eso de alguna manera era la razón por la cual merecía la pena la vida, era hermoso.

La noción del tiempo no existía para Joyce cuando de ir a la cafetería se trataba, llegó en un abrir y cerrar de ojos, aparcó cerca de la puerta, y entró a la estancia.

Una divertida campanada le recibió, típica de todas las cafeterías, se sentó cerca de la esquina, todo el suelo estaba hecho de madera oscura, rechinaba bajo cada paso, pero podía resultar acogedor si te acostumbrabas. Olía demasiado a café, olor que no era del todo agradable pero que podía tolerarse, el camarero saludó enérgicamente a Joyce para seguidamente tomar su orden.

Ella se acomodó en su asiento, no sin antes ajustarse las gafas, y sacó su Mac de su mochila a cuadros. Lo puso en la mesa abrió la tapa, para luego, abrir un informe de Word.

Echó un vistazo antes de empezar a escribir, miró por encima del ordenador y pudo ver a la misma figura de siempre, una chica de bonito pelo turquesa y blanco arriba, remangado en dos coletas. Sus ojos eran verdes, lo más bonito de su cuerpo. Ella simplemente le dio un sorbo a su café y siguió con su teléfono móvil, no se podía distinguir muy bien pero probablemente era Twitter.

Joyce suspiró de amor, era simplemente perfecta, la veía ahí cada día, cada momento, y no podía ni hablarla, era injusto. Llevaba semanas planeando como hablar con ella, y por fin había llegado a una conclusión, un informe de Word, si si, probablemente estuviese muy liada con sus tesis y sus cosas, pero en sus ratos libres iba a dedicar cada segundo a ese informe, iba a ser su propia heroína, iba a ser Joyce Carter.

» ¡Hola! Soy Joyce, Joyce Carter...
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Primer capítulo.

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