El último rezo del Cardenal

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El último rezo del Cardenal


"Posado en una rama del laurel,

el Cardenal observaba a Su amor"

*

Luego de la Última Misa de Pascua, el Cardenal la vio, a Ella; ahí sentada, entre los demás fieles, entre los demás.

Mirándolo a los ojos; llena de amor. Sentada entre los demás. Su pelo oscuro, entregado al viento. Sus ojos profundos. Su piel cálida, dulce. Su perfume a jazmín. Su pelo claro, acomodado al tiempo. Sus ojos cercanos. Su piel suave, colorida. Su perfume a jazmín. Su pelo tornasolado, al tiempo en que el viento lo acomoda. Su piel colorida, cálida, suave, dulce. Su perfume a jazmín, a jazmines.


Durante la noche de la víspera del fin del segundo mes del calendario el viento del sur azotó con fuerza la Iglesia. Los ventanales de San Mateo y San Juan quedaron cubiertos de pastos, hojas de los ombúes, insectos que no pudieron escapar, y unas cuantas flores de jazmín. La puerta de algarrobo ni se movió un centímetro; sus viejos pero fuertes herrajes sostuvieron el peso el paso del tiempo. El techo de la nave principal cedió ante las ráfagas, un par de tejas coloniales salieron volando, desapareciendo entre las casa vecinas. A la mañana siguiente, el cielo radiante, el calor del día y las aves cantando descubrieron los daños. El Cardenal fue a la sacristía en busca de algún daño, no encontró nada, Él seguía ahí. Fue en busca de la escalera al galpón. Aquel galpón olía a años mezclado con moho; el techo de chapa galvanizada parecía un planetario, de tantos orificios la luz que se filtraba proyectaba constelaciones enteras sobre las herramientas; era lindo y melancólico al mismo tiempo, ese techo tenía su edad, lo sabía bien, él lo había colocado. Apoyo la escalera primero sobre el ventanal de San Juan, lo limpio con detenimiento, con mucho cuidado: "lo que la naturaleza no destruye el hombre puede romper" pensó para sus adentros; con un paño fino dejó completamente translúcido el vidrio, a través se podía ver como los colores de la luz que lo atravesaban dejaban su dibujo sobre los bancos vacíos, se alargaban las siluetas, se descomponían los colores. El ventanal de San Mateo estaba un poco más alto, más al sur, frente al horizonte del sol; llegar no era una tarea fácil, pero "la voluntad puede más" decía en la misa el Cardenal, así que juntó fuerzas, acomodo la escalera, y con el mismo cuidado, limpio todo el ventanal; San Mateo a sus pies decía: "allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón". El "buen pastor", le decía el Cardenal. Cuando hubo de haber guardado la escalera abrió la puerta principal de la Iglesia y vio como la luz bajaba del cielo gracias al polen y el rocío. El Cardenal se quedó inmóvil, absorto imaginado como la luna formaba el rocío, lo hacía ascender, flotar hasta lo más alto, y derramarse por todos lados. El alma se le doblaba, la alegría, mojaba cual el rocío, todo su corazón. El mantel húmedo fue doblado a la espera de ser lavado, secado, planchado y perfumado con agua de jazmín. "El techo otra vez", suspiró. Una Iglesia construida sin recelos, pero un techo que se niega a cerrar. La tarde encontró al Cardenal reparando el techo. Las tejas nuevas resaltaban de las de viejas, llenas de musgo verde marrón; desde lejos parecían el parche de una herida abierta, un parche recién puesto a una herida ya vieja.


El noveno domingo del primer año del Nacimiento fue la misa más concurrida de la vida del Cardenal hasta entonces. Una boda fue celebrada; "una esperanza en el corazón de los jóvenes que se encontraron, conociéndose desde lo más pequeño de sus sueños hasta los anhelos más grandes de sus vidas, buscando la paz en sus ojos, mirándose el uno al otro, y ahora cada mañana cuando el sol se ponga caminaran juntos de la mano, caminarán juntos desde la vida por el camino hasta la verdad que solo el amor da", les regalo el Cardenal; con el corazón lleno, pleno, confiando en la esperanza de los novios. El domingo más hermoso de sus días, sintió; luego los vio partir; los vio perderse entre los caminos, entre las casas. Al fin la festividad había terminado. La noche le siguió. El lunes continuó el camino de la semana.

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