LUMINISCENCIA

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  Despertó. Aún con los ojos cerrados, supo que no estaba sola. Podía sentir cómo la observaban.
Lentamente consiguió despegar los párpados, primero uno y luego el otro. Parpadeó con fuerza varias veces intentando acostumbrarse a la fuerte luz que la envolvía. «¿El sol?» Pensó. No recordaba qué le había ocurrido, pero sí que era el atardecer cuando salió de trabajar en la pequeña librería de sus padres. Luego, todo estaba borroso.
Un fuerte dolor en la parte izquierda de la cabeza la obligó a tumbarse de nuevo tras intentar incorporarse sobre su improvisado camastro.
Se llevó la mano allí, donde le parecía que miles de cuchillos aguijoneaban su cráneo y atravesaban su cerebro y sintió la cálida humedad en sus dedos. Sangre.
Miró muy despacio a su alrededor sin casi mover la cabeza, intentando descubrir a quien la observaba desde las sombras del pequeño cuartucho en el que se encontraba.
Al otro lado del habitáculo, tras una mesa y un par de sillas desvencijadas consiguió distinguir la forma de un cuerpo acurrucado en el rincón, oculto en la oscuridad que el foco colgante situado sobre su cabeza dejaba sin descubrir.
Reconocía esa silueta. La habría distinguido en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
     -¿Dónde estamos? -Preguntó con la boca seca y la garganta dolorida. La voz le salió ronca, como si llevase días durmiendo. Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde que salió de la librería.
     -No estoy seguro. En el sótano de una de las casas de las afueras...al norte.
Cuando todo empezó, ese tío nos trajo en su coche y nos escondió aquí. -Al ver la expresión de su amiga arrugó la frente dejando entrever su preocupación. -No te acuerdas ¿verdad?
Ella negó despacio con la cabeza.
     -Será por el golpe ¿Tampoco recuerdas eso? Una de esas luces te derribó justo antes de entrar aquí. Ese hombre...Ian. No, espera, Irah. Fue a buscar ayuda cuando te desmayaste. No creo que tarde.
     -¿Una luz me derribó? ¿De qué estas hablando, Ozz? -Dijo Maya con voz somnolienta, agarrándose la cabeza al tiempo que intentaba incorporarse de nuevo. -Y ¿Qué demonios haces en ese rincón? Pareces un fantasma.
El chico se levantó torpemente ayudándose de la pared y una de las sillas, la cual crujió como si estuviese apunto de partirse, y fue arrastrando los pies hasta el catre en el que Maya recogía las piernas para dejarle espacio. La miró un momento, titubeante, y finalmente se sentó junto a su amiga intentando no acercarse demasiado a ella.
Sin atreverse a mirarla a los ojos preguntó
     -¿Qué es lo último que recuerdas?
Maya miró a Ozz buscando su esquiva mirada sin comprender por qué parecía que le tuviese miedo. Los verdes ojos de él, finalmente dejaron de huir y se resignaron ante la oscura mirada castaña de ella.
     -Recuerdo salir de trabajar. No consigo ver nada tras eso.
Ozz apartó la mirada de nuevo y la posó en sus pies. ¿Cómo podría explicarle todo lo que había pasado, si ni él mismo lo sabía? Respiró hondo y se aclaró la garganta antes de hablar.
     -Te estaba esperando en el parque para acompañarte a casa. Cuando estabas llegando comenzaron los gritos. -Tragó saliva. -Yo no sabía qué ocurría, pero cuando la gente empezó a correr en todas direcciones fui hasta ti, te agarré y te llevé de nuevo hacia la librería. Pero antes de llegar empezaron a caer una especie de luces del cielo. -miró de reojo a Maya viendo el desconcierto en su rostro. Volvió a respirar hondo de nuevo. -No sé cómo explicarlo... Eran una especie de piedras hechas de luz blanca, solo que no parecían tener nada en su interior salvo esa luz.
Un coche pasó frente a nosotros y paró. Este hombre, Irah, salió y nos gritó que entrásemos. Lo hicimos y nos trajo hasta aquí.
La gente se había vuelto loca. Chocaban unos con otros intentando esconderse y nosotros estábamos en medio. Si no hubiese sido por él, se nos habrían llevado por delante o habríamos quedado aplastados bajo la multitud.
Al llegar, bajamos del coche y corrimos hacia donde el hombre nos estaba llevando. Aquí. Pero escuché un fuerte estruendo tras de mí, algo así como un trueno. Al girarme te vi en el suelo con sangre en la cabeza. Estabas inconsciente y había una de esas piedras de luz a tu lado, manchada con tu sangre. -se levantó y comenzó a andar de un lado al otro de la habitación  con pasos nerviosos, abrazándose a si mismo, como si quisiese entrar en calor. -No sé cómo decirlo, Maya, pero me pareció ver cómo esa luz... o lo que fuese, salía de su recipiente y entraba en ti. Sse... Se metía dentro de la herida de tu cabeza dejando la piedra con la forma de un cristal. Un cristal vacío.
Maya se levantó de un salto, pero el dolor de la cabeza y la cegadora luz, le provocaron náuseas haciendo que tuviera que sentarse de nuevo rápidamente, casi dejándose caer al suelo y agarrándose en el último momento, quedando con una rodilla clavada en el frío cemento y las manos sujetando con fuerza el borde del viejo colchón. Arrugó las sábanas entre sus dedos y se impulsó despacio hasta sentarse de nuevo.
No podía pensar. Apenas podía respirar. Se llevó la mano izquierda a la herida de la cabeza y palpó con cuidado. Lentamente, bajó la mano y miró sus dedos. Y entonces lo vio. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ahora comprendía el porqué del miedo en los ojos de Ozz.
Él continuó hablando, ignorando las dificultades que tenía su amiga por comprender lo que le estaba ocurriendo.
     -Al principio no pasó nada. -Soltó una corta risa nerviosa. -incluso creí haberlo imaginado... ¡Qué estúpido!. Te cogí en brazos y ese tío nos trajo hasta aquí. Me pidió que me quedase contigo y se fue en busca de ayuda.
A pasado como media hora. Tiene que estar a punto de volver...
     -Ozz, deja de andar, mírame y dime qué demonios me está ocurriendo, porque no creo poder seguir consciente por mucho más tiempo.
El joven se quedó quieto donde estaba y se giró hacia Maya. Se revolvió los rizos castaños intentando despejar su cerebro y acto seguido se pasó las manos por la cara acabando con las palmas unidas sobre el pecho, como si estuviese rezando.
     -No sé qué te ha hecho esa cosa. -Estiró los brazos encogiéndose de hombros y los dejó caer de nuevo. -Yo sólo sé que estaba ahí sentado, a tu lado, cuando empezaste a brillar. Tu estabas ahí, inconsciente, y de repente la luz salió de ti por todas partes, envolviéndote, como si esa maldita piedra te hubiese contagiado algo o...
     -O realmente esa luz hubiese entrado en mí, tal y como creíste haber visto. -Terminó ella con voz temblorosa.
Miró de nuevo sus dedos ensangrentados, viendo cómo la luz que salía de ellos se extendía a lo largo de todo el brazo y de todo su cuerpo. Sentía calor dentro de ella, pero no era un calor febril ni nada parecido. Más bien era algo extrañamente cálido. Como sentir el sol en la piel en un día de frío.
Ozz se acercó a ella sin atreverse a tocarla.
    -Me asusté. -Dijo a modo de disculpa. -No sé qué ocurre ni si tiene solución. -Se acuclilló ante ella y la miró fijamente a los ojos durante un momento. -No se qué puedo hacer, Maya... Lo siento.
A Maya se le escapó un leve sollozo y se cubrió rápidamente la boca con las manos.
Se limpió los ojos antes de que brotaran las lágrimas, y se aclaró la garganta en un vano intento de normalizar su voz.
     -¿Sabes si hay alguna ventana? Me gustaría ver qué está pasando ahí fuera.
Ozz se levantó y caminó hasta la puerta. Antes de abrirla se giró hacia su amiga y la miró de reojo.
     -Será mejor que te quedes ahí. Te avisaré si encuentro algo. -Dijo con voz trémula antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.

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