Brumosas son las tierras de más allá de esta orilla... brumosas son las tierras de Inglaterra, pero en ningún sitio lo fueron tanto, como en River Falls. Allí, en el recortado acantilado de piedra negra, brillaba un antiguo faro, que con su luz fantasmal atravesaba la niebla y guiaba a los barcos sanos y salvos hasta el muelle. En su luz residía el destino de todos los marineros que osasen hacerse a la mar.
En aquel pueblecito costero, vivía una joven pareja, cuyo amor, como tantos otros, estaba sujeto a la fatalidad. Ella, Claire, era la hija de un rico banquero francés y una condesa inglesa; y él, Noah, era un simple pescador... El padre de la muchacha tenía motivos de sobra para querer mantener a su hija alejada de un pordiosero, pero misteriosamente, la madre de Noah, tampoco quería que su hijo estuviera con ella. Pensaba que su pobre muchacho, al lado de aquella señorita millonaria, sería humillado y el nombre de su familia (aunque humilde, decente) quedaría marcado de por vida. No veía el beneficio que aquello podía reportarle si llegaran a casarse algún día. Probablemente aquello se debía a su mentalidad tan patriarcal que aseguraba que era el hombre quien debía mantener a la mujer y a los hijos.
El caso es que, desde que se vieron aquella primera vez en el muelle, Noah y Claire no se habían separado. Sólo a escondidas podían verse y jurarse amor eterno cada noche. Se necesitaban tan fervientemente, que cuando se separaban, se sentían morir. Procuraban no llamar la atención, y su escondite preferido, siempre era el faro, al que casi nunca acudía nadie. Subían a lo más alto y se pasaban las horas contemplando el mar y compartiendo dulces palabras.
Claire, harta de tener que escuchar todos los días a su padre hablar sobre sus múltiples pretendientes, decidió acogerse a un ancestral poder para hacer que ella y Noah fueran inseparables incluso por la muerte misma. La noche de Walpurgis, como cualquier otra, se reunió con su amado en el faro... pero aquella no fue una noche como las otras.
-Noah, hagamos el juramento.- dijo Claire, encendiendo seis velas y colocándolas alrededor de ella y Noah, formando una circunferencia perfecta.
Cuando el chico vio que ella sacaba un cuchillo, se alarmó.
-¿Qué haces...?
-Es un juramento diferente... si nos juramos amor esta noche al juntar nuestra sangre, nada ni nadie nos podrá separar.
Dicho esto, Claire se hizo un superficial corte en el pecho, en el lado izquierdo. Luego cogió la mano de Noah y le hizo un cortecito en el dedo índice y le hizo colocarlo sobre su herida del pecho.
-Nosotros juramos, por la luna de Walpurgis, que nos amaremos siempre... y que no habrá poder humano ni sobrehumano que pueda separarnos...- dijo Claire, por los dos.
Noah se tomó aquello como uno de sus juegos diarios, en los que los juramentos nunca faltaban... no conocía el verdadero poder de la noche de Walpurgis... y en el fondo, tampoco Claire se imaginaba lo que significaba aquel ritual.
Siguieron viéndose, días después, en el mismo sitio y a la misma hora. La madre de Noah sospechaba desde hacía tiempo que su hijo se escapaba para ver a la chica, pero le dejaba hacer, confiando en que fuera a intentar pescar algo más. Pero a la décima noche, no pudo contenerse más, y decidió seguir a su hijo cuando, a media noche, salió en silencio de la casa. Por suerte, uno de los botes del muelle no estaba bien amarrado y pudo desatarlo. Con sus fuertes brazos, la mujer remó y remó en pos de su hijo, rezándole a Dios porque no fuera a reunirse con Claire.
No se podía acceder al faro por tierra, debido a lo recortados que eran los acantilados, de modo que siempre que iban a verse, ambos tenían que enfrentarse primero a la marea. Pero aquella noche el mar estaba en calma... esa calma siniestra que hay antes de una gran tempestad, antes de una gran tragedia... Noah amarró el bote a los pequeños postes de madera que había al pie del acantilado y luego trepó por las escaleras de madera que ellos mismos se habían molestado en colocar desde arriba para poder subir sin tener que correr más riesgos. Claire ya estaba esperándole arriba, impaciente... tenía un mal presentimiento que palpitaba en su corazón con la fuerza de mil titanes.
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Historias a través de una botella
HorrorNo sé si las historias que les voy a contar ahora son verídicas o no, a mí me las contó un anciano borracho en un bar en una de esas noches en las que uno desearía no haber salido de casa. Hay quien afirma que los borrachos siempre dicen la verdad...