RAMOS DE LILAS.

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Abrí la puerta de mi departamento, lo compartía con mi actual pareja; Shiroyama. Había llegado a casa con un insoportable dolor de cabeza, un agotador día de trabajo había sido el causante de ello. Aquel obscuro y monótono lugar, se encontraba inhabitado, Shiroyama aún no llegaba de su trabajo, o eso fue lo que pensé.
Escuché varios jadeos que provenían de nuestra habitación. Me sentía extrañado, se suponía que aún no llegaría de su trabajo  —¿Un ladrón?  —Murmuré fijando mi vista en la pulcra puerta de la habitación. Mis orbes fueron directo a un objeto punzante sobre la mesa; un cuchillo. Le tome del mango con cuidado —Para defenderme— ; no pensaba realmente hacer nada con el, soy muy débil; si, yo mismo me coloqué esa etiqueta. Cuando hay peligro; huyo y pido ayuda. Con pisadas lentas, me acerqué hasta ese pequeño cubículo, con la prioridad de no hacer ruido para que la persona que se encontrará ahí, no se percatará de mi intromisión.

Abrí la puerta lentamente. Me sentía totalmente vulnerable hacia el invasor. Si fuera un ladrón, que se encontrará amenazante con algún arma ¿quién me protegería?. Mi cabeza fue nublandose de pensamientos negativos conforme abría la puerta, pero estos se desvanecieron al ver al causante de aquellos jadeos que tanto me habían alarmado. Sentí que mi corazón dejó de palpitar, mis ojos se abrieron enormemente al ver aquella imagen aterrorizante plantada frente a mi; Shiroyama se encontraba en el suelo, empapado en sangre, sangre, que poco a poco manchaba el pulcro suelo. Mi sosiego se había esfumado; solté el cuchillo entre pánico, ¿por qué no pudo ser un ladrón, y no esto?. Mis manos empezaron a temblar, sentía que caería al suelo adormecido.

Le habían hecho varias heridas punzantes en su vientre. Aún se movía, pero cada vez mas débil y con la mirada plantada en mi al verme entrar en la fría habitación. Elevó una de sus manos, abriendo su palma,  indicando  que le auxiliara. Por inercia corrí hasta su cuerpo entre lágrimas, mis ojos cristalinos dejaban caer gruesas lágrimas en su rostro,  estás, resbalaban hasta caer al suelo.

—¡Shiroyama!. — Grité sin parar de llorar, mis mejillas estaban ardiendo. Estaba viendo como mi pareja agonizaba de dolor, mirándome fijamente con sus pupilas dilatadas. Llevó su fria y temblorosa diestra a mi camiseta, arrugandola en el acto. —¿¡Demonios, qué hago!?.

Esa noche había sido muy tormentosa para mi, la persona a la cual amaba, a la que le había entregado mi alma entera, se encontraba gravemente herida. Entre lamentos y gritos, me encontraba acuclillado tratando de hacer algo para que dejara de sufrir; intente llamar un servicio médico, cogí mi aparato móvil, pero mis intentos fueron nulos; "sin señal".

—No, no, no…—Azoté iracundo mi aparato móvil contra el suelo, no sabia qué hacer. —Joder…—Chiste.

Su respirar cada vez era mas débil, luchaba por su vida. Sus ojos tristes no dejaban de mirarme. De pronto, una sonrisa  fugaz paso por el rostro del moreno, pareciera que había recordado aquellos momentos felices, o simplemente, dando a entender que había aceptado su lecho de muerte, sin resistirse más.

—¡No; resiste, por favor, Yuu!.—Implore entre lágrimas a un cuerpo que desgraciadamente ya no tenía salvación. Mi voz empezaba a cortarse, no podía hablar. Sentía un gran dolor en mi pecho y garganta.

—Takanori... —Articuló  con un tono de voz muy bajo,  que muy apenas pude oír.

Sus párpados lentamente fueron cerrándose. Sin quitar su vista en mi, pude notar como una lágrima resbalaba por su mejilla, para luego; morir. Ya no tenía signos vitales, había muerto en mis brazos. Y lo peor, es que no pude hacer nada para evitarlo.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2018 ⏰

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