2. Tras la Posdata

302 37 3
                                    

— Hubiese preferido conservarlos, pero ustedes están en todo su derecho. Son los papás y si creen que esto les va a hacer mejor... bien.

Bien. Las cosas siguen igual de estables; a Manuel no le afecta para nada estar dentro de esa casa y lo demuestra moviéndose silencioso por los pasillos, aspirando despacio, dejando que el aire fluya con suavidad, casi con miedo, tocando las cosas con la punta de los dedos, como si tuviese miedo de romperlo o reflexionando recuerdos, quizá. Las cosas nunca están claras dentro de su cabeza.

— Por eso, si quieres quedarte con algo... nosotros vamos a regalar la ropa, los peluches, la idea es no dejar nada aquí.

— Ya. Ahí voy a ver con qué me quedo. ¿Ustedes cuándo se van?

— Pasado mañana. –responde el hombre, muy lento, como si dejase alguna memoria atrás. Cuando Manuel lo mira tomar una cajita cabizbajo se da cuenta de que su rostro de pronto se ha convertido en todo ojeras, grises y cansadas—.

— Igual es como... son trece años viviendo en Chile. Es harto tiempo, ¿no han reconsiderado quedarse? Tienen todo acá.

— Van a ser como unas largas vacaciones. Muy largas. Nos va a hacer mejor estar con nuestra familia, todos están en Argentina, además, quieren vernos, nos va a hacer bien –repitió—. Después de... tú sabes, las cosas han estado bastante inestables –de esa confesión lo primero que Manuel nota es cómo la mamá de Martín ha dejado de lado el acento trasandino, tan típico en sus años de juventud. Él todavía podría ser capaz de oírle gritando a Martín que entre ya –y ese ya tenía una entonación tan distinta a la suya— y como su hijo no le hacía caso, la recuerda caminando elegante, con la cola de caballo rubia cayendo en sus hombros y ese porte digno, hasta donde estaban ellos y aún puede verla sonreír agachada contra el rostro de Martín, diciéndole que puede invitar a su amiguito a tomar un mate en casa.

Y con el tiempo, ese amigo pudo ir a jugar en las tardes, después ir a terminar los trabajos de la escuela, junto al paso de los días, quedarse a dormir todas las noches de Halloween y finalmente, ese amigo fue quien estuvo de pie al lado de su hijo, con la mirada esquiva, el rostro sonrojado, pero la mano fuertemente agarrada a la de Martín. Ese amigo abrió la boca y les sonrió, acurrucado dócilmente en el hombro que olía a perfume cuando Martín se decidió a contarles que era su novio.

Y no les sorprendió, realmente. Tuvieron pequeñas pistas para seguir durante trece años.

Pero ahora todo lo que queda de esa mujer imponente, de esa argentina buenamoza, es la triste figura de su alma en pena, de su pecho vacío. Ya nada queda de la imagen que Manuel tenía en su cabeza, pues en su lugar se ha erguido una mujer mayor que viste colores apagados, que no ocupa maquillaje y que lleva atado en una cola el pelo largo, liso y lleno de canas grises, el color que toman las rubias naturales al envejecer.

Cuando Manuel piensa en ello y recorre con su vista el trayecto pequeño del padre de Martín desde la cama del muchacho hasta el espejo en la pared y observa el reflejo, se da cuenta de que un año y un par de meses han sido demoledores en la vida de esos dos padres y con curiosidad se pregunta si él luce así también. La sonrisa natural y amistosa del papá de su novio muerto (y es de él de quien Martín la heredó) se ha esfumado, casi como su aire vivaracho. Manuel puede hacer memoria del argentino canchero que para su cumpleaños le regaló una invitación a comer (y fue realmente una invitación a su casa, se jactaba de preparar los mejores asados) y que siempre estaba burlándose pícaramente de La Roja; ¿a dónde han quedado ahora los rastros evanescentes de una sonrisa permanente en la cara del hombre alto de ojos verdes? Así como se ha ido una parte de sí mismo, es probable que se haya evaporado para siempre cierta parte también en ellos.

Y Manuel lo entiende, está bien. Duele como mierda, pero está bien.

— Sí sé –responde, sacudiendo la cabeza para despabilarse de todos esos pensamientos. La habitación se sume en un silencio incómodo, ninguno tiene algo que decir.

Posdata ¿Ya dije que te amo? || ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora