El guerrero de papel Hubo una vez, hace mucho tiempo, quizá unos siglos después de la invención de la imprenta, una tribu de personitas de papel. Sí, de papel, como el papel de los libros. Cada uno tenía su propio oficio y función dentro de la tribu; eso dependía específicamente de las palabras que llevaba escrito en sí cada uno de esos extraños seres. Nuestro pequeño héroe, conocido por las leyendas como el Guerrero de Papel, nació con su destino decidido, sería un guerrero, lucharía cada batalla por los suyos y los libraría de cuanto enemigo se interpusiera. Según los cuentos más antiguos, el Guerrero sobrevivió a 113 batalles al mando de su ejército. ¿Por qué 113? Simple, desapareció el día de la 114. Nadie supo la razón, ni su prometida, ni el rey, siquiera su líder religioso. Nadie. Se esfumó como si el viento lo hubiese arrastrado o la tierra hubiese devorado su cuerpo. Lo cierto es que este día les contaré lo que en verdad sucedió con este valiente luchador. Él no fue como los demás, eso todos lo sabían y nadie lo sabía, todo al mismo tiempo. Nadie podía compararse a su valentía, coraje y valor, eso todos los sabían, pero lo cierto es que nuestro personaje era diferente a todos, él pensaba, en esa tribu nadie lo hacía. Todos estaban muy ocupados siendo irrealmente infelices. Aprendió a pensar y eso lo alejó de todo lo que alguna vez lo hizo feliz. Se dio cuenta que el mundo perfecto donde vivía no era para él. Porque aunque la perfección es deseada, cuando es alcanzada termina por ser aburrida y se convierte en una inevitable infelicidad. Cid era infeliz. Se daba cuenta que sus vecinos, compañeros e incluso su amada, lucían como simples personas, ya no había nada especial. Por esta razón, decidió al término de su última batalla, irse para siempre. Deseaba un nuevo amanecer, encontrar seres pensantes con quienes pudiese hablar de lo que por su mente cruzaba, él era una olla a rebosar de dudas y en su pueblo nada iba a disiparlas. Se marchó para no regresar
