prólogo | la cabaña negra.

25 5 5
                                    

Era un día muy especial en la isla Fennbirn; todos y cada uno de los habitantes se hallaban fuera de sus casas festejando el nacimiento de las nuevas herederas.

En Manantial del Lobo los naturalistas se encargaban de decorar cada casa y cada tienda con preciosas rosas rojas; en la Mansión Greavesdrake había una especie de carrera entre las doncellas. Corrían de arriba hacia abajo, de una habitación a otra, recogiendo y adornando cada rincón. Y finalmente en Rolanth no se oía ni el silbido del aire matutino, como normalmente se escuchaba. Las sacerdotisas estaban reunidas en el Templo, agradeciendo a la Diosa el aproximado nacimiento.

Aparentemente toda la isla se encontraba celebrando a su forma el nacimiento de las nuevas reinas, pero las apariencias engañan. En una de las habitaciones de la Cabaña Negra, una casucha situada no muy lejos de la ciudad capital; Indrid Down, se encontraban tres mujeres caminando de un lado al otro impacientadas. Natalia Arrow, la más alta de todas, repasaba mentalmente una y otra vez la cantidad de venenos para poder así mantener la calma. Educar a las reinas para los envenenadores era pan comido, El Concilio podía confirmarlo con la ausencia de naturalistas y sacerdotisas en él. Todas y cada una de sus reinas habían crecido fuertes y sanas; no le preocupaban en absoluto sus cualidades como tutora, temía que la pequeña naciese sin el don especialmente desarrollado.

La más anciana de todas, la sacerdotisa Luca, tomaba delicadamente entre sus manos una pequeña taza de té humeante. Era una de las mujeres más tranquilas de Rolanth, pero absolutamente nadie se salvaba de la presión que se sentía en estas situaciones. Pensaba a ciencia cierta que la Diosa estaba de su parte por la cantidad de sacrificios y rezos practicados por parte de las sacerdotisas.

Finalmente estaba Jules, la naturalista más poderosa en siglos. Su gata montés, Camden, mantenía las orejas firmes mientras observaba la puerta cerrada. Jules se había estado preparando mentalmente desde hacía años. Sabía que no podía negarse a ejercer de tutora, El Concilio la castigaría por traición. Tras lo sucedido con Arsinoe firmó un pacto con la misma Natalia; todos sabían el poder que cargaba en los hombros, saltaba a la vista al verla pasear junto a Camden por las mañanas cuando iban en busca de presas al bosque; y los Arrow, siendo la familia más astuta, no podían correr el riesgo de tenerla en su contra. Jules había trabajado muy duro para poder encontrarse a sí misma en el mismo nivel que las mujeres a su alrededor. Había estudiado, practicado e incluso ejercido clases. Pero aquello no era lo que realmente temía la castaña, para nada. Ella temía encariñarse con la pequeña naturalista.

De pronto la puerta se abrió y el rostro preocupado de Bree Westwood asomó, llamando la atención de todas. 

-¿Ocurre algo? -espetó Natalia mirándola por encima del hombro. No era un secreto que los Arrow repudiaban a los Westwood. Toda la familia fue un estorbo para ellos cuando cuidaron de Mirabella, una de las reinas más poderosas. Amenazaban con hacerse con el poder del Concilio y aquello Natalia nunca lo olvidaría.

-Debéis ver esto -murmuró Bree desapareciendo a los pocos instantes. Las tres mujeres se miraron entre ellas sintiendo una extraña opresión en el pecho. Todas se cuestionaban lo mismo, ¿y si la reina actual estaba en riesgo de muerte?

Sin dejar escapar un suspiro Jules corrió a la sala dónde se encontraba la reina, quien estaba cogida de la mano de su esposo, el pretendiente que arrancó suspiros hasta a las mujeres casadas, Wu YiFan. Jules repasó la habitación con rapidez, nada parecía fuera de lugar. Cada una de las doncellas se encontraban en sus respectivos lugares, esperando ordenes; algunas sujetaban en sus manos grandes cuencos llenos de abundante agua templada, otras en cambio sujetaban utensilios médicos que serían utilizados si las cosas llegaban a torcerse. Estaba a punto de preguntar por qué el repentino escandalo, pero un repentino quejido se le adelantó. Miró los brazos de una doncella situada al lado derecho de la reina mientras contenía el aire en sus pulmones. Varias mantas blancas manchadas de sangre se encontraban amontonadas en sus brazos.

-¿El don de la guerra? -quiso saber acercándose a la muchacha. No escuchó respuesta por parte de nadie y al apenas ver qué criatura se encontraba en los brazos ajenos sintió deseos de que todo fuese por una pequeña reina con el don de la guerra- ¡un barón!

Todos ahogaron un grito ante la exclamación. Nunca en la historia de Fennbirn había nacido un barón.

-Deshaceros de él -ordenó Natalia mirando con repugnancia las mantas. Todo fue demasiado repentino. La reina intentó levantarse a toda prisa de la cama mientras que la doncella se alejaba.

-¡Mi hijo! -sollozaba la mujer intentando zafarse de los brazos de su marido- ¡No matéis a mi hijo! -Natalia sin perder la compostura se acercó a ella y la abofeteó.

-No vuelvas a levantarnos la voz nunca más -reprochó secamente. Jules mantenía los ojos clavados en Camden, quien frotaba su morro en su pierna, intentando evadir el sentimiento de rabia. Nadie en aquella habitación podía juzgar el comportamiento de ambas mujeres. La reina tenía todas las de perder y todos lo sabían, incluso su marido. Una vez que te quedas embarazada siendo reina pierdes todo tu poder ante el pueblo-. Espero que esto haya sido una equivocación -murmuró para sí misma mirando la panza de la contraria-. Giselle -la joven que aún mantenía al pequeño recién nacido la miró-. envenenalo.

El tiempo pasó lento, demasiado lento según Jules. Los sollozos de la mujer tendida en la cama jamás cesaron, cada vez se hacían más y más fuertes. Camden gruñía de vez en cuando, no estaba habituada a estar tanto tiempo encerrada, menos en situaciones tan desesperantes. El segundo niño nació y esta vez Natalia no pudo hacer nada debido a la interrupción de Luca.

-Quizás esto se trate de una nueva generación -pronunció lentamente observando el dormido rostro del pequeño. Sus facciones eran heredadas de su padre, no cabía duda. Nadie la contradijo y se esperó el nacimiento del resto.

Todos en la sala sentían miedo, algunos incluso nauseas. No era común la realeza masculina en la isla. De los únicos reyes que hablaba el pueblo era de los pretendientes que habían conseguido robar los corazones de las jóvenes reinas. Sin duda, cuando Jules vio como la reina sostenía en sus brazos a los trillizos mientras los observaba feliz supo que nada sería como antes.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 06, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

tres coronas diferenciadas ¦ exo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora