Cambio de piel

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La gorgona ya no recordaba cómo era sentirse bonita.

Llevaba tantos años cargando con la maldición a cuestas que ya hasta en sus sueños era una gorgona. No recordaba lo que era traer el pelo largo y sedoso, y peinarlo lentamente, tan solo reconocía la sensación de cincuenta serpientes siseando en su cabeza. No recordaba tampoco cómo se sentía caminar bajo el cielo de Grecia, con la sensación del pasto bajo sus pies, pues llevaba siglos arrastrándose por el suelo. No recordaba ni cómo se veía el sol, ya que nunca salía de su cueva.

Años se la pasó convirtiendo en piedra a todo aquel que entraba en su recinto. Se podían medir los años que habían transcurrido tan solo de observar las vestiduras y armas de aquellos que ya no se moverían jamás. El tiempo transcurría para todos, menos para ella.

La gorgona cayó en depresión.

Su cascabel ya no aterrorizaba el corazón de los hombres, pues ahora se dejaba arrastrar sin ánimos por la cola de su dueña. Las serpientes que antaño amenazaban con sus constantes siseos viperinos se habían dejado caer sobre su cabeza y yacían desfallecidas, sin ganas siquiera de abrir los ojos. Aquel ser atemorizante que había sido fruto de las pesadillas de grandes héroes pasaba sus días tirada en su lecho, los ojos siempre cerrados, esperando una muerte que nunca llegaría.

Por años clamó el perdón de los Dioses, les rogó que le devolvieran su forma humana, que la dejaran convertida en una anciana horrible y jorobada si así lo deseaban, pero humana al menos... más nadie escuchó sus súplicas.

Al haber ofendido a los Dioses una sola vez por su belleza, había sido condenada a los confines de una cueva tal y como Medusa. A una eternidad en la oscuridad, con la sola compañía de sus estatuas. A nunca más poder hablar con nadie, ni a poder ver a otro a los ojos.

A nunca poder amar, so riesgo de convertir al amor en piedra.

El monstruo ya no era más. El tiempo pudo haber seguido su cauce eternamente hasta ver a la misma gorgona convertida en piedra debido a su falta de movilidad si alguien no se hubiera apiadado de su situación.

Los Dioses tal vez habían hecho de oídos sordos, pero las sacerdotisas de Afrodita habían abierto su corazón al monstruo y habían decidido ayudar. Ellas conocían una manera de romper el hechizo, y en estos tiempos donde la fe en los Dioses moría poco a poco conforme pasaban los meses, una de ellas por fin se atrevió a hacer el viaje hasta la cueva de la gorgona y hacer algo por ella, porque nadie merecía ser castigado por toda la eternidad.

Fue un viaje arduo, a través de montañas y terrenos inhóspitos. Había días en que la sacerdotisa quería dar marcha atrás, pero no claudicó. Tenía que intentar, así le costara meses llegar. Por fin, una tarde nublada, al cruzar una montaña logró ver el recinto del monstruo. Un enorme templo de piedra construido a las faldas de un cerro. Los guardianes que antaño cuidaran la entrada para dificultar el paso de los héroes habían desaparecido hacía años, y la sacerdotisa logró entrar con facilidad.

El interior era frío y lúgubre, y la cantidad de personas convertidas en piedra era suficiente para acongojar el corazón de cualquiera. Uno tras otro se apreciaban diferentes héroes. No tantos como contaban las leyendas llegaron a existir alguna vez en la cueva de Medusa, aunque el recinto de su hermana no se quedaba atrás.

Antes de seguir adentrándose en la cueva, la sacerdotisa rasgó un pedazo de su túnica y se vendó los ojos a modo de protección. Si bien había venido a ayudar, bastaba tan solo una mirada para que sus buenas intenciones quedaran atrapadas bajo la forma de una estatua. A tientas, avanzó lentamente, sus pasos apenas audibles, y con su voz llamando dulcemente al monstruo dormido.

Cambio de pielWhere stories live. Discover now