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Semana 1

El calor ya era malo de por sí, pero era aún peor en la pizzería. Siempre estaba llena de gente, y nunca abrían las ventanas. No había aire acondicionado, y la única corriente era generada por dos ventiladores antiguos. Era ruidosa, concurrida, ajetreada... Pero pagaban bien, así que Louis no se quejaba.

Llegó al local a las nueve de la mañana, puntual, pero no tuvo que hacer entregas hasta las once, así que se sentó en la mesa más alejada del alboroto y perdió el tiempo viendo fotos de guitarras, suspirando con anhelo de vez en cuando cuando encontraba alguna que le parecía buena.

Siempre había querido ser guitarrista, era su mayor sueño desde pequeño. Tenía una linda voz, o eso le decían, pero tocar en una banda le hacía tanta ilusión como a cualquier niño le parecía un viaje a Disneyland. Sin embargo, tendría que ahorrar muchísimo para comprarla, y aún más para las clases. Era imposible, y él ya se había resignado, pero no dejaba de anhelarlo. Tal vez, si algún día lo ascendían de puesto, podría hacerlo. Eso esperaba.

Finalmente, sonó la campana que indicaba una entrega. Louis tomó el pedido, lo puso en la bolsa y subió a su bicicleta para salir hacia allá. Hizo una, dos, cinco, diez entregas, y por fin llegaron las cuatro de la tarde.

Volvió a la pizzería, un poco cansado, y miró el reloj. Todo su rostro se iluminó, tomó una caja de pizza y volvió a subir a la bicicleta.

Esta vez, pensó mientras pedaleaba, le diré mi nombre a Harry. Tal vez le hablaré sobre fútbol... ¿Le gustará el fútbol? No lo sé. O de teatro. O de cine. O de libros.

Tengo que pedirle una cita, siguió pensando mientras bajaba de la bicicleta y entraba al complejo, aunque tal vez es demasiado temprano.

Subió hasta el quinto piso por el ascensor, caminó por el pasillo hasta el apartamento 22 y, antes de tocar la puerta, pasó una mano por su cabello.

Algún día se dará cuenta de que no es simple casualidad que todas las semanas me confunda de apartamento, se dijo a sí mismo, y ese día lo invitaré a salir.

Tocó el timbre nuevamente, pero no obtuvo respuesta.

— ¡Pizza! —exclamó, y nada.

Esperó unos minutos, cada segundo un poco más desilusionado que el anterior. Ver a Harry era lo único que le gustaba de la semana.

Tal vez se había mudado, o había salido...

O, tal vez, ya no quería abrirle la puerta.

Rápidamente dejó la pizza en el suelo y salió de allí, nervioso. Un jodido stalker, eso es lo que soy, pensó.

Volvió a la pizzería, triste y confundido. No sabía qué pasaba, pero deseaba con todas sus fuerzas no haber espantado a Harry. Le gustaba, le gustaba mucho, ¡y ni siquiera le había dicho su nombre! Todo le parecía tan desesperanzador. No quería dejar de verlo.

Se sentó en la misma mesa de antes, codos en sus rodillas y su cara, escondida entre sus manos. Cerró los ojos. No puedo arruinarlo, se dijo, no de nuevo, no con él.



Semana 2

El teléfono de la pizzería sonaba, sonaba, pero Francine estaba en su descanso, y Louis no se encontraba con ánimos de atender a la gente. Había dormido menos de seis horas y no había desayunado, y lo que menos quería era lidiar con clientes impacientes e indecisos, pero tenía que hacerlo por el bien de su salario. Así que luego de cuatro tonos, atendió de mal humor.

pizza guy ; l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora