La bailarina encantada

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Hoy saldré al escenario otra vez, las luces estarán fijas en mí y trataré de fingir que puedo soportar la presión. Los espectadores están aburridos. Todos en el teatro están abatidos de ver las mismas cosas, el interés desapareció hace mucho y la desesperación por algo nuevo crece a cada paso.

Los niños en el teatro sonríen y esperan con aprecio mi actuación, Aman verme bailar, es mágico. Uno de los encargados se acerca y me dice que saldré en 30 segundos.

Esos 30 segundos, antes de salir al escenario y empiecen a juzgar mis pasos son los decisivos para decidir sí saldré una vez más o huiré hacia lo desconocido.

Esos 30 segundos que ahora son 15. Veo a la señora Marcela en primera fila, mis padres un poco más atrás y miles de caras desconocidas, ya no recuerdo porque hago esto, los mismos pasos, los mismos ritmo, las mismas expresiones, las mismas clases de personas. ¿Qué hago? ¿Debo correr o enfrentarlo? ¿Hacerlo por mí o por ellos?

Busco la respuesta pero no existe, ya he sido programada, me acostumbré a lo que es "común" a lo que es "respetable", a las críticas.

Faltan 5 segundos, uno de los asistentes mueve su mano en cuenta regresiva.

5, 4, 3, 2, 1.

Salí. Baile mucho.

No por mí. No por ellos.

Si no por el deber ser de lo correcto, por la moralidad, por la alegría, por el movimiento, por el cansancio.

No por mí, ni por ellos.

Por todos. 

Lazos rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora