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El viento frío de la noche estropeaba la perfección de las hermosas dunas formadas en el vasto desierto. En el centro de éste desolado lugar se encontraba una ciudad próspera gracias a que era bañada por un largo río calmo. Largas e ininterrumpidas caravanas visitaban la ciudad de Lyor; sin embargo, esto no significaba que las caravanas llegaban siempre a salvo, el camino era duro por el inclemente astro, además de las bandidas que asaltaban a las que llevaban productos de gran valor. Las únicas que llegaban intactas eran las que contrataban mercenarias para que les defendieran.

Por lo general las caravanas eran atacadas en las cercanías de las ruinas de la antigua ciudad, que había sido abandonada y poco a poco destruida por hace ya dos dinastías del Gran Astro. Unas extranjeras del este que vinieron a reclamar las tierras de Lyor como suyas por derecho divino, por ser descendientes del Sol. Ank Janar era el nombre de la Reina, una mujer de piel oscura y cabellos rizados, que tenía una mirada, que aunque fuera color miel, no era dulce en lo absoluto, era tan penetrante como autoritaria. También era una ferviente enemiga de las adoradoras de La Madre Luna. Para las creyentes monoteístas del Gran Astro, La Madre Luna no servía para nada, más que para iluminar las noches, y ni eso se le daba bien porque no lo hacía todo el tiempo.

La élite se fue formando poco a poco por las comerciantes más poderosas y las sacerdotisas fueron perdiendo cada vez más su importancia, casi nunca eran tomadas en cuenta cuando ellas opinaban sobre alguna planificación del gobierno de Ank. Únicamente estaban allí por mostrar "tolerancia" hacia las Lunaístas; las que en verdad tenían peso eran las Astroístas, sin embargo, las verdaderas consejeras eran las que tenían más riqueza. Por esto que las ruinas de la antigua ciudad fueron tomadas por las que perdieron sus privilegios. La mayoría, personas que, antes de la nueva reina, únicamente estaban amparadas en la religión, sirvientas de La Madre Luna, muchas enfermas y personas sin ninguna adquisición de tierras o recursos.

Sobrevivir dentro de las viviendas que con un pequeño sismo caerían sobre sus moradoras era difícil; poder conseguir comida, agua, medicinas, ropa era casi una hazaña. Era normal, hasta ya eran insensibles cuando se pasaban por las calles sucias y polvorientas, ver una gran cantidad de personas tiradas quizá pudriéndose desde sus entrañas. Pero ya las Ruinas apestaban lo suficiente como para saber si la gente estaba viva o muerta, habían deshechos esparcidos por todo el lugar. Las únicas que la pasaban mejor eran las que prefirieron dedicarse a robar a las caravanas, vivían en la periferia de las Ruinas, estratégico para atracar y realizar sus intercambios ilegales, además se mantenían alejadas del olor putrefacto.

Todas habían perdido su fe en Madre Luna, no ayudaba en nada, aun cuando se le pedía con fervor, parecía no ser suficiente o quizá ya las había olvidado. Además, a Madre Luna no era fácil de invocar, se necesitaba de muchos artilugios rituales para que ella respondiera y no todas sabían de cuáles se trataban, pero quizá alguien si tuviera una idea.

Hija de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora