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Soy normal. Pero no puedo recordar los rostros de las personas. Es decir, si veo a una persona una vez, me guste o no me guste la persona, la próxima vez que la veo no tengo ni la menor idea de quién es. Los médicos dicen que no tengo ningún problema neurológico que explique mi problema. Dicen que es psicológico y por eso vengo al psiquiatra. El psiquiatra se llama Alejandro y es mi primo.

_ Dale Guille, empezá a hablar que aunque seamos primos te cobro por hora.

_ Todo comenzó una tarde de abril. Estaba, como siempre, con la cámara fotográfica Polaroid con la que saco fotos a todas las personas que voy conociendo para guardar sus rostros en mi sistema de archivos. Usted sabe doctor, el archivo que voy armando con cada foto y su correspondiente número de serie que queda grabado en mi memoria y se asocia con todos los datos que mi cerebro matemático almacena de dicha persona.

Lo vi sentado en un banco de la plaza España leyendo un libro de Rohal Dahl en inglés y me llamó la atención. Me acerqué y, para romper el hielo, le conté sobre mi reciente viaje a Londres. Después de una linda charla le saqué una foto (con su permiso, por supuesto). Se llama Rodrigo Antonio Ernandes (sin hache y con ese), 34 años, astrónomo, casado, sin hijos, tres perros, aficionado al tennis y fanático apasionado de los novelistas ingleses. Después de varios encuentros en la plaza, en los que tuve que usar mis carpetas para reconocerlo, nos hicimos buenos amigos.

_ ¿Ese es el mismo hombre del que estuviste hablando a cada rato durante meses?

_ Sí doctor, el mismo. Mi amigo que me lleva 10 años, el mismo que sin querer me hizo feliz, pero que después y queriendo, me ha hecho terriblemente miserable.

_ ¿Cómo es eso?

_ Ahora le explico doctor. El asunto es que nos hicimos amigos rápidamente, él con sus 34 años y yo con mis 24 parecíamos de la misma edad. Mucha complicidad, muchas afinidades, la misma forma de encarar la vida, los problemas, la misma forma de pensar. Después de 6 meses de amistad, salidas, mucha cerveza de por medio y varias confidencias, me presentó a su prima Antonia. Recuerdo cada detalle de cada charla que tuve con ella, que igual no fueron muchas, solamente dos. Y me enamoré. Me enamoré como nunca. Las fotos que tenía de ella eran muchas y más elaboradas que las de cualquier otra persona en mi vida. Empecé a interesarme de verdad por la fotografía y las fotos resultaron distintas, con un balance y una armonía casi profesional. Usted sabe que mis fotos siempre fueron simples, tipo carnet, lo único que me interesaba era agregar esa imagen al archivo, como un dato más. Las de Antonia eran diferentes, me tardaba un tiempo especial para encontrar ese ángulo que capturar la distinción de su nariz respingada, la elegancia de sus finos labios, el brillo de su pelo oscuro, tratando de capturar en ese instante perfecto ,todo lo que ella era para mí. A ella le pareció encantador el tema de las fotos, supongo que se sentía halagada. Pero a Rodrigo no le gustó que nos gustáramos tanto. Nunca se imaginó que yo me enamoraría de ella. Nunca supe si Antonia sentia lo mismo que yo pero a Rodrigo lno le gusto el asunto y decidió actuar. Ricardo se empeñó en separarnos utilizando distintos recursos, generando malentendidos, confusiones y chismes. Como no pudo separarnos y mi relación con Antonia estaba a punto de pasar de amistad a noviazgo se jugó la última carta y le contó sobre mi falla en la memoria. A Antonia no le importó, incluso le resulté aún más interesante. Usted sabe doctor que para las mujeres no hay nada más atrayente que un hombre misterioso, es como un desafío para ellas, creen que con su amor nos pueden “arreglar”. La cosa es que a Rodrigo se le acababan las jugadas y tomó una decisión extrema. Con la excusa de visitarme una noche, llevó una botella de whisky a casa, tomé de más y aprovechó para quemar de un solo saque todas las fotos de Antonia y las suyas también por las dudas. Perdí al amor de mi vida y a un gran amigo en una noche. ¡Estoy desesperado doctor! Si los veo por la calle no los reconozco, han dejado de ir a los lugares a donde íbamos, cambiaron sus números de teléfono, nunca supe dónde viven.... los perdí para siempre! Es un castigo insoportable doctor, tengo este sentimiento de amor en mi corazón y ni siquiera puedo tener el consuelo de su imagen en el recuerdo, ¡no puedo mas!

_ Mirá Guillermo, como psiquiatra no te puedo ayudar. Lo que te pasa es algo de lo que ya hemos hablado muchas veces. Pero como un primo que te conoce y quiere como a un hermano te digo, vos no amas a esa chica. No puede ser que ames a alguien de quien ni siquiera te acordás. Y eso te pasa con todos, no querés recordar, no querés sentir, no querés sufrir...

_ Pero doctor, yo AMO a Antonia, mi sentimiento es verdadero, la estoy pasando mal!

_¡Dejá de tratarme de usted y de llamarme “doctor” a cada rato! Me tenés harto con eso! Sabés perfectamente que nos conocemos desde que nacimos, ¡nos criamos juntos! ¿Ves lo que hacés? Esa distancia que ponés, esa desmemoria selectiva, son excusas que ponés para no involucrarte, para no sentir nada “real”. Lo que sentís por Antonia es una obsesión vana y superficial. Cada vez que alguien se te acerca o muestra el mínimo interés, vos aparentas amor y encima te lo creés. Estoy seguro de que en tus sueños podés ver a Antonia y a Rodrigo perfectamente, pero claro... ¡qué conveniente! Al día siguiente no te acordás de nada! Mirá Guille, yo sé que no te gusta hablar del tema pero esto tiene que ver con tus viejos. Desde que te abandonaron hace 15 años y te viniste a vivir con nosotros que tenés el mismo problema. No verlos más, de un día para otro, es lo que hizo que en tu cabeza se armara semejante ensalada. Ya te lo dije, listo. Y ahora andate que enseguida llega mi vieja para ayudarme un poco con el consultorio y si me escucha que te estoy hablando de tus viejos y del pasado ¡se me arma la podrida a mí!

Y así, sin más, me voy del consultorio del psiquiatra, que es mi primo y se llama Alejandro. Salgo a la calle, me siento como un zombie, desconectado, shockeado. Ya estoy en casa, prendo la tele, en el noticiero hablan de un incendio terrible. Y entonces, agarro todas mis fotos,todos mis archivos, todos los datos de todas las personas que conozco, un poco de alcohol, un fósforo y.....

Me despierta un nauseabundo olor a humo viciado. Entreabro los ojos, una tenue luz se cuela por la ventana.Estoy en una camilla de hospital. Viene un muchacho de mi misma edad y me dice que se llama Alejandro. Su cara me resulta familiar. Dice que es mi primo, que tuve suerte, que se incendió todo mi departamento, que los vecinos me salvaron a tiempo pero que ya no tengo ni pelo en la cabeza, ni en las cejas, ni en las pestañas. Y entonces lo recuerdo todo, la pila de fotos, el alcohol y el fósforo.Siento felicidad, estoy puramente feliz. No más rostros por los cuales preocuparme, sólo me queda una memoria en blanco, pura, lista para reescribir. Una joven mujer entra en la habitación. Me dice que se llama Mariana y que es la doctora a cargo de la sala, su voz es muy dulce. Me mira a los ojos, una mirada profunda, compasiva, inteligente. En su mirada veo esperanza y una promesa. Y en ese momento supe con absoluta convicción que ese rostro desconocido que nunca habia visto antes, esa cara, jamás la olvidaré.

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⏰ Última actualización: Jun 22, 2014 ⏰

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