Dolorosa inspiración.

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El destino es juguetón y caprichoso. Es como una cobra indecisa, su cola se mueve de un lado a otro, jamás sabes si te atacará, sus ojos son fríos, poco le importa quién eres. Entonces deja de vacilar y muerde. Cuando lo hace es que entiendes lo que está pasando.

La víctima no puede hacer nada.

El destino se parece, en ese sentido, al amor.

Me molesta llamar a ese sentimiento de forma tan pueril. Es tan pobre esa palabra comparado al poder de su sentir. Maneja el poder del corazón y del cerebro. Mueve al mundo. Porque todo el mundo ama, amor hay en todos, es en qué o en quién depositarlo la diferencia.

Una vez amé tanto que odié, porque volaba cuando él estaba conmigo y rabiaba cuando me dejaba a la intemperie de la soledad. Como si un mundo sin él fuera más fácil y mejor para mí.

Lo quise a costa de cualquier cosa, porque sinceramente no me importaba nada más que mí misma y el efecto glorioso que generaba en mí.

Lo odié por hacerme soñarlo en las noches, por abrir los ojos y ver el fantasma de su presencia. Mis manos recorrían ese lugar que fue suyo y el frío quemaba mis yemas. Mi nariz buscaba algún rastro del pasado y sólo me quedaba recordar para obligarme a rememorar. Una y otra vez.

Aún recuerdo la primera vez que lo conocí, como si fuese una cinta que se repite todos los días.

* * * * *

Las sombras envolvían siniestras a los bailarines dando un halo de perversidad al bar subterráneo. Era mi primera vez allí, una amiga me había recomendado un lugar donde olvidaría mis preocupaciones.

"Un lugar donde volverás a sentir, Malena."

No se lo dije pero esas palabras fueron las que me convencieron por completo. Mi vida era una constante busca de sensaciones fuertes y profundas, sentimientos que me inspiraran a la más loca y bohemia parte de mí. Mi arte se valía de ello, necesitaba sentir demasiado para que mis manos lo expresaran a través de pinceles. Como quién diría es necesario hacer el amor con tu arte, gozar y plasmar en él mi completo ser.

Las luces rojizas destellaban sobre la pista de baile como una escena diabólica, pecaminosa y atrayente. Quería unirme al grupo de personas que se movía al ritmo lento e insinuante pero no conocía el estilo.

Hacía unos momentos había bailado música más corriente y la excitación que había sentido estaba flor de piel. Fue increíble bailar con soltura, el ritmo había corrido por mi cuerpo y ni una neurona había trabajado para hacerlo.

Pero ese instante no sabía como moverme, el baile era de a dos, las parejas danzantes lo hacían con exquisita magnificencia y no me atrevía a arruinar la armonía.

Mis dedos encerraban un pequeña copa de vino y mis ojos se cerraron como si de aquella manera pudiera disfrutar mejor la música. Con movimientos ciegos llevé la copa a mis labios al tiempo que oí una voz a mi lado.

-Siempre es hermoso ver a una mujer que disfruta del tango.

Decidí no perturbarme por el hombre, me concentré en el tono ronco de su voz sin atreverme a abrir los ojos y mirarlo.-Es precioso, cada instrumento, cada golpe en el ritmo... Hay tantos sentimientos encerrados en la melodía que uno no puede hacer menos que corresponderlos.

El extraño se movió más cerca. Desconozco como conjeturé aquello, tal vez un cambio en el aire, un sexto sentido, aún no lo sé.

-¿Qué siente?-preguntó con seriedad. Fue realmente raro que hablara con formalidad. A pesar de ello respondí, su voz era tan cautivante y poco importaba su forma de expresar. La momentánea ceguera me daba la oportunidad de crear una ilusión borrosa de él en mi mente.

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