Prólogo.

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Mi nombre: Erick Brian Colón, y con tan sólo diecinueve años soy millonario. Gracias a mis padres, poseo la mejor mansión, los mejores autos, estudio en el instituto de mayor prestigio; en pocas palabras, somos la familia más acaudalada y la envidia de la mayoría de las personas en esta ciudad.

Hoy es uno de esos días en los que debo asistir al instituto, mi padre va a llevarme:

— Toma, Erick. Con este dinero vas a sobrevivir en la semana— me pasó un fajo de diez billetes de cien dólares, es decir, mil dólares; gracias a esto la pasaré bien. De fiesta, bebidas y muchas chicas.

— Gracias, papá.

— Sabes que eres mi amado hijo, Erick. Te daré todo lo que necesites.

Después de recibir una palmada en el hombro de su parte, salimos de casa para poder subir al auto y tomar camino. Luego de diez minutos en avenida en medio de un atascamiento en el tráfico, saqué mi teléfono —iPhone 11 Pro Max— y al encenderlo observé los mensajes que tenía en mi pantalla. Me extrañó al escuchar los toques a mi ventana del lado del copiloto, cuando volteé para revisar, me sorprendió ver allí a una chica, una indigente. Bajé la ventana para ver que quería:

— ¿Podrías darme algo para comer?— preguntó y no pude evitar fijarme en su aspecto. Sus manos estaban totalmente sucias, el pelo alborotado resguardado bajo un gorro de lana sucio, tenía ropa poco cuidada y era inevitable pensar en cierto mal olor.

No me tomé el tiempo para pensarlo y simplemente saqué un billete del bolsillo de mi chaqueta del uniforme:

— Toma— le pasé cien dólares.

— ¡¿Qué se supone que haces Erick?!— escuché exclamar con fuerza a mi padre, además de la forma en que aquella chica se asustó por esto—. ¡¿Por qué le das tal cantidad de dinero a esa indigente?!

— Ve tranquila— le digo a la chica que aún se encontraba paralizada en su lugar; ella solo asintió y se marchó con cuidado entre los autos detenidos.

Me acomodé en mi lugar, arreglé mi uniforme y sólo miré por cortos segundos a mi padre, quen estaba destacablemente irritado por mis actos recientes:

— ¿Me puedes explicar, Erick?— pidió.

Me quedé en silencio y pensativo, pensando en la chica de recién. Quién pensaría que debajo de toda esa mugre y suciedad habría un par de ojos tan vivos y hermosamente azules, me recordaron la profundidad del océano.

Indigente |Erick Brian Colón|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora