El otro Castiel

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Castiel observaba las luces distantes de la batalla. Había abandonado su puesto mucho antes de que el apocalipsis comenzara. Con dolor, vio morir a sus hermanos a manos de sus hermanos. Por años observó cómo la humanidad fue arrasada sin piedad, la obra más amada de su padre, llevada al borde de la extinción. Pero esa no era su guerra.

Súbitamente una sensación de anhelo inundó su mente. No era con exactitud una plegaria, pero alguien estaba pronunciando su nombre. Hacía más de un siglo que ningún humano llamaba a Castiel por su nombre.

«Quisiera que Castiel estuviera aquí». Esta vez sintió un golpe en el pecho, como una puñalada. Se miró, pero no había heridas; en su lugar, un delgado cordón de gracia había aparecido y se extendía ondulante, perdiéndose en el horizonte. Su cabello y los restos andrajosos de sus ropas se arremolinaban con el viento, pero la línea de luz se mantenía inamovible. Castiel desplegó sus alas negras y estrelladas como la noche, y se lanzó al vuelo siguiendo el sendero luminoso.

***

—Tendríamos que haber traído a tu ángel —protestó Ketch mientras desenterraba una espada ángel del cuerpo que yacía a sus pies.

—No es mi ángel —respondió Dean cortante, reanudando la marcha—. Y ya basta de eso. Mantente en silencio o te coseré la boca como a Gabriel. ¿Capisci?

—Capisci —murmuró Ketch, con una sonrisa burlona—. Pero a mí no me engañas, Winchester. He conocido muchos ángeles y ese ángel te mira con devoción. Como si fueras Dios en la Tierra —insistió el ex Hombre de Letras.

—Cas es mi amigo, somos familia —dijo con voz ronca.

Sabía que Ketch tenía un buen punto, que lo que había entre ellos muchas veces era más que amistad o lealtad, pero por ningún motivo iba a admitirlo, no en voz alta, y mucho menos a Ketch. El ingles no volvió a insistir, solo maldijo por lo bajo y volvió a guardar silencio.

Dean sabía que venir solo con este imbécil era la mejor opción, de esta forma Sam y Cas estaban a salvo en el búnker, pero luego del tercer encuentro con ángeles, comenzaba a pensar que se había apresurado a pasar por el portal. ¿Qué tal si no regresaba? ¿Qué tal si moría allí? Se había despedido de Sam, o algo así, pero ¿y Cas? Ni siquiera lo había llamado por teléfono. Seguramente ya estaría de regreso y furioso por saber que Dean se fue sin él. Sintió que la nostalgia lo invadía. Se había ido sin decir adiós.

«Castiel, lo lamento» pensó. No era una plegaria, era inútil orar ¿verdad? Cas no lo oiría desde esta otra dimensión. «Quisiera que Castiel estuviera aquí». Sacudió la cabeza para terminar con esa línea de pensamiento, debía concentrarse, estaban en territorio hostil.

No habían dado ni diez pasos luego de la definitivamente no plegaria de Dean cuando vieron una esfera de fuego aproximarse a toda velocidad. Buscaron refugio tras unas rocas y esperaron con las armas listas para disparar balas de ángel. A cinco metros de su posición, el bólido impactó contra el suelo arenoso, levantando una densa nube de polvo. Vieron una silueta oscura replegar unas alas enormes hasta desaparecer en su espalda. La figura avanzó hacia ellos y con lentitud se volvió más y más visible.

Una morena con el cabello semirecogido y revuelto por el viento emergió de la bruma y caminó serena, pero decidida, hacia ellos. Tenía una espada ángel en la mano derecha y una sonrisa extraña en el rostro. Mientras avanzaba, varios relámpagos iluminaron la noche.

Ketch estuvo a punto de ponerse en pie para atacar, pero Dean se lo impidió. Algo en ella le resultaba familiar. Iba vestida de negro, llevaba un chaleco antibalas al igual que todos los ángeles que habían visto, pero no usaba el uniforme militar como el resto de ellos. Su vestimenta se veía desgastada y llevaba un saco largo color beige que parecía haber sido un vestido antiguo del que ya no quedaba casi nada.

El otro CastielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora