Juguemos.

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Los juegos habían sido inventados como último recurso para matar el tiempo, quizás para luchar contra el aburrimiento. Se usaba y usa para de alguna manera divertirse, para pasar el rato mientras te entretienes, e incluso, ayuda a ejercitar tu capacidad mental. Al menos eso dicen. Pues contradictoriamente a lo que piensan, hay que ser muy listos para poder jugar. Por algo había un ganador y un perdedor. Quien sabía cómo jugar mejor, ganaba.

Matteo Balsano se había considerado un ganador durante toda su vida. Con una buena posición económica, amigos de los mejores niveles socioeconómicos, una educación intachable y un don de belleza innegable. No podía quejarse.

Sin embargo, lo hacía.

Faltaba algo en sus días. Le hacía falta adrenalina, emoción. Un riesgo por el que sentir que apostaba todo y que si perdía ganaba mucho más.

Pensó encontrarlo al conocer a la tierna y puritana ojiverde, Luna Valente, que transformó su perfecta vida en un caos andante.

Ella era su propio caos con cremosas y pequeñas piernas.

Dejo a su novia de años, se alejó de sus conquistas, encaró a su padre y fue contra su destino de ganador. Pues pensó, que al final del camino, la encontraría a ella iluminando la salida, tal como el sol cuando amanecía. Si lo amaba estaría pese a sus errores. Que eran muchos cabe resaltar.

Pero una vez más, Matteo se equivocaba.

Nadie, por más enamorado que este, perdona tantos errores. No uno tras otro. Luna se cansó de esperar lo que Matteo nunca le podría dar.

Su anhelado e infantil amor de cuentos de hadas con su y vivieron felices para siempre.

—Luna, vení. Luna, por favor. ¡Luna, pará un segundo!

Cansado e irritado sostuvo el antebrazo de la menor para hacer que volteara a mirarlo. Necesitaba que viera su dolor, para quizás, con suerte, lo comprendiera y perdonara. Y él también necesitaba ver esos ojos que alguna vez la cautivaron por lucir tan brillantes como el de ninguna otra mujer que hubiera conocido.

Y eran tantas.

—¡Déjame, Matteo! —replico la pequeña zafándose de su agarre— No tienes ningún derecho a reclamarme nada. No he hecho nada malo. Estoy con mi amigo.

—Claro. —chistó él con una risa cínica— Ahora los amigos se hablan a un centímetro de distancia. ¡Increíble! Me gustaría probar esa nueva forma de dialogo con otra "amiga". Quizás hasta luego te cuente como me resulto. —la provocó, necesitaba despertar algún tipo de interés que no dejara perdiera las esperanza.

Lamentables deseos nunca cumplidos y siempre dolorosos.

—No tendrías que contarme nada porque ya no me importa, Matteo.

La forma en que se cruzó de brazos y su voz carente de emoción le dijo a gritos al italiano que no existía falsedad en sus palabras. De verdad, ya no le importaba.

—¡Y Simón sí te importa, ¿cierto?! —exclamó enfurecido, nunca sabía cómo o con quien despotricar su ira y casi siempre lo hacía con la persona equivocada.

—¡Claro que me importa! Él es mi amigo. Ha estado siempre para mí. —eso solo aumento su enojo.

—¡Pero no me lo digas! ¡AH! —se giró para golpear los casilleros, casi pudo ver el cuerpo de la chica encogerse del susto. Eso no es lo que buscaba— ¿Por qué me mentís, Luna? —intento suavizar su tono, relajarse él mismo porque sabía que nada ganaría con esa actitud. A ella no le gustaba eso y tenía que guardarse tales rasgos impulsivos.

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⏰ Última actualización: Apr 27, 2018 ⏰

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