Parecía que estábamos solo él y yo, solos en medio de la multitud, de toda esa gente bailando al ritmo de la frenética música de la discoteca, pero entre nosotros había silencio, solo éramos nosotros dos. Vi como su cara se iluminaba de una felicidad que nunca antes había visto en él y se dibujaba una sonrisa en su cara, más madura de lo que recordaba. Se acercó a mi abriéndose paso entre la multitud, pero para mí todo ocurría a cámara lenta, tal como si fuera un sueño, algo irreal. Yo estaba inmóvil, no reaccionaba a todos los sentimientos, emociones y recuerdos que mi mente procesaba a velocidad vertiginosa, estaba atrapada en ese marullo de sensaciones, pero quería abrazarlo. Poco a poco se acercó más y más a mí, sonriente, feliz, y yo no podía creer que aquello estuviera sucediendo de verdad. Cuando le tuve delante de mí solo pude decir una palabra, una antes de caer rendida al suelo por el efecto del alcohol combinado con mi excitación:
– Esperé.
Entonces sentí como mi cuerpo se desplomaba cayendo en un enorme vacío, uno que nunca iba a terminar.