Un frío mausoleo

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(Domingo 1:25 am)

Susana esperaba que el tiempo corriera más rápido. Su rostro, resignado y triste, reflejaba que las últimas cuatro horas dentro del pequeño mausoleo habían sido demasiado duras. Ahora estaba recostada sobre el suelo frío, temblorosa, a un lado del altar y alejada lo más posible del exterior. El cansancio había aumentado, obligándola a dejar su postura sentada para liberar su cuello, su espalda y su trasero de la tortura que conlleva mantenerse mucho tiempo así. Faltaba mucho para el amanecer.

Nunca se imaginó que la venganza de Laura sería tan radical, que consistiría en encerrarla a ella en esa apestosa prisión, ubicada en un diminuto cementerio en medio de la nada; que colocaría fuera una videocámara que pudiese filmarla a través de las sólidas rejas de una puerta que, cerrada con un muy resistente candado, permitía la entrada del polvo y el frío, pero negaba toda oportunidad de salir a Susana.

Nunca se imaginó que la venganza de Laura  sería tan radical, que consistiría en encerrarla a ella en esa apestosa  prisión, ubicada en un diminuto cementerio en medio de la nada; que  colocaría fuera una videocámara que pudiese filmarla a través ...

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Al principio, cuando fue raptada, la experiencia no podía sentirse más falsa..., más quimérica. Mientras los chicos, cuyas voces no alcanzó a reconocer, le cubrían la cabeza con algún harapo mugroso y la metían con agresividad en el portaequipajes de un misterioso vehículo, Susana creía ser víctima de una broma bastante diferente a lo que terminó siendo. Las risas y titubeos de sus captores no comunicaban, con mucha seguridad, que lo que vendría a continuación tomaría mucho tiempo. Pensaba que tal vez montarían una escena, en la que la asustarían un poco ─o bastante─ con algún artilugio de tortura o incluso un arma. Lo harían hasta hacerla llorar, y/o hasta que se orinara en la delgada tela de su pijama de manzanas verdes; después todos reirían como lunáticos, satisfechos por sumar una broma exitosa a su lista de estupideces.

La predicción de Susana no podía estar más equivocada. Con cuatro horas tras de sí, y quizá muchas más por delante, su situación apuntaba a causarle un trauma de por vida. No solo era cuestión de encontrarse sola, en un cementerio abandonado, seguramente con varios kilómetros a la redonda de terreno deshabitado por personas. Era de noche; la baja temperatura era despiadada, y su único abrigo era ese pijama que dejaba que se filtrara hasta la más leve brisa. Tenía hambre, frío, miedo, y un agudo dolor de garganta que empeoraba con el correr de los minutos. Los potentes gritos de auxilio, al inicio de todo, mezclados con la consecuencia de respirar el aire gélido, provocaron ese persistente ardor de infierno que la había dejado afónica.

Los coyotes aullaban a lo lejos; el silbido del viento se confundía con alaridos. Susana se mantuvo en el suelo. No dejaría que su temor aumentara por sonidos tan comunes.

Algo se movió en los alrededores. No podía ser una persona ─las personas no se mueven tan rápido─. Tal vez se trataba de un roedor, o un objeto impulsado por el viento. Susana se irguió un poco para observar. Las sombras en la oscuridad simulaban siluetas espeluznantes. El ruido continuó unos largos segundos más, luego se escuchó una especie de golpe seco, como de piedras chocando. Fue en ese momento, cuando Susana lanzó un pequeño intento de grito, que sonó igual al chillido de los ratones.

Ella no creía en fantasmas; al menos eso es lo que quería demostrar. No obstante, ahí no había nadie que pudiera juzgarla por creer. Solo ella..., ella y el antiguo cajón de su izquierda, que contenía los restos descompuestos de Emilio Cota Di... (lo demás estaba desprendido). «"Siempre será recordado"» decía la lápida. «Si siempre lo recordaran, este lugar no tendría ese hedor a mierda y putrefacción, ¡maldita sea!» pensó enojada. Si ese cajón comenzaba a retumbar, Susana se levantaría de golpe y patearía la puerta con violencia, soltando todo el aire a través de sus cuerdas vocales aunque éstas no emitirían sonido alguno.

Con unas increíbles ganas de orinar, y con lágrimas manando de sus ojos, recordó cómo inició la serie de bromas; cómo al principio solo eran juegos inocentes que provocaban risas de ambos bandos. Recordó cómo esas jugarretas fueron creciendo en potencia hasta llegar a donde estaba ahora. Recordó la nota que le dejaron, junto con una consumida veladora, que ahora se hallaba apagada:

¿Las visitas de nuestro vlog lo valen? creo que nuestras bromas se salieron de control. Tú me grabaste en medio de la playa después de que robaron toda mi ropa. Yo tengo un vídeo desnuda en público, y ahora tú pasarás la noche con el bisabuelo de Hugo. Alguien te recogerá en la mañana... creo.

BESOS DE LAURA





Contienda de insensatosWhere stories live. Discover now