CAPÍTULO 2 EL DIARIO PROHIBIDO

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Sólo con ver la caja me di cuenta que algo no iba bien

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Sólo con ver la caja me di cuenta que algo no iba bien. Un pálpito me lo decía y sin saber lo que había dentro, sabía que no iba a ser nada bueno.

La abrí lentamente, expectante y nerviosa, sorprendiéndome de encontrarme otra caja dentro de la misma. Como si de una muñeca matrowska se tratase, encontré varias cajas, cada vez más y más pequeñas, hasta dar con la última.

Lo que me encontré fue algo muy curioso; un cuaderno raído con aspecto muy usado, aunque de aspecto no muy antiguo. Tras girarlo varias veces para encontrar algo más que me diera pista sobre a quién le pertenecía aquel objeto, el grabado del escudo perteneciente a la universidad para la que trabajaba, me hizo enmudecer de golpe.

Era exactamente igual que el cuaderno que se nos entregaba para realizar las anotaciones de nuestros estudios. Las normas que imponían tanto a alumnos como profesores, eran bastante estrictas, sobre todo con una de ellas: los cuadernos de investigación eran personales e intransferibles. Jamás nadie debía leer lo que había dentro ya que se consideraba personal además de contener información privilegiada de cada investigación que realizaba cada miembro del personal docente e investigador. Con ello, también se pretendía erradicar el plagio de información ya que querían evitar que uno se llevara los méritos y laureles de otro.

Tras echarle un largo vistazo a la portada, comencé a leerlo detenidamente con la sensación de que algo importante se ocultaba entre las líneas.

9 de junio de 1988

Día 1

Empecé a recopilar notas. Las horas pasan, pero mi reloj parece marcar la misma hora.

No me rindo a pesar de que, a veces, mis cálculos no parecen ser los correctos.

Un buen día, sé que mi trabajo se verá recompensado, tengo paciencia.

Mis padres nunca confiaron en mi potencial, pero yo sí.

Bruma de la mañana, a pesar de tu espesor, no nublas mi mente.

El día del mayor descubrimiento en la historia está a punto de llegar.

Rápidamente, la tarde se hizo noche y el tiempo reina sobre mis páginas.

No ponía firma, ni nombres ni nada; no había ningún dato sobre el autor y la letra no me era familiar. Además, aquella anotación era muy extraña, como un código cifrado, ya que no había mucha concordancia en el texto, dando un aspecto de telegrama. Aquel que lo escribiera estaba claro que no quería ser identificado y que quería ocultar algo, quizás como una especie de mensaje encriptado que no podía verse a simple vista. Habían pasado 25 años desde la anotación así que la persona de dicho cuaderno no pertenecía a mi grupo de investigación, sino a otro anterior a nosotros.

Eran las 8 de la tarde por lo que decidí no darle más vueltas al tema, así que hice la cena y dispuse a irme a dormir.

Mi gata como siempre se reservaba un trozo de mi enorme y vacía cama. Mi último pensamiento fue:

El hechicero de Alejandría [en proceso]Where stories live. Discover now