Se acercó un poco hacia él, cerró los ojos suspirando y luego los abrió para observar al otro, contemplándolo. Se veía tan precioso, parecía una bella obra de arte, una gloriosa pintura hecha por los mismos Dioses, tan hermoso e inalcanzable. Repasó con detenimiento sus rasgos. Su cabello oscuro como la noche, aquella hermosa nariz ligeramente puntiaguda, sus llamativos labios. Quería tocarle, acariciarle, pero no podía hacerlo. "Tan cerca y a la vez tan lejos" pensó.
Las ganas de delinear sus facciones con sus dedos no disminuyeron. Quería acercarse más y unirse a él en un abrazo, quería fundirse a su lado como si fuesen uno solo, pero no era algo que podría hacer. Ante el dolor de este pensamiento no pudo evitar evocar aquellos viejos recuerdos, recuerdos llenos de dulzura y amor.
Recordaba el día en que se conocieron, aquel dulce encuentro que el destino les tenía preparado, tan dulce, como aquel pastel de fresa que fue a parar al chaleco de su uniforme por el tropiezo y torpe andar del menor. Pero quizá lo que recordaba con más fuerza fue aquel momento en que notando su soledad e ignorando las burlas y mofas de los demás, el menor se sentó frente a él en el comedor dispuesto a ofrecer su sincera amistad. Le entregó consuelo, apoyo y comprensión, le regaló los mejores días de su adolescencia así como sus primeras experiencias. Fue poco tiempo después en que los abrazos fraternales se convirtieron en tímidos besos y las charlas triviales en dulces palabras de amor. Su historia floreció, como la más bella flor de todo el mundo. Recordaba aquella primera vez en que hicieron el amor, no olvidaba su entrega completa hacia él, como ambos se aferraban mutuamente en medio del delicioso delirio de deseo de les llenaba los sentidos. Y cuando se convirtieron en adultos independientes decidieron enlazarse, vivir juntos y ser una pareja estable y oficial. Al despertar, lo primero que veía era al menor sonriéndole ampliamente con un dulce "Buenos días, amor" saliendo de sus labios. Recordaba la calidez de sus manos al momento en que las tomaba y cuando estas le acariciaban en aquellas noches donde se entregaban en arrebatos de pasión constante. Recordaba sus expresiones, cuando se enojaba, cuando estaba feliz, cuando se estaban amando. Podría jurar que sabía la medida exacta de sus hombros, de su cintura, de sus fuertes brazos y de mucho más. Sin él se sentía vulnerable pero en cuanto era rodeado por sus brazos, se sentía tan protegido y despreocupado.
Se arrodilló y con su rostro entre sus manos, cayó en un mar de lágrimas. Su vista estaba nublada por aquellas gotas de agua salada cayendo de sus ojos y ante un deseo necio, volvió a alzarla para volver a observarle, pero ni un músculo se movió en el rostro contrario, era tan inexpresivo que la armoniosa risa que siempre le había regalado parecía un lejano recuerdo.
- SungKyu... - susurró DongWoo a sus espaldas, posando sus manos en sus hombros – SungKyu, tenemos que llevárnoslo, ya es hora.
- ¡NO! ¡NO PUEDEN LLEVÁRSELO! Solo un poco más, déjame estar a su lado un poco más.
- No podemos, SungKyu, firmamos un contrato – se unió MyungSoo, su hermano, a la conversación – Debemos abandonar ya la sala de velación e ir al cementerio.
DongWoo lo sostuvo fuertemente y lo levantó del suelo. Le dio un cálido abrazo de consuelo pero no era suficiente. No eran los brazos de WooHyun que le rodeaban, esos reconfortantes brazos no le abrazarían nunca más. Y lo que era peor, no volvería a verlo. No por un día, ni una semana... no. No volvería a verlo nunca más.
- No puedo, DongWoo, no voy a poder vivir sin él – dijo mientras caminaban por el cementerio y luego observó aquel agujero en la tierra y como la gente se detenía alrededor, su mirada estaba perdida – No... ¡NO!
Pero la gente no le escuchaba, o bien parecían ignorarlo. Sus súplicas porque no dejaran al amor de su vida en aquel oscuro y solitario lugar no eran oídas.
- ¡NO! ¡BASTA, POR FAVOR! – se acercó a abrazar fuertemente el ataúd, aferrándose tan fuerte que sus brazos se estaban lastimando a pesar del traje negro que vestía. SungYeol y SungJong, los primos de WooHyun, intentaron jalarlo con ellos y que lo soltara - ¡SUÉLTENME! ¡SUÉLTENME DE UNA MALDITA VEZ! ¡SUÉLTENME AHORA! - miró a aquella caja en donde el menor reposaba y una pequeña pizca de rabia se plantó en él - ¡WOOHYUN, LEVÁNTATE DE AHÍ!
- ¡SUNGKYU, CONTRÓLATE! – exigió su hermano con tono fuerte - ¡No ganas nada haciendo esto, él ya no está! Por favor, no se va a levantar de ahí, solo déjalo descansar – no escuchó razones y en el momento en que el ataúd le fue arrebatado de sus brazos, se desplomó en el suelo intentando levantarse nuevamente e impedir que lo bajaran pero fue imposible. Todos le sostenían con fuerza y por más que se retorcía no lograba librarse del fuerte agarre de sus amigos.
Se perdió de nuevo, cayó en la inconsciencia aun estando despierto y cuando volvió en si se dio cuenta de que el ataúd ya no estaba y que el agujero que alguna vez estuvo abierto, ahora estaba cubierto de tierra. DongWoo lo levantó del césped y haciendo que se apoye en él, se dirigieron al auto el cual emprendió su camino apenas se subió. Él había sido el único que faltaba.
Con el auto en movimiento y la mirada hacia la ventana, el paisaje pasaba, pero él estaba ajeno a todo. Cerró los ojos. No podía, jamás iba a poder soportarlo. Aquel dolor en su pecho no disminuía, el nudo que se formaba en su garganta era tan asfixiante, tan doloroso. Sentía que se desgarraba por dentro, como si alguien en su interior le arañara, le quitara uno a uno sus órganos, como si lo estuvieran matando vivo. Y el frío... el frío que sentía con la ausencia de WooHyun, desolador, triste. Todo había sido tan rápido. No estaba preparado, nunca lo habría estado.
SungKyu, te amo. Escuchó la masculina voz en sus recuerdos.
Te amo, WooHyun.
No sé qué haría si algún día me faltaras, probablemente moriría. Me sentiría tan solo. El WooHyun de sus recuerdos le miraba con ternura, mientras acariciaba su mejilla.
Me siento solo WooHyun. Dijo en sus pensamientos, mientras las lágrimas volvían a caer. Es tan solitario aquí sin ti... Tú... ¿Te sientes solo? Miró hacia la manija de la puerta, tan perdido y silencioso. ¿Debería hacerte compañía allí donde estés? Sus manos temblaron. Sí, quizá deba irme contigo.
Y SungKyu abrió la puerta del auto en movimiento, dejándose caer.