Capítulo 3.

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Al final de la clase me levanto corriendo y meto los libros en mi mochila negra lo más rápido que puedo, observando al famosillo coger su libro tranquilamente y dirigirse hacia el profesor Callahan. Mis ojos se agrandan y voy aún más rápido, haciendo que mi archivador azul de pacotilla no entre de ninguna manera en la cartera. ¡Mierda! ¿Cómo es que estaba metido ahí antes? ¡Cabía perfectamente! Definitivamente estoy maldita. Alguien me ha echado una maldición, porque este estúpido archivador antes entraba perfectamente. Vuelvo a intentarlo sin dejar de mirar por el rabillo del ojo como él se dirige hacia mi desgracia. ¡Va a contarle al profesor Verrugoso lo de antes! Me va a meter en un lío de narices como lo haga. Y yo luego le arrancaré la sonrisita burlona que me está mandando en su camino hacia allí con una bofetada de las buenas. Intento de nuevo insertar el archivador entre los libros, pero esta vez a golpes, como si eso fuera un clavo y mi mano el martillo, y me rindo suspirando. Esto es imposible. Cuando él está apunto de llegar al profesor, cierro la mochila y me la pongo sobre los hombros, coloco el archivador bajo mi brazo y corro hacia Matt, tapándole la boca con mi mano antes de que suelte las palabras que no quiero que salgan de su boca.

—¡Hombre, Matt! Contigo quería hablar yo, vamos –digo, obligandolo a dar la vuelta, guiándolo hasta la puerta.

Él suelta una carcajada que es amortiguada por mi mano. Logra con un poco de maña soltarse un poco y me dice:

—Oh, Bella. ¿Podrías esperar un momento? Debo decirle una cosa al profesor Callahan –dice esto último un poco más fuerte para que el Verrugoso lo escuche y poniéndome una sonrisita de “no me vas a detener, preciosa”.

Mis ojos se abren desmesuradamente al notar que el profesor levanta la vista de unos papeles en los que estaba inmerso para mirarnos.

—¿Sí, señor Williams? –pregunta.

El “señor Williams” abre la boca para hablar, pero yo soy más rápida y le vuelvo a tapar la boca con más ímpetu, haciendo que se eche un poco hacia atrás por la diferencia de altura.

—¡Nada! ¡El señor Williams no tiene nada que decir! Él solamente quería agradecerle por ser tan comprensivo con su situación. ¿Verdad, Matt? –le pregunto al idiota entre dientes. Mis ojos transmiten un mensaje bien claro: O te callas, o mueres.

El Verrugoso frunce el ceño ante la escenita.

—Señorita McCain, ¿podría no contestar por el señor Williams? Estoy seguro de que no está mudo.

—Eh...em...sí, pero...bueno, es que yo...—me pongo nerviosa. ¿Que digo ahora? Me quedo un poco piedra, pero entonces siento algo húmedo, caliente y rasposo en mi mano—. ¡Ah! ¿Qué mierda...?—digo mientras quito la mano de la boca del idiota como si me hubiera quemado.

Aunque tal y como debe estar mi cara, seguro que parece que así ha sido.

¿Me acaba de lamer la mano?

Miro frunciendo el ceño al causante de mi sonrojo mientras me limpio la mano en mis pantalones.

—¡Tú...! ¿Me has lamido la mano? –susurro medianamente fuerte, esperando que sólo él pueda oírme.

Él se ríe suavemente y yo veo como su pecho, escondido detrás de su camiseta roja que se ajusta a su cuerpo como si fuera una segunda piel, se mueve al son de su risa. Buf, por muy idiota que sea, es un idiota que está bueno. Eso hay que admitirlo. Pero qué lastima que sólo sea una cara bonita, un pecho que te hace querer descubrir que se esconde detrás de la camiseta que lleva, unos brazos dignos de una escultura de Miguel Ángel, una espalda donde clavar las uñas...y...¡BUUFF! ¡Bella Ariadna McCain! ¿No hemos dicho que nada de pensamientos impuros acerca del estúpido? ¡Pues no te saltes las normas! Sacudo mi cabeza como un perro para quitarme esas imágenes de mi mente, y miro enfurruñada al causante de esos pensamientos.

Te odio, cariñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora