Prólogo.

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— ¿Por qué nadie quiere ayudarnos contra el maltrato animal? ¡También es una causa justa! —me quejé estirando mis brazos.

Solté un suspiro dejándolos caer nuevamente al suelo. Mi cabeza se encontraba apoyada en el regazo de Grace mientras que mis piernas estaban elevadas siendo apoyadas en la cama de mi amiga. Ella gruñó golpeándome en una de mis rodillas.

— ¡Te he dicho mil veces que no me ensucies los cobertores! —bajé los pies del colchón y me reincorpore mirándola.

— ¡Eso no es lo importante! —le grité de vuelta ganándome otro de sus golpes ahora en mi coronilla. —Eres tan mala conmigo —lloriquee.

—Oye, oye, deberías agradecer el que siga escuchando tus quejas. No cualquiera lo haría —se defendió la pelirroja cruzándose de brazos. —Ahora dime, ¿qué fue exactamente lo que pasó en la feria?

—Bueno, me puse en el stand para obtener firmas en contra del maltrato animal. —Dije con ilusión alzando la voz ante el nombramiento del movimiento en el que había estado participando desde hace ya dos años. —Pero nadie me firmó nada, todos son unos tontos indiferentes.

— ¿Pusiste una foto de un perrito llorando? —preguntó cerrando un ojo. Revolee los míos asintiendo.

— ¡Pues claro que lo hice! Es el mejor chantaje frente a las personas mayores, pero al parecer los adolescentes son inmunes al poder de la lástima canina —dije con la cabeza baja. Levanté el mentón y tomé a Grace por los hombros agitándola a lo que ella se quejaba. — ¡Dime que hacer! Ya no tengo más ideas.

—Primero, suéltame —ordenó con voz severa a lo que yo supe obedecer. —Y segundo, solo tienes que llamar la atención, nada más. Tú misma dijiste que no podías tener la cooperación de los chicos de nuestra edad, ¿no? —mi silencio fue más que suficiente para darle la razón. —Pues entonces encuentra algo que a ellos les guste tanto como para ayudarte a salvar a los árboles.

— ¡Son los animales! —aclaré con un tono enojado, ¿es que no escuchaba cuando le hablaba?

—Como sea, si encuentras algo atractivo el resultado será el mismo, más personas para tu protesta. Piénsalo. —Recomendó mientras se ponía de pie y salía de la habitación a Dios sabe dónde.

— ¡Qué es un movimiento, no protesta!

— ¡No le veo la diferencia! —gritó desde otra posición en la casa. Fruncí los labios refunfuñando, claro que había diferencia.

—Muy bien Sam, a concentrarte. —susurré para mí misma al mismo tiempo en que me llevaba ambas manos hasta las sienes para masajearlas y que así las ideas fluyeran con más rapidez.

Bien, que les gustaba a los chicos de mi edad. Mmh… ¿la música? ¡Tal vez pueda organizar un concierto en vivo!... No, imposible. Mis ahorros solo alcanzarían para cubrir los parlantes, nada más; necesitaba ver la posibilidad de un aumento de salario y mesada. ¿Qué otra cosa? Piensa, piensa, piensa… ¿Los libros? ¡Claro que sí! Tal vez si escribo sobre la importancia del bienestar de los animales podría… ¿A quién quiero engañar? Nadie lo leería además de decir que soy un asco escribiendo. Algo más, ¡tiene que haber algo más!

—Y bien, ¿ya sabes que harás? —miré a Sam quien había entrado nuevamente a su cuarto con una limonada en lata sostenida por su mano derecha. Abrió el refresco y dio un sorbo.

Con mis manos me tomé el cabello naciente en mi coronilla y negué cerrando los ojos.

— ¡No tengo ni la menor idea de lo que les gusta a los adolescentes de hoy en día! —lloré dándome por perdida.

Grace revoleó los ojos ante mi rendición. Avanzó hasta mí y me tendió la limonada.

—Se supone que eres una adolescente en plena etapa de hormonas alborotadas, ¿cómo no se te va a ocurrir nada?

Hice un puchero mirándola. Yo desde nunca había sido como el resto de las chicas, que se la pasan maquillándose o leyendo. No, yo disfrutaba del estudio y me agradaba dar a conocer mis pensamientos, defendiendo aquello en lo que creo firmemente. Claro que todo esto nació de mi mamá, quien me inculcó el gusto de ir a protestas que protegen los derechos de aquellos que son pasados a llevar por la sociedad. Lamentablemente la mayoría de los que me rodeaban no entendían mi causa, incluso mi padre hacia empeño por comprenderme.

Miré hacia la pelirroja a medida que mis ojos iban adquiriendo un brillo particular. Si bien yo no era una típica joven de dieciocho años, ella sí lo era. Iba a todo tipo de fiestas, a las cuales por mi estatus social no era invitada, ¡e incluso bebía! Y si bien ella no era una amante de la lectura, si lo era de la música y todo lo que estaba en onda. Ahora que lo pienso, no entiendo cómo es que somos amigas.

— ¿Qué? —preguntó ella notando mi mirada. Soltó un suspiro antes de que pudiera responder. — Quieres que piense algo por ti, ¿no es así?

Asentí rápidamente juntando mis manos frente a mi pecho. Ella cerró los ojos mientras negaba con la cabeza, pero finalmente aceptó prestar su sabiduría juvenil en mi proyecto.

—Bien, pero tienes que hacer todo lo que te diga, ¿de acuerdo? Nada de quejas ni objeciones, recuerda que has sido tú quien me pidió ayuda.

Mentiría si dijera que no sentí algo de miedo al verla tan severa y seria diciéndome sus condiciones. Tragué saliva, tratando de concentrarme en la causa que iba detrás de todo esto, y con eso finalmente pude pronunciar algo.

—Lo prometo. —Y esa, señoras y señores fue mi sentencia de muerte.

—Bien, pues lo que harás será poner una cabina de besos.

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Bien, he aquí el prólogo. Si les gustó pónganle un voto y comentario, si es que pues también lo pueden hacer, están en su libre derecho ^^.

Kissing Booth.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora