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En el eje de los cielos

Astros que sosieguen, astros que bendigan

Sólo cuando mi órbita concluya

Turbará el pasado tu puerta".

En vano traté de vencer mi somnolencia, intentando relacionar estas extrañas palabras

con alguno de los saberes celestes que yo había aprendido en los manuscritos Pnakóticos.

Mi cabeza, pesada y vacilante, se dobló sobre mi pecho; y cuando volví a mirar, fue en un

sueño, y la Estrella Polar sonreía burlonamente a través de una ventana, por encima de

los horribles y agitados árboles de un pantano soñado. Y aún continúo soñando.

En mi vergüenza y desesperación, grito a veces frenéticamente, suplicando a las criaturas

soñadas de mi alrededor que me despierten, no vaya a ser que los inutos suban

furtivamente por detras del pico de Noton y tomen la ciudadela por sorpresa; pero estas

criaturas son demonios: se ríen de mí y me dicen que no sueño. Se burlan mientras

duermo; entretanto, puede que los enemigos achaparrados y amarillos se estén acercando

a nosotros con sigilo. He faltado a mi deber y he traicionado a la marmórea ciudad de

Olathoe. He sido desleal a Alos, mi amigo y capitán. Sin embargo, estas sombras de mis

sueños se burlan de mí. Dicen que no existe ninguna tierra de Lomar, salvo en mis

nocturnos desvaríos; que en esas regiones donde la Estrella Polar brilla en lo alto, y

donde el rojo Aldebarán se arrastra lentamente por el horizonte, no ha habido otra cosa

que hielo y nieve durante milenios, ni otros hombres que esas criaturas rechonchas y

amarillas, marchitas por el frío, que se llaman "esquimales".

Y mientras escribo en mi culpable agonía, frenético por salvar a la ciudad cuyo peligro

aumenta a cada instante, y lucho en vano por liberarme de esta pesadilla en la que parece

que estoy en una casa de piedra y de ladrillos, al sur de un siniestro pantano y un

cementerio en lo alto de una loma, la Estrella Polar, perversa y monstruosa, mora desde la

negra bóveda y parpadea horriblemente como un ojo insensato que pugna por transmitir

algún mensaje; aunque no recuerda nada, salvo que un día tuvo un mensaje que

transmitir.

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