Capítulo único.

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Era domingo, rondaban las tres y media de la madrugada cuando María despertó ya que el insoportable calor no la dejaba dormir como se debía. Intentó dar varias vueltas sobre la cama pero nada que conseguía una posición en la que pudiese caer en el sueño otra vez, después de haber pasado media hora en esa situación mirando hacia arriba en vista de que su teléfono celular había muerto hacía rato por bateria baja y que no veía nada más allá de su nariz, lo cual la llevó a resoplar recibiendo un quejido de su hermano menor que dormía en el suelo buscando el frío que ya se había ido.

Probó echándose a dormir en el piso de cerámica lo que hizo que su espalda sonara y se dijo así misma que al día siguiente tendría un horripilante dolor en esa área, ya estaba vieja como para aguantar esas cosas, ni se quería imaginar como sería el caso de que otra nación más antigua que ella experimentara esas penurias que estaba pasando. Aproximadamente eran las diez cuando le cortaron la electricidad, al principio pensó que se trataba de una racionamiento eléctrico hasta que las agujas del reloj avanzaban y marcaron las cuatro, haciéndole saber que quizás la compañía de luz se había ido al caño debido al mal mantenimiento y administración de ello por lo que no le sorprendía a la vez que fuera el caso, quedando así hasta una semana a oscuras... de paso, sin servicio de agua potable. 

Sentía que su cuerpo no podía más con aquel martirio ¡Iban ya siete horas cuando su cuerpo sudoroso se revolcaba buscando alivio en el piso frío que no le daba consuelo alguno! Ni hablar de su mascota, la cual se acostaba con sus orejas gachas junto a ella siendo un poco consciente del estrés irremediable que sentía su dueña, ni hablar de la impotencia que tenía. Estaba obstinada, molesta, enojada ¡no había palabra lo suficientemente grande para expresar lo que crecía dentro de sí! En su cabeza se reproducían las voces de millones de venezolanos quejándose, llorando, el signo principal de malestar que se escuchaba a unísono como una canción que sabían de memoria.

Al entender que no dormiría nada hasta que volviera la luz se levantó, buscando un camisón que ponerse ya que andaba vistiendo solo prendas interiores. Caminó hasta el porche de su casa, consiguiendo un abanico para al menos aguantar a que esa desgraciada se dignara a regresar. Le fue inevitable ponerse en los zapatos de las personas ajenas a ella, de su pueblo que clamaba un cambio; su vecina que tenía una niña pequeña y debía ser tratada con terapias luego de haber padecido una neumonía que al ser víctima de negligencia médica tuvo como consecuencia dos paros cardíacos. Sin embargo, ahí seguía esa muchachita que mejoraba a pasos lentos pero con ese atraso en la medicina de su país y para completar el tema de la luz, no ayudaba mucho; también estaba el caso del joven que vivía en la esquina de la cuadra, que pocas veces salía a saludar por su extrema timidez. Ya era lunes y María asumía que debía ir a la universidad, que era pública porque no podía costearse un gasto tan grande como lo era una privada, aparte de que tenía que tomar el transporte público —que era otro castigo— y si faltaba a clases nunca se graduaría, porque la institución a pesar de ser una de las mejores del país vivía de paros estudiantiles y los profesores no asistían porque imigraron en su mayoría.

Y así eran muchos los casos que conocía, de los que oía cuando salía a la calle siendo María Páez. Un viento ligero sacudió su cabello negro enmarañado por no haberlo peinado desde hace un par de días ¿pero cómo lo haría? Si le cortaban la electricidad todo el tiempo, períodos de cuatro horas que se repetían hasta tres veces en un mismo día. Suena casi inconcebible para aquellos ajenos a la situación que acontecía en su tierra. Cuando una nueva oleada de calor golpeó su amarga expresión comprendió porque sus primos no la visitaban a menudo, ni siquiera a quien llamaba papá, puesto que España le enviaba mensajes y cartas pero cuando intentaba pedirle que viniera siempre se excusaba ¡ni hablar de Colombia y Ecuador!

Quienes huían de su presencia cada vez que la veían en una conferencia con los demás países. Consideraba que estaba sola, a la deriva de esa circunstancia amarga que la perturbaba puesto que no encontraba una solución factible que pudiera aplicar ella por sí misma; la oposición era una farsa, la gente parecía dormida ante las calamidades que vivían diariamente mientras que a nivel internacional las naciones se encontraban muy ocupadas en sus propios asuntos como para ayudarla, bien sea por tontos asuntos de guerras, conflictos, terrorismo, calentamiento global. Si habían dejado a Cuba de esa forma, ella tenía que esperar exactamente esa neutralidad ante su crisis. Y eso le aterraba, muy pocas eran las veces en que lograba dormir ocho horas seguidas en las que no se despertaba por el hambre que tenía su gente, la angustia, la agonía que carcomía las entrañas de ellos y por supuesto, la nostalgia de aquellos fieles a su patria que buscaban un futuro mejor yéndose a otro país para trabajar y mandar dólares a sus familiares en Venezuela.

¡María, se fue la luz! ℘ VenezuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora