Locos

525 50 6
                                    

Sebastián gime con violencia y empuja, hundiéndose en la carne caliente de su primo. Sus dedos se clavan fuertemente en la piel blanca de la cintura ajena. Tiembla, tiembla como nunca. Su cuerpo aun no había alcanzado a desarrollarse de manera completa, pero ya ha sentido el dolor extremo y el placer. Dolor y placer, sentimientos que bailan frente a el constantemente. Frente a todos.

Unos pequeños y, casi, imperceptibles jadeos, llaman su atención y abre sus ojos que, en realidad, no sabía que los tenia cerrado. Martin, su primo, su otra mitad, estaba abierto de piernas, recibiéndole, al mismo tiempo que lo observaba de manera abrasadora. Esos ojos verdes le erizan la piel y no puedo contener un lastimero gemido, viendo, como resultado, una pequeña sonrisita por parte del mayor.

Como lo detestaba, como lo amaba.

—Mira lo que has hecho, Sebastián— ronronea, al fin, Martin. Paso una de sus manos por su vientre, para llegar al costado izquierdo de su cintura. Allí dolía, tal vez, por la manera, casi compulsiva, en la que su primo menor, apretaba aquella zona. Fue entonces cuando Sebastián se dio cuenta de lo que había hecho. Grandes moratones se extendían por el cuerpo del rubio, como si de violetas en la llanura pampeana, se trataran. Aun así, como si no pudiera despegarse de su primo, apretó su agarre, lo máximo que podía.

—L-lo siento... l-lo siento— balbuceo, moviendo su cadera. El placer volvió a subir, de manera serpenteante, llenando su cuerpo, a medida que se hundía dentro de su primo. El sonido de su pelvis chocar contra las nalgas ajenas, le estremecía y le preparaba para un nuevo orgasmo. ¿Cuántos llevaba? No lo sabía, pero estaba seguro que, cuando se presento en la casa de Martin, era de noche. Ahora, solo podía notar que el cuarto estaba fuertemente iluminado.

Hernández se mordió el labio inferior, mientras se dejaba hacer. En su pecho se alojaba, tal vez, algún tipo de culpa, pero la satisfacción de tener a su primo allí, era mucho mayor. No importaba lo que tuviera que hacer, ni importaba el Imperio del Brasil, ni Gran Bretaña. Sus tierras podrían estar separadas, pero el se llevaría lo que realmente importaba, a Sebastián.

—Siempre me has producido dolor, siempre fuiste un nene rebelde— susurraba, entre suspiros. Sebastián se inclino y se apoyo en el pecho de su primo, mientras lo escuchaba. El dolor que le provocaban las palabras del mayor, le excitaban terriblemente. Aquello era asquerosamente enfermizo, pero allí estaba, a punto de correrse nuevamente.

—¡L-lo siento!— gimió, moviéndose cada más fuerte, notando como su ser completo temblaba—. ¡L-lo siee...!— no pudo terminar su frase, la cual ahogo con un grito de placer. Sentía como su ser llenaba, lentamente, el canal de Martin, quien gimió con el menor. Sebastián se sintió abrazado y, pronto, su primo beso su frente, como cuando era más pequeño. Las lágrimas de placer abandonaban sus ojos caramelos y simplemente se dejaba mimar.

—No te preocupes, porque siempre vamos a estar juntos— murmuro, acomodando los cabellos castaños de su primo—. ¿No? Ya vas a tener mucho tiempo para remediar mi dolor.

Sebastián asintió, sin pensarlo y Martin sonrió, para luego besarlo.

Al día de hoy, Argentina aun no considera que el dolor se haya ido y Sebastián solo se limita a hundirse en aquel amor, algo, enfermizo. 

El amor de los locosWhere stories live. Discover now