A tu lado.

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Presentarse ante un gran público no debería ser problema, ¡ya lo había conseguido en la Tierra de los Muertos, y fue un rotundo éxito!... ¿No? Entonces, ¿por qué Miguel estaba sintiendo que la piel comenzaba a ponérsele aceitosa, casi como si se hubiera untado aceite de cocina a conciencia? Quizás se debía al hecho de que ahora tocaría ante una multitud más grande que la de Santa Cecilia, o la Plaza De la Cruz; miles de ojos estarían observándolo en el mismo plano dimensional, mentes que cargarían con la memoria del más mínimo acierto y fallo que tuviera. Oídos atentos para disfrutar o despreciar su canto, al igual que cientos de bocas preparadas para abuchearle o adorarle hasta que las gargantas se les desgarraran.

Oh, por dios, la presión de cargar con la responsabilidad de hacer felices a tantos desconocidos poco a poco comenzaba a robarle la respiración a Miguel, a inundar sus pensamientos con millones de ecos repitiéndose en su cabeza, rebotando en cada rincón de su cráneo en espera de atravesarlo y escapar en forma de gritos de auxilio. Sus manos, inquietas y llenas de sudor, no dejaban de acariciarse la una a la otra. ¿Acaso de repente el ambiente se puso tan pesado, borroso y casi intangible? Decenas de luces que no provenían de los focos del camerino bailaban alrededor de él, emulando pobremente a las luciérnagas de un pantano cualquiera. Quizás se sentiría mejor si...

— ¡Miguel!

El cuello del susodicho se giró en dirección hacia el origen de aquella voz. Por la puerta del baño salió Marco, quien rápidamente se le acercó. Le tomó por las mejillas, y revisó que no tuviera fiebre con el dorso de la mano. Miguel podía notar en sus gestos que estaba preocupado, aunque no entendía el por qué.

— ¿Está todo bien, Miguel? No me gusta la cara que tienes.

—Ahm... —titubeó Miguel, quien a final de cuentas solo sonrió—. Sí, no me pasa nada. ¡De verdad!

Aquella respuesta no satisfizo mucho que digamos a Marco. Entonces, este solamente clavó su mirada en los ojos de Miguel, con la misma profundidad y paciencia con la cual un halcón cazaba a sus presas. Y pronto consiguió respuestas: un rostro esquivo y una mueca amarga cruzó el semblante de su "Tamalito", quien ya se había dado por vencido en eso de intentar engañarlo.

—Migue, ¿qué te pasa? Pero ahora sí dime la verdad, ¿de acuerdo? —pidió Marco, soltándole para tomar distancia y sentarse enfrente de él.

Miguel lo dudó durante unos segundos, pero de nada servía ocultarle cosas. Además, ¿no se suponía que entre ellos no habría secretos de ese tipo? Por algo la consanguineidad no era el único lazo que los unía: la música los conectaba, puesto que ambas almas resonaban con las notas que ejecutaban en conjunto, en un estado armonioso cual gotas que caían sobre pequeños charcos. Marco notaría de cualquier manera que no estaba bien apenas lo escuchara cantar o tocar su guitarra, así que, ¿qué caso tenía?

Así, simplemente haló aire, y suspiró largamente. Cerró los ojos, y apenas los entreabrió.

—Marco... ¿Crees que estamos listos para esto? —Murmuró con dificultad—. Me refiero a esto, un concierto ante tanta gente. ¿No te da miedo?

— No veo por qué debería, es algo por lo que hemos estado trabajando los dos durante mucho tiempo, ¿no es así? —Respondió Marco, arqueando su ceja—. ¿No estábamos re contentos cuando el agente vio nuestro talentazo en la fiesta del pueblo de aquella noche? ¿O cuando habló con mamá, papá y abuelita para traernos hasta acá a probar suerte?

—Sí, pero... —tragó saliva—. ¿Pero no crees que fue muy rápido todo? ¿Seremos capaces de hacerlo tan bien como los profesionales... o que tengamos el talento de papá Héctor?

Definitivamente el rostro acongojado de Miguel estrujaba el corazón de Marco, ya que no le gustaba verlo dudar de sus propias capacidades. ¡Y tenía que demostrar su madera de hermano mayor, para algo debía servir el nacer quince minutos antes!

Marco suspiró, bajó su cabeza y negó suavemente con esta, para luego sonreír y alzar de nuevo la mirada. Tomó las manos de Miguel, y las estrechó con firmeza pero sin hacerle daño. Rezaba mentalmente porque sus palabras surtieran efecto.

—A ver, Miguel, ¿no fuiste tú el que consiguió que se levantara la prohibición de la música? ¿No fuiste tú el que conoció a nuestros tatarabuelos? ¿O el que puso las cosas en orden? ¿Eh?

—Pero Marco, en todas esas yo...

—Shhh... No he terminado —los dedos de Marco acallaron los labios de su gemelo—. Sí, está bien que tuviste ayuda de nuestra familia, ¿pero crees que un cualquiera sería el iniciador de todo eso? ¡Te presentaste ante cientos de esqueletos en el "otro barrio"! ¡Tocaste junto con nuestro tatarabuelo! ¡Hiciste que mamá Coco recordara a papá Héctor! ¡Ablandaste el corazón de nuestra abuelita! ¿Y me dices que una pequeña multitud te va a tumbar? Oye, ¿sabes las cosas chidísimas que hiciste, y que hasta yo mataría por ver tan siquiera? ¡Y mira que me cuesta admitir todo esto!

—Eh... —Miguel bajó la cabeza, estaba demasiado azorado por haber escuchado todas esas cosas.

—Mírame, Miguelito, mírame a los ojos —Marco le agarró las mejillas, obligándolo a sostenerle la vista—. Ya hiciste muchas cosas todavía más difíciles que esta. Hacer que un montón de extraños te amen va a ser pan comido. Y yo voy a estar contigo para que no te me azotes por nadita, ¿sí? Y más te vale no rajarte después de que te dije todo esto, o mi orgullo jamás te lo perdonará.

Era difícil no reírse con aquello último que su hermano dijo, así que Miguel así lo hizo, y a cambio consiguió que Marco le apretara un poco la nariz por la pena. Miguel exclamó un vago "estate quieto", para posteriormente disfrutar el cómo sus frentes se rozaban entre sí, una caricia muy íntima que no compartían con nadie más.

—... ¿Podrías decirme de nuevo lo genial que soy?

—Nel, ya tuviste mucho de que te chuleara, Tamalito —Marco se negó, pero sonrió maliciosamente.

— ¡Ándale, es que no siempre te pones así de buena gente! —Miguel pidió, aunque solo estaba jugando.

—Lo haré cuando seas mejor músico que yo. ¡Porque le habrás tocado a los muertos, pero a los vivos los encanto yo mejor que nadie!

— ¡Oye, no seas creído!

Una voz adulta interrumpió la charla de los hermanos, quienes se separaron cuando se les avisó que debían salir para ir al escenario en unos minutos más, porque ya estaba por llegarles su turno. Marco se levantó primero, y se acomodó el chaleco con solo darle un par de tirones a las solapas. Y apenas acabó, le extendió la mano a Miguel.

— ¡Andando, Tamalito, que se nos hace tarde!

— ¡Ya voy, no me andes "acarrereando"! —Miguel asintió, y gustoso le tomó la mano para dejar la silla.

Y como si hubiera sido algo hecho por arte de magia, todos sus malestares desaparecieron. Ahora ya estaba seguro de que no únicamente papá Héctor estaría orgulloso de él nuevamente, sino que ahora toda la familia en Santa Cecilia y la Tierra de los Muertos se alegrarían por ambos. Si la música le inspiró a romper los tabúes, ahora sería la familia quien lo alentaría a perseguir su sueño. Y era afortunado de poder contar con Marco para recorrer ese largo camino juntos.


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Este es el primer fanfiction que escribo en años, por lo tanto, disculpen cualquier fallo en la redacción o caracterización de personajes que pudiesen notar. Espero escribir mínimo diez one-shots de esta ship antes de lanzarme a narrar una historia long-term, ¡ojalá pueda adaptarme a la personalidad de Marco antes de llegar a esa cantidad!

Muchas gracias por haber leído esto, ¡nos veremos pronto!

A tu lado.Where stories live. Discover now