Íbamos bien.
Eramos dos almas que se compartian de vez en cuando.
Cada jueves para ser exactos.
Reíamos , bromeabamos , follabamos rico,
hablamos hasta tarde y nos fundiamos en cada abrazo.
Íbamos bien,
definitivamente íbamos bien.
Hasta que de pronto,
un día cuanquiera comencé a contar los días en espera del jueves.
Ansiosa por estar entre sus brazos,
Esos benditos brazos que fueron mis naves al cielo.Empecé a llegar temprano al trabajo para mirarle.
Eran suficientes 10 minutos y una platica tonta,
encontraba la energía para enfrentar esas 9 horas en el infierno,
contando los minutos faltantes para llegar a casa y encontrar su mensaje.
Sí, comencé a extrañar sus malos chistes,
su risa,
la forma en que tararea las canciones,
su silueta a contraluz,
esa forma suya de ensimismarse,
esa otra en que se molesta cuando le generalizo,
queriendo que vea que no es igual a todos.
Ahora que extraño todas sus raresas,
su peculiar manera, lo sé, no es como todos, es peligroso.Vea usted, ¡Qué pendejada!
Me descubrí preguntandome: ¿Habrá comido? ¿Habrá descansado ? ¿Se encontrará bien?Y ahí comprendí que se me infiltró el amor,
que ya no solo le traía ganas.
Y comencé a imaginarme sin querer como su chica.
Y a pensarlo de forma egoísta.
No quería ser sola una más,
ni la chica del jueves en la noche,
tampoco imagirlo con otros cuerpos o disfrutando otras risas.
Lo quería mío, solo de mí.En ese punto estaba cuando me grité ¡para!
y decidí que era hora de alejarme, de dejarle seguir.
Me había enamorado de un ser libre y deseé apricionarlo,
no era sano,
ni justo.Y entonces le abracé y le dije adiós,
Porque que de sus alas me enamoré,
Y jamás su vuelo detendré,
aunque sé que
con cada caricia que en mi piel tatuó,
le extrañaré.Postdata: Me enamoré de sus dos yo.