1 Poder verbal

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Ahora mismo me siento desasosegada y no sé por qué. Tengo la sensación de que debería estar haciendo algo más importante de lo que hago ahora, pero no sé qué es.

Lo único que deseo es ir a la cocina y prepararme un vaso de leche con Cola-Cao. Como si en él se fuera a diluir mi desconcierto. Sé que si bajo, no tendré suficiente con solo uno. Realizaré la operación tres veces y cada vez me lo tomaré más espeso. Al final, me pondré tres cucharadas de esos polvos mágicos color tostado y solo una pizquita de leche para que se vuelva una masa un poco compacta y me lo pueda tomar sin picores en la garganta. Después proseguiré con las galletas Príncipe. Las tomaré en grupos de cinco en cinco, las romperé en el bol y las humedeceré con leche.

Engulliré eso y mucho más si bajo. Tal y como hice ayer.

Mejor me desahogo de una manera menos grasienta y me quedo en la cama. Son las once de la noche y no daría tiempo de quemar tantas calorías.

Voy a seguir escribiendo, aprovechando que los niños por fin duermen.

En el MacAir que descansa en mi regazo sigo llenando el archivo Stop Cacao.doc

Sigo el consejo de uno de los tantos terapeutas a los que he ido, que me recomendó que cuando tuviera emociones como tristeza, ansiedad o rabia intentara escribir todo lo que me pasase por la mente. Con suerte, cuando cierre el portátil se quedará ahí y no en mi atormentada cabeza.

Me siento bien escribiendo. Es como si se lo explicara a un amigo imaginario. No es que no tenga amigas, las tengo y las adoro, pero no me gusta agobiarlas con mis cosas. Tampoco les quiero contar nada a mis padres; prefiero que piensen que soy feliz. Y de los psicólogos... casi mejor no hablar.

Soy incorregible: psicólogo al que voy, psicólogo del que me enamoro. A alguien se le ocurrió denominar a ese fenómeno transferencia. Y digo yo ¿por qué hay que cambiarle el nombre al amor?

Al psicólogo se le ama y eso es normal. No sólo normal, es lógico. A una persona se la ama porque te escucha, se interesa por ti, te comprende y te acepta tal como eres. Puede parecer ridículo tener que pagar para que te muestren cariño, pero desde que me separé mi vida ha sido así.

Si resulta que el psicólogo también desarrolla un sentimiento por ti, ¡premio! Un premio bautizado con otro apelativo: contratransferencia.

Inocente de mí, llegué a creer que los dos últimos psicólogos a los que amé también habían contratransferenciado, pero al final resultó que no fui merecedora de ese galardón.

El primer psicólogo del que me enamoré se llamaba Javier. Era joven y alto, tremendamente atractivo. Al verlo aparecer en el angosto pasillo del Institut Gestalt, casi me da un vuelco el corazón. Me hizo pasar a una sala de estilo hippie, pintada de naranja y llena de cojines por el suelo, iluminada vagamente por unas lamparillas con cristales de colores.

Cuando pedí una silla para sentarme, Javier me preguntó con una sonrisa si no estaría más cómoda en el colchón que había en el suelo. Miré el futón y mi mente de inmediato imaginó un revolcón con Javier. Así que tuve que mentir con una sonrisa de vuelta:

—No gracias, prefiero una silla.

Él fue en busca de una para mí y otra para sí mismo. Le conté mis peleas constantes con mi marido y que él se había ido unos días a vivir a su oficina para reflexionar si divorciarnos definitivamente o no.

—Te propongo que hagas una visualización —dijo Javier, poniéndose súbitamente de pie—. Imagina que yo soy tu marido.

¡Oh que imagen! Vestida de blanco, cogida de su brazo... «Este sitio es la bomba», pensé, «El chico Martini te da la bienvenida, te conduce a una especie de jaima en la que te ofrece la posibilidad de tumbarte en una cama con él (el por qué dije que no es aún un misterio sin resolver) y para colmo te invita a que te recrees mentalmente en la idea de que es tu esposo».

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⏰ Last updated: Apr 27, 2018 ⏰

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El Síndrome de PollyannaWhere stories live. Discover now