Prólogo

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Mi nombre es Keled. Soy inmortal.

Si se preguntan si es de mi gusto ser inmortal, la respuesta es: no, por supuesto que no.

Nací hace mucho tiempo, en un país que actualmente es conocido como Eslovenia. No crecí ahí. Mi madre y yo nos mudamos a este país cuando tenía un año.

Realmente mi niñez no fue diferente a la de los demás niños. Solía jugar en el campo, en una granja que compró mi padrastro. Ahí fui feliz. Mi hermana nació dos años después que yo, pero a diferencia de otros hermanos éramos muy unidos.

Jugando con ella precisamente, descubrí que mi cuerpo se regeneraba de las heridas que me hacía al jugar y que ella no se regeneraba. Yo era muy descuidado y me hería continuamente, pero yo era muy pequeño para comprender cualquier cosa.

Nadie lo descubrió, ni siquiera yo mismo sabía la dimensión de las cosas en ese momento... hasta que comenzó la guerra. Fui reclutado y me convertí en un soldado a los 16 años. Yo seguía siendo descuidado y como nunca había tenido ninguna cicatriz ni golpe que no hubiera sido regenerado, seguía los duros entrenamientos del ejército con una sonrisa en la boca. Que ingenuo fui.

Recuerdo cuando fuimos a la batalla. Un proyectil nos cayó de lleno al batallón y a mi. Todos estábamos heridos de gravedad. Sí, yo también. El hecho de ser inmortal y que mis heridas se regeneraban, no quiere decir que no dolieran. Me estaba revolcando de dolor. Mi pierna y mi brazo derecho estaban destrozados. Mi piel estaba quemada y en algunas partes de mi cuerpo se asomaban los huesos. Miraba alrededor y los chicos alrededor de mi morían o se revolcaban de dolor como yo. Sentí envidia de los muertos y sentí mucho dolor al ver a mis amigos sufrir, pero tenía la esperanza que moriríamos pronto y que el dolor terminaría. Eso no sucedió, o al menos no para mi.

No se cuanto tarde en regenerarme, pero fue poco tiempo. No sabía que mi cuerpo era capaz de regenerarse de esa manera. Estaba sorprendido. Recuerdo muy bien que miraba mis extremidades que antes estaban rotas y ahora estaban como si nada con asombro. Me olvidé de eso un momento y fui a ver a mis amigos. Sólo había quedado uno a parte de mi. Corrí hacia él, que yacía sin una pierna, pero el resto no estaba muy dañado. Él me miró con asombro cuando me acerqué. No paraba de repetir: -Yo te vi morir, yo te vi morir...- Él estaba en estado de shock. Hice un torniquete con la ropa de otro de nuestros compañeros fallecidos y lo lleve a cuestas a la base. Recibí un par de disparos en el camino. Dolía terriblemente, pero mi compañero no podía recibir más balas. Él susurraba cada vez que yo recibía un disparo: -Dios mío- y comenzaba a orar y lloraba. No lo culpé y sigo sin culparle. Yo hubiera hecho lo mismo.

Estuve en la guerra por mucho tiempo. Fui herido constantemente en ese entonces. Había decidido que si mi cuerpo se regeneraba como lo hacía, le sacaría provecho: decidí convertirme en un escudo humano. Salvé un sin numero de vidas recibiendo balas y proyectiles. Después de recibir tanto daño, mi cuerpo se acostumbró al dolor. Era una ventaja, ya que si antes dudaba al lanzarme a rescatar a alguien por el dolor que iba a recibir, ahora no dudaba.

Inevitablemente era temido por mis compañeros. Ellos me llamaban --nesmrtelný démon--

Me hacían sentir un poco deprimido y los odié un poco. Yo había arriesgado el culo y sentía el dolor de las balas, los proyectiles y las quemaduras y fracturas por rescatarlos y ellos me temían y se apartaban de mi. A veces pensaba: - La próxima vez, no los rescataré y dejaré que les vuelen los sesos - Pero al final, yo sabía que si algún día caía un juicio sobre mí, (porque supongo que algún día terminará mi inmortalidad) se me iba recriminar mi conducta. Dios me diría: ¿Por qué si te hice un ser inmortal, pudiendo salvar vidas, permitiste que murieran? Eso me hacía lanzarme delante de las balas y los proyectiles siempre.

La guerra terminó y yo en verdad deseaba regresar al casa. Mi hermana y mis padres estaban ahí. Cuando regresé, recibí una noticia que me impactó: mi hermana se acababa de casar. Ella tenía 17 años. Cuando llegué a casa ella tenía unos meses de casada. Se veía radiante y feliz. Ella me recibió sonriente, corrió hasta donde yo estaba y me abrazó fuertemente.

-Sabía que volverías con vida-Milena me miró de arriba a abajo. -No tienes ni un rasguño, como siempre.

Yo me sorprendí. Ella parecía ligeramente consciente de lo que yo era.



Erase una vez un inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora