Capitulo 7. El pasado de César y la revelación del inmortal

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Ya estábamos por mediados de enero y no había tenido comunicación con Eva.

Recuerdo que por ese mes, César compró la casa que le pedí que me consiguiera. Era de cuatro recámaras y cinco baños en un fraccionamiento cerca de la playa. No es que fuera de mi agrado, me gustaba más mi casa de Tierra Blanca porque tenía un terreno muy amplio y no tenía casi vecinos, pero estaba decidido a permanecer en el puerto para ver a Eva.

—Patrón, las cosas que pidió ya las pusimos en la recamara que está arriba, pero los otros cuartos siguen vacíos. ¿Que va a meter ahí? —César estaba un poco molesto ese día.

—Las cosas de tu esposa y las tuyas en ese cuarto de la derecha. En el cuarto que es más chico, al lado del suyo, voy a comprar cosas para tu hijo.

César se sorprendió. Me miró incrédulo. —¿Nosotros vamos a vivir aquí, en esta casota?

—¿En donde pensabas que ibas a vivir entonces? —Le contesté indiferente. —¿Para que quiero una casa tan grande para mi solo?

—Pero patrón... —César se puso incómodo. —Nosotros no tenemos para pagarle renta.

—Tu trabajas para mi. No necesitas pagarme nada. Solamente sigue haciendo tu trabajo.

—Pero... ¿qué voy a hacer en este lugar? Yo se trabajar la tierra. ¿Qué voy a hacer en el puerto?

—Seguir trabajando para mi. Tu esposa puede cocinar. Me gusta como guisa. Tu puedes seguir siendo mi chofer y el que se encargue de mis cosas.

—¿En serio? ¿Eso es todo patrón? —César me miró incrédulo.

—¿Eso es todo, dices? —Le pregunté molesto.

—Perdón patrón... es que... para mi, vivir en una casa como esta es... —César me miró con ojos vidriosos. —Yo no lo merezco.

César aún era joven. Era honrado y siempre me sirvió bien. Pensé en premiarlo. En ese momento no sabía de su vida pasada, pero era obvio que había sido una vida difícil.

Pero fui ingenuo. En ese tiempo no me imaginaba, ni siquiera estaba cerca, de la vida que dejó atrás.

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Después de unos días, fui con César a comprar a una plaza concurrida del puerto algunos artículos para la casa. Compré con tranquilidad y encargamos las cosas para que las llevaran al nuevo domicilio. 

Salimos de la plaza e íbamos caminando directamente hacia el estacionamiento, cuando me di cuenta que César se quedó atrás. Cuando voltee a ver, César estaba oculto tras de una camioneta. Estaba pálido. Blanco como un papel. Miraba directamente hacia unas señoras que estaban caminando hacia la entrada de la plaza. 

Eran dos señoras. Una señora mayor de más de cuarenta años y una señora más joven, como de unos 25 a 28 años más o menos. Ambas eran de estatura baja, cabello largo hasta media espalda, apiñonadas y de ojos de color café claro. La más vieja traía una trenza larga y un traje con falda a juego y la más joven tenía puestos un pantalón de mezclilla y una blusa sin mangas nada favorecedora de color amarillo pollo. 

Ellas voltearon hacia donde estaba César, pero él se fue prácticamente corriendo hasta mi camioneta que estaba como a veinte metros de ellas, se metió del lado del conductor y la encendió. Las señoras caminaron hacia el vehículo, pero yo las detuve a medio camino. Cualquiera que fuese la razón por la que César estaba asustado, las mujeres eran las causantes.

—Buenas tardes. —Les dije. Ellas me miraron nerviosas.

—Buenas tardes señor. —Dijeron ambas. Me miraron con recelo. Era lógico. Era sumamente sospechoso que un desconocido les hablara de la nada, pero fue lo único que se me ocurrió.

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⏰ Última actualización: Apr 12 ⏰

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